Archipiélago de la memoria

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Einar Már Gudmundsson | Foto: Hreinn Gudlaugsson | WikiMedia Commons

Islandia encabeza dos de los rankings más chocantes que aparecieron en años recientes. Uno establece que es el país que más antidepresivos consume en el mundo; el segundo ubica la isla como el lugar con el mayor número de escritores per cápita del mundo. De estos dos datos se puede inferir que Islandia es una isla donde mucha gente cuenta historias bajo el efecto de los fármacos. Este, al menos, es el caso de Ángeles del universo (Siruela, 1999), la conmovedora novela de Einar Már Gudmundsson, dedicada a la memoria de su hermano esquizofrénico. Ya en las primeras páginas se acentúa la atmósfera farmacológica que se propagará en gran parte del libro:

«La nube de fármacos flota en el ambiente como si los días se hubiesen detenido».

Páll, el narrador de la historia, es un enfermo mental que murió hace poco. Fijado en esa especie de no-lugar fuera del tiempo, hace un repaso de los episodios que lo llevaron de ser un niño como cualquier otro a terminar confinado en Klepp, un hospital psiquiátrico en Reykjavík, «adonde solo van los que han dejado atrás todos sus puentes». La novela está dividida en dos partes, Ángeles del universo y Sombras que pasan. En la primera, el narrador se centra en el mundo de la infancia y está repleta de premoniciones sobre su esquizofrenia futura. La segunda se adentra de forma directa en el ámbito de la locura y dibuja el tránsito del narrador por los espacios que su sociedad edificó para aislar a las personas con problemas mentales. En este sentido Klepp, el hospital psiquiátrico donde termina viviendo, funciona como una isla dentro de otra isla. Una isla que tampoco es tan diferente a la casa de sus padres y las viviendas sociales, las otras islas, al fin y al cabo, en las que Páll pasó sus días. En un momento reflexiona sobre la construcción de Klepp:

«La idea es hacer que los hospitales psiquiátricos se parezcan lo más posible a los hogares, tal vez porque los hogares se asemejan mucho a los psiquiátricos».

Siruela

Cada capítulo del libro flota como una isla dentro de ese gran archipiélago de la memoria que es Ángeles del universo. En algunos aspectos, la novela propone una meditación en torno a los distintos métodos que la sociedad tiene a su disposición para mantener la locura bajo control. Es sabido que la civilización necesita afirmar su racionalidad aislando la locura, y que, en cierto modo, la locura solo puede existir dentro de un orden social que la defina como tal. La conclusión a la que parece llegar Páll, en esa suerte de revisión de algunos fragmentos aislados de su historia personal en busca de señales que le ayuden a configurar un mapa de su enfermedad mental, es que si uno examina su vida como parte del movimiento enloquecido de la Historia, la línea que separa la locura individual y la locura colectiva se adelgaza hasta casi desaparecer. Porque la locura en Ángeles del universo está lejos de ser un trastorno permanente. Se trata más bien de un estado transitorio, una especie de tropiezo que le puede provocar a cualquiera, incluso a la Historia, la pérdida del equilibrio. Uno va por la calle paseando un día cualquiera, tropieza y cae en el agujero de la locura. Gran parte de la novela oscila entre el retrato de la experiencia cotidiana de Páll y la búsqueda de esos agujeros de locura esparcidos a lo largo de su biografía. Esta perspectiva de su vida como un trayecto por una cuerda floja de la cual puede caer en cualquier momento contribuye a intensificar la tensión que domina la trama.

La visión de la locura como un cauce que fluye indistintamente entre el ámbito personal y el colectivo también se extiende a la interpretación que Gudmundsson hace de la historia de su país. Páll nació el 30 de marzo de 1949, el mismo día que Islandia entró en la OTAN. Los ciudadanos, descontentos por no haber formado parte de la decisión, salieron a manifestarse. El gobierno intentó frenar las protestas lanzando gases lacrimógenos y la gente combatió de regreso arrojando piedras y huevos contra el Parlamento. Páll interpreta estos altercados entre el gobierno y los ciudadanos como un enfrentamiento provocado por su llegada al mundo, y se pregunta si su enfermedad mental no tiene sus orígenes en “la confusión” que dominaba a su sociedad el día de su nacimiento. ¿Puede mantener un sujeto la cordura si el mundo a su alrededor se ha vuelto loco? Esa quizá sea la pregunta principal que formula la novela.

El mundo se había vuelto de repente la imagen reducida de un enfermo mental, enajenado y partido en dos; la visión del mundo, una alucinación crónica.

Para mantener a raya las alucinaciones de los dementes, se les administran fármacos en grandes cantidades (…) mientras que la sociedad se defiende con las armas contra la generalización de la locura.

Hay que decir que pese a ser una novela que explora temas sombríos como la locura y el suicidio, lo hace desde un ángulo ligero, por momentos alegre, y tiene varias escenas divertidísimas. Es como si la nube de fármacos que flota en el ambiente también hubiera suavizado la brutalidad de los asuntos que se plantean. Casi todos los personajes de Ángeles del universo han caído en el agujero de la locura. Mientras la sociedad se esfuerza en consumar su utopía farmacológica sobre sus cuerpos, solo nos queda recordar ese fragmento de Macbeth que Páll, cada vez más encerrado en sí mismo, con el cerebro inundado de Trilafón y la clorpromazina, utiliza para aliviar su angustia:

«La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y se agita una hora sobre el escenario y después no se le oye más. Es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa».

Laury Leite

(Ciudad de México, 1984) es escritor. Ha publicado las novelas En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) y La gran demencia (Huso Editorial, 2020). Su obra ha sido traducida el inglés y al italiano. Vive en Toronto, Canadá. https://www.lauryleite.com/

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