En la novela Tambor de arranque (Editorial Candaya, 2015), los personajes habitan el intricado paisaje claustrofóbico de los suburbios, atrapados en la miseria de las aspiraciones fallidas y la cobardÃa personal. “Desde el sillón Leo pudo escuchar cómo Andrea le gritaba a su mujer (…) En la pantalla, la imagen estaba suspendida en un mundo que giraba silencioso sobre su propio ejeâ€. Sus desgracias son banales:
“No habÃamos ahorrado un año entero para comprar un auto; querÃamos una cama (…) uno de esos acolchados de colores que hacen pensar a quien se acuesta en un mundo felizâ€.
Sus tragedias, como sus vidas, son Ãntimas:
“Yo apagué el motor. El auto quedó en silencio y tuve la impresión de que el pueblo tambiénâ€.
Su autor, Francisco Bitar (Santa Fe, Argentina, 1981), no nos ofrece consuelo a través de la redención. Al contrario, su novela se construye en torno a la parte más vulnerable de la pesadilla, el mundo distópico que ocupa, misteriosamente, el lugar del paraÃso prometido.
A pesar de su aparente sencillez, Tambor de arranque es una devastadora denuncia. Los personajes deambulan por un desierto emocional, deseando algo que son incapaces de lograr:
“Leo estira la mano hasta los puchos; ese es su único movimiento durante lo que podrÃamos llamar la mañana, la porción del dÃa anterior al almuerzoâ€.
Atrapados en la apatÃa, sus vidas temporales se han convertido en permanentes: “Leo mira los restos de papel carbonizado que tiemblan sobre las baldosasâ€. Todo les resulta banal: “La bici queda tumbada. El oleaje del rÃo cubre y descubre el asientoâ€. Sus existencias, de por sà Ãnfimas, menguan vÃctimas de la abulia:
“Tomaba. ServÃa otro. AbrÃa la puerta del congelador. CreÃa haber traÃdo una cubetera de la casa de su exmujer. Pero capaz no. Capaz eso también habÃa quedado alláâ€.
Todos fuman, beben y argumentan en exceso. Todos son invariablemente infelices.
No hay lugar en Tambor de arranque para la fabulación lúdica y tramposa; Bitar es realista por naturaleza, heredero del estilo seco y conciso de Hemingway, del turbio minimalismo de Carver. Pero Bitar posee algo más: una especie de transparencia, casi una translucidez, que debe más a Fitzgerald que a los anteriores. Al igual que el autor de El Gran Gatsby, Bitar respeta el rigor del estilo, el dictum jamesiano de la brevedad y la iluminación. Sus personajes sueñan con vivir vidas más auténticas:
“Isa estaba dormida esa noche pero (…) la canilla del baño no paraba de gotear. Era lo único en toda la casa que seguÃa con vidaâ€.
Rara vez consiguen sus sueños, y cuando lo hacen, sus fallas inherentes impiden cualquier posibilidad de satisfacción:
“El tipo metió la bolsa en el Renault. Salieron a toda velocidad y la calle quedó en silencio. Mucho tiempo después volvà a escuchar la gotaâ€.
Autor de los libros de poemas Negativos (2007), El Olimpo (2009), Ropa vieja: la muerte de una estrella (2011) y The Volturno Poems (2015); los libros de cuentos Luces de Navidad (2014) y Acá habÃa un rÃo (2015); la crónica Historia oral de la cerveza (2015), Francisco Bitar recibió en el 2012 el premio Ciudad de Rosario por Tambor de arranque, donde se dirÃa que la veracidad lo es todo; aun cuando, por fin, todo lo que queda es pensamiento atrofiado y esperanza marchita, el autor vuelve hacia esos restos un ojo implacable. En manos de un escritor menor, el resultado serÃa mórbido y deprimente. Hay algo edificante en la búsqueda de honestidad que lleva a cabo el argentino: para él, escribir es llorar.