Pintura rupestre | Pixabay Commons

La semilla primitiva de Uruk

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Pintura rupestre | Pixabay Commons

No sé cuál es la razón exacta, pero desde siempre me supe atraído por la poesía árabe, por la belleza de su grafía y su hondo pensamiento, ese que nos hace vibrar con cada palabra, desde la sencillez y la humidad que acompaña al poeta que lo ejercita y vive. Y supongo, que si eso ocurre con la poesía, también con la historia y la cultura de los principales lugares del mundo árabe, como la mítica Bagdad, claro ejemplo.

Ediciones Alfalfa

Tan es así que, al recibir el libro Oración primitiva por Uruk, del poeta iraquí Issa Hasan Al-Yasiri (Missan, 1945), sentí un cierto estremecimiento. Allí estaba, encima de la mesa, un misterioso rostro ilustraba la portada del libro, un dibujo de Kareem Sadoom, para ser exactos, autor de todas las ilustraciones del poemario. La traducción al español ha sido realizada por Ignacio Gutiérrez de Terán y la publicación ha corrido a cargo de Alfalfa Ediciones. Cuenta el poeta octogenario con libros tales como Cruzar hacia ciudades de alegría (1973), Episodios del viaje del ave sureño (1976), Cielo del sur (1979), La mujer es mi reino (1982), El silencio de las cabañas (1996), Te llamo desde lejos (2008) y Ave María (2012). Llama la atención de Oración primitiva por Uruk, la espiritualidad que lo contiene, muy cercana a la tradición poética árabe, donde la honda reflexión da paso a la sencillez formal, convirtiendo así a la palabra en esencia misma; la desesperanza a la oración: «Dios mío, Dios mío, / por Uruk te invoco, / Uruk, / tu primera semilla, / ancestral entre todas tus ciudades»; de aquí en adelante la tensión discursiva irá en aumento y el poeta será la voz amorosa que clama en el desierto, demandará misericordia y perdón para Uruk y sus pobladores, también para quienes un día la abandonaron:

«Por ella, / y por quienes en ella viven, y por los que un día la abandonaron, sálvala, bendito seas, refugio y luz».

Hassan Al-Yasiri no puede sino sentir que el tiempo se le escapa entre las manos, y que en ese trayecto final, en ese alumbramiento del silencio total al que todo humano se abisma, solo desea contener la furia de la sinrazón y el despropósito, devolver a su tierra el fruto de los campos y los ríos; la paz de las montañas en su soledad infinita; convencer con la palabra poética de la necesidad de hermanamiento, de la humana mirada. Por eso clama en voz alta y se pregunta:

«Â¿Por qué insistes en reducir a Uruk a un solar / habitado por la tristeza, / pasto de las plañideras?»

El poeta sufre con el dolor ajeno, que es también el suyo, el de sus compatriotas y en ese estado se rebela contra él y contra todo, y una vez más demanda el perdón a un dios misericordioso:

«Perdónala, Dios, / ¿qué haría cualquier madre / al ver a sus hijos camino de la muerte / o rumbo a un lugar lejano, / como una bandada de pájaros sobre cuyos nidos / se ciernen los chacales de la noche?»

Solo un deseo anima al poeta a seguir el camino, a rebelarse contra el mal de las guerras y la injusticia, concluyendo así con su oración:

«Escucha pues a este siervo, Dios: / haz que Uruk vuelva a ser lo que fue, / conviértela, de nuevo, en Uruk. / Uruk, / la partera, / y la madre, / y el lecho de la dicha».

José Antonio Santano

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Actualmente es miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios y