La defensa de la supermanzana, un espacio que reúne a varios edificios para ser gestionados, a nivel urbano y con limitaciones de tráfico, como una comunidad, constituye la principal propuesta de este ensayo, Naturalmente urbano, en el que Gabi MartÃnez (Barcelona, 1971) manifiesta su deseo de naturaleza. Ese deseo, ese amor, esa necesidad de ser feliz de manera natural, está presente en muchas obras que se han ido filtrando para concluir en ésta: Richard Louv, Wendell Berry, Francesco Tonucci y un buen puñado de arquitectos, biólogos o psicólogos.
La contaminación, que en el libro comienza por el ruido y la sordera como consecuencia, y que se extiende a todos los sentidos y a cualquier órgano, oprime demasiado a la ciudad y urge una solución. Hay infinidad de propuestas, a pequeña escala o a largo plazo, pero la más viable, la inmediata, son las supermanzanas. Gabi MartÃnez denuncia, una vez más, el sometimiento al automóvil, que es a la vez un sometimiento concreto y una metonimia del sometimiento al mercado económico y a la industrialización mal entendida como progreso. Este progreso será el mismo que nos traiga enfermedades, patologÃas que cada dÃa requieren más y más dosis de fármacos. Ya no deberÃamos considerarlo como higiene, que es la farsa que se nos ha ido inculcando.
“A la persona que circula por la calle la denominamos “peatónâ€. Un cambio pasa por volver a llamarla “ciudadanaâ€. Por que la ciudad crezca a partir de las personas. Y ese cambio hay que hacerlo, casi me cuesta escribirlo, rápido.â€
Gabi MartÃnez se remite a los modelos históricos de ciudad para reconocer de dónde venimos y en qué momento se contaminó hasta la nomenclatura. La ciudad medieval se encerró en sà misma, en sus calles estrechas, en una formulación claustrofóbica; la ciudad del absolutismo es agorafóbica con sus enormes avenidas y edificios monótonos; la ciudad del barroco es sobrecargada y sacrifica lo humano al tráfico. Lo que desaparece es el ciudadano, que reclama, por ejemplo, cuando trata el asunto de la infancia, de los niños en la calle, que es un termómetro para calibrar la habitabilidad de una urbe. Como lo son, por otro lado, los animales presentes en las calles, en los edificios, indicadores de una salud ecológica que todavÃa podemos conservar: “Ver saltar a una ardilla o jugar a adivinar la especie que profiere el trino que escuchas aporta ese tipo de riqueza inmaterial que da ganas de seguir viviendoâ€.
El comportamiento del ciudadano se asemejarÃa al de Marcovaldo, el personaje de Italo Calvino que hallaba rastros de naturaleza entre el cemento, o al de Robert Macfarlane, que en Naturaleza virgen no necesita alejarse cientos de kilómetros de la ciudad para acariciar las cortezas de los árboles o bautizarse en las aguas renovadas.
A falta de otra palabra, el concepto tras el que camina el hombre urbano que anhela Gabi MartÃnez, es el de la felicidad, y su propuesta pasa por ser silvestre, olvidarse de esas intenciones de ser sublime, con o sin interrupción, con que nos han aturdido tantos años de educación formal y de educación religiosa: “Nuestras imperfecciones dan una oportunidad a otros seres cuya presencia, aunque a veces no lo parezca, enriquece el conjunto. Una ciudad algo imperfecta se aproxima a la textura humanaâ€.
Entre las fuentes que ha consultado Gabi MartÃnez para llegar a estas conclusiones, está la experiencia propia. El libro comienza con un episodio de pérdida de audición, pero en él también se refleja, por ejemplo, cómo mide el paso del tiempo en la gran ciudad, cómo lo mide caminando Nueva York, que es el epÃtome de nuestra civilización y donde la dimensión del tiempo es menos humana. Y el tiempo está vinculadÃsimo a la necesidad figurada de transporte, que a ser posible conviene que sea individual y múltiple, contaminante y nervioso: “Que un sistema sano se basa en las dependencias mutuas, en el maravilloso juego de equilibrios que propone la biodiversidad. Basta echar un vistazo a la ciudad para constatar que el monocultivo del coche desequilibra por completo la vida alrededorâ€.
De alguna manera, atenta contra lo que deberÃamos preservar por encima de todo, que son los restos de dignidad que todavÃa conservamos o que podemos recuperar, y que se adecúan mejor al modelo de supermanzana: “Jacobs (se refiere a Jane Jacobs, teórica del urbanismo) piensa que los ojos de los vecinos tejen un clima de confianza, una red de seguridad mejor que la de cualquier cuerpo policial, y que hay que aprovechar esa confianza para disfrutar del entorno. Vivir con confianza tiene repercusiones profundas, y una de ellas, fundamental, es pensar ciudades que puedan transitar niños solosâ€. Volvemos a los niños como sistema, eje y sÃntoma regulador. Tal vez en ellos es donde mejor podrÃamos reconocer ese afán de dignidad al que todavÃa podemos agarrarnos, el que nos ayudará a reconsiderar con fuerza la ciudad y a poner en marcha propuestas como las de Gabi MartÃnez, que leÃdas superficialmente pueden parecer un poco vehementes, pero sumergiéndose en ellas encontramos mucha sensatez.