Cuando, en 1983, VÃctor Erice adaptó magistralmente al lenguaje cinematográfico el texto de Adelaida GarcÃa Morales, nos hacÃa partÃcipes de la evocación que emergÃa de El Sur, el lugar en el que AgustÃn, padre de la niña Estrella en la pelÃcula, dejó un recuerdo, una relación, un amor, que envolvÃa de misterio y recuerdos la figura paterna. AndalucÃa, conocida siempre por ser tierra amable, marcada por las cicatrices de un sol impenitente y un habla para muchos crÃptica e indescifrable, se convertÃa una vez más en un lugar saturado de recuerdos, de secretos y de pasado.
Gerardo RodrÃguez Salas (Granada, 1976) retira la cortina de ese sur misterioso y lo pone ante los ojos del lector en su debut literario Hijas de un sueño (Esdrújula Ediciones, noviembre 2017), un volumen de relatos cortos prologados por Ãngeles Mora (Premio Nacional de PoesÃa 2016) y ambientados en la imaginaria población andaluza de Candiles y que, con una naturalidad pasmosa, nos asoma a la Alpujarra más Ãntima, de fachadas encaladas y habitaciones oscuras y frescas. Un retrato con el que, por extensión, cualquier sureño puede sentirse perfectamente identificado. Hijas de un sueño nos habla de AndalucÃa a través de su gente, especialmente de sus mujeres, desnudando un racimo de personajes que viven estrechamente vinculados a la tierra, al campo y a los recuerdos. La prosa del autor es ágil, cargada de regionalismos y vocablos tan locales que, en ocasiones, harán que el lector mesetario o norteño se sienta como un extranjero en el sur. La narrativa está preñada de una evocación y una delicadeza que, sin ocultar en ningún momento unas raÃces que se hunden en lo más profundo de la obra de Lorca, alcanza un estilo propio que, en ocasiones, crea una ambientación cercana al real maravilloso.
El primer cuento, que da tÃtulo al volumen, nos introduce a tres hermanas que velan las últimas horas de vida de su anciana madre. Entre las cuatro paredes de la habitación, Vicenta, Matilde y Reme asisten impotentes a los últimos estertores de su progenitora, mientras hablan entre ellas y escapan de la angustiosa situación volando con sus recuerdos, o narrándose las unas a las otras las historias de sus vidas. Como trasunto del Mario de Delibes, la moribunda madre es testigo silenciosa de los recuerdos de posguerra, llenos de miseria pero también de felicidad y picardÃa, que las tres hermanas transportan desde el pasado hasta la intimidad de la alcoba materna. Aparece Lorca sobrevolando las páginas, con una Reme que mira “como Bernarda Albaâ€, y las tres mujeres abren el camino a un desfile de madres, hijas y abuelas que irán habitando cada cuento.
No duerme nadie es un relato onÃrico, casi surrealista, salpicado de sangre, tinieblas y muerte, pero ante todo, salpicado de versos, de la esperanza de la vida y del recuerdo de un Lorca que se hace carne en estas páginas, condenado a convertirse en una de las figuras literarias más trágicas de la historia de la Granada natal del autor. Y lo hace recorriendo Manhattan, como aquel poeta que fue, y sintiendo desde lo más profundo del ser de la madre que lo gestó. Es en cuentos como el presente donde RodrÃguez Salas abraza la faceta más cercana a la ensoñación pura, donde el lector se deja arrastrar por imágenes y sensaciones más que por una narrativa que lo ancle a la lectura.
Rosita es la estrella de Retales, una Amelie castiza que se pasea por Candiles y nos enseña sus calles, sus gentes y sus costumbres. Rosita viste la herencia de su tÃa, en forma de mantón, y RodrÃguez Salas introduce uno de los elementos clave en la tradición femenina andaluza, como es la herencia familiar de la reliquia en forma de mantón de Manila, que supone uno de los pocos sÃmbolos femeninos permitidos de estatus, poder y posición social que pasa de abuela a madre, de madre a nieta, cargándose de recuerdos y de valor sentimental con cada generación. Como la colcha tejida por las mujeres en Estados Unidos, el retablo de flores mostrado en el mantón esconde secretos que terminarán siendo desvelados por la inocente mirada de una niña. Retales vuelve a llevar al lector de la mano por un camino de felicidad y alegrÃa, que esconde un recodo oscuro al final de la vereda.
Lagartijas y Todas las almas presentan pequeñas estampas costumbristas rurales. El frÃo serrano y el viento se tornan protagonistas en ambas historias que, sin estar aparentemente conectadas, vienen cosidas una vez más por el hilo de los recuerdos de los que ya no están y la añoranza de una madre que desapareció. Lagartijas es posiblemente el relato más coral, y en el que, por una vez, la voz cantante la lleva un hombre, párroco local. Por su parte, Todas las almas vuelve sobre otra tradición de nuestras madres y abuelas, aquella de limpiar las lápidas en la festividad de Todos los Santos, con una Matilde y una Reme que RodrÃguez Salas rescata brevemente del primer relato del libro. La religión, como ocurre de manera más o menos sutil a lo largo de toda la obra, es parte seminal en ambos relatos, como lo ha sido en la historia, tradición y folclore de AndalucÃa y sus gentes.
