No sé cuál es la razón exacta, pero desde siempre me supe atraÃdo por la poesÃa árabe, por la belleza de su grafÃa y su hondo pensamiento, ese que nos hace vibrar con cada palabra, desde la sencillez y la humidad que acompaña al poeta que lo ejercita y vive. Y supongo, que si eso ocurre con la poesÃa, también con la historia y la cultura de los principales lugares del mundo árabe, como la mÃtica Bagdad, claro ejemplo.
Tan es asà que, al recibir el libro Oración primitiva por Uruk, del poeta iraquà Issa Hasan Al-Yasiri (Missan, 1945), sentà un cierto estremecimiento. Allà estaba, encima de la mesa, un misterioso rostro ilustraba la portada del libro, un dibujo de Kareem Sadoom, para ser exactos, autor de todas las ilustraciones del poemario. La traducción al español ha sido realizada por Ignacio Gutiérrez de Terán y la publicación ha corrido a cargo de Alfalfa Ediciones. Cuenta el poeta octogenario con libros tales como Cruzar hacia ciudades de alegrÃa (1973), Episodios del viaje del ave sureño (1976), Cielo del sur (1979), La mujer es mi reino (1982), El silencio de las cabañas (1996), Te llamo desde lejos (2008) y Ave MarÃa (2012). Llama la atención de Oración primitiva por Uruk, la espiritualidad que lo contiene, muy cercana a la tradición poética árabe, donde la honda reflexión da paso a la sencillez formal, convirtiendo asà a la palabra en esencia misma; la desesperanza a la oración: «Dios mÃo, Dios mÃo, / por Uruk te invoco, / Uruk, / tu primera semilla, / ancestral entre todas tus ciudades»; de aquà en adelante la tensión discursiva irá en aumento y el poeta será la voz amorosa que clama en el desierto, demandará misericordia y perdón para Uruk y sus pobladores, también para quienes un dÃa la abandonaron:
«Por ella, / y por quienes en ella viven, y por los que un dÃa la abandonaron, sálvala, bendito seas, refugio y luz».
Hassan Al-Yasiri no puede sino sentir que el tiempo se le escapa entre las manos, y que en ese trayecto final, en ese alumbramiento del silencio total al que todo humano se abisma, solo desea contener la furia de la sinrazón y el despropósito, devolver a su tierra el fruto de los campos y los rÃos; la paz de las montañas en su soledad infinita; convencer con la palabra poética de la necesidad de hermanamiento, de la humana mirada. Por eso clama en voz alta y se pregunta:
«Â¿Por qué insistes en reducir a Uruk a un solar / habitado por la tristeza, / pasto de las plañideras?»
El poeta sufre con el dolor ajeno, que es también el suyo, el de sus compatriotas y en ese estado se rebela contra él y contra todo, y una vez más demanda el perdón a un dios misericordioso:
«Perdónala, Dios, / ¿qué harÃa cualquier madre / al ver a sus hijos camino de la muerte / o rumbo a un lugar lejano, / como una bandada de pájaros sobre cuyos nidos / se ciernen los chacales de la noche?»
Solo un deseo anima al poeta a seguir el camino, a rebelarse contra el mal de las guerras y la injusticia, concluyendo asà con su oración:
«Escucha pues a este siervo, Dios: / haz que Uruk vuelva a ser lo que fue, / conviértela, de nuevo, en Uruk. / Uruk, / la partera, / y la madre, / y el lecho de la dicha».