Si hasta ahora Hijas de un sueño daba voz a las mujeres a lo largo de la guerra y posguerra andaluza, silenciadas siempre por las bombas, los llantos de los incontables churumbeles o los golpes de los maridos sombrÃos, Babel se posiciona esta vez con un grupo más maltratado si cabe. Maricas, transexuales y travestis se encuentran en este cuento almodovariano, en el que Candiles se convierte en verdugo, juez, cárcel y cementerio. Saltando temporalmente a una época contemporanea, el autor nos acerca al drama del cainismo y sectarismo rural más arcaico, que obliga a todo aquel que no encaja con los cánones establecidos a volar lejos y para siempre. Como una versión patria de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, Onofre, Manolo y las “petardas de mis amigas†envuelven sus tragedias personales en obscenidades, color y purpurina, cambiando el autobús por furgoneta, y los desiertos australianos por la piel de toro. Una vez más, los recuerdos, la tragedia y el humor enternecedor se dan la mano en el que quizá sea el relato más vivo de todos los que componen el compendio.
En la lÃnea onÃrica y de real maravilloso de No duerme nadie se incardina A la vuelta de los sueños, donde RodrÃguez Salas despliega un festival de referencias metaliterarias e históricas, de Verlaine a Woolf, de Alejandro Magno a Alfonso VIII. Y con ellos sus amantes, compartiendo pasiones, pecados y susurros. Candiles pasa a ser un discreto decorado secundario, apabullado por el ir y venir de los siglos y las gentes, en un tour de force sobre el amor prohibido que siempre ha existido y siempre existirá.
La lámpara volverá a Candiles como escenario principal, y la infancia inocente –o la trágica pérdida de la misma–, será protagonista de un cuento en el que moran recuerdos traumáticos, algunos tan solo insinuados. Dos niñas que comparten historias y experiencias son las conductoras de una historia en la que, curiosamente, RodrÃguez Salas cede el testigo del misterio al personaje del sur, de más allá del océano, de las tierras desconocidas de Ãfrica. Con una AndalucÃa desnuda ante los ojos del lector, todavÃa quedará misterio y secretos en aquellos que vienen de más allá.
El Espejismo que se presenta en el libro, narrado con una prosa poética fragmentaria, nos deja entrever el amor paternal de un padre hacia su hija, indefensa ante una relación rota. A golpe de religión y olor a alcohol, se insinúan sombras y horrores domésticos de una manera elegante y sin sensacionalismos. Hijas de un sueño apuesta aquà una vez más por el amor incondicional entre padres y vástagos, como ya hiciera en el relato inicial y dejara entrever en algunos otros.
Aceite y jabón vuelve a los recuerdos, una vez más. Recuerdos de pobreza, de vecinos avaros y de historietas tragicómicas. El aceite, un bien tan asumido en nuestro paÃs, tan abundante en AndalucÃa, se convierte en hilo conductor de la hambruna y los odios entre vecinos de la España rural de la guerra civil, aquella que seguirá dejando cicatrices y rencillas un siglo después. Pero también abre un camino amable a la ayuda frente al mal común, frente al sinsentido de las balas, el pillaje y el soldado abusivo, a una colaboración entre vecinos que no entiende de rencores y miradas.
La cueva, uno de los cuentos más agrestes del compendio, se asoma a la santerÃa y los milagros, con una sufridora madre de la condición más humilde como protagonista. La brutalidad de un parto en el interior de una cueva, la pobreza más absoluta, la figura mágica y misteriosa del santero, todo ello configura un texto de un dramatismo descarnado que retrata la más que creÃble vida de la AndalucÃa más paupérrima. Esa AndalucÃa de los pastores y la gente humilde que habita espacios solitarios en cerros escarpados, de aquella que no entiende de asfalto ni tecnologÃa, que se configura de manera casi chamanista alrededor de sÃmbolos y momentos de comunión absoluta con la naturaleza y que, a fin de cuentas, perciben una realidad más telúrica y misteriosa. Una realidad que, posiblemente, nos haya sido vetada hace mucho a la mayorÃa de nosotros.
Si algo falta cuando se llega al último relato de Hijas de un sueño son brujas. Pero la bruja, figura femenina que ha sido chivo expiatorio de nuestra especie durante siglos, reaparece en Doce mariposas. Las brujas de Candiles profanan lo más sagrado, ya que se reúnen en la iglesia, y utilizan sus conjuros para volar lejos, libres de las ataduras de hierro y sangre de hombres que las menosprecian, infravaloran y maltratan. Son brujas que representan una comunidad secreta de hermanas, que se apoyan en todo, que vengan las atrocidades que cometen sobre ellas, y que tienen la capacidad de volverse invisibles para mostrar las miserias del ser humano. Las doce mariposas revolotean por las últimas páginas mágicas, llenas de humor entrañable que se mezcla con el horror de la vida real y las historias personales.
Cerrar Hijas de un sueño tras terminar su lectura es un ejercicio agridulce, que deja palabras flotando en el aire, olores, emociones y recuerdos ajenos que el lector acabará haciendo suyos. Porque estamos ante un libro que, más allá de costumbrismos, pasajes oscuros de nuestra historia y localismos alpujarreños, se acaba aposentando con dulzura en nuestro interior. Todo ello dando voz a un grupo de personajes, esencialmente femeninos, que llevan dentro de sà la esencia de una región o, como dirÃa Kenizé Mourad, el perfume de nuestra tierra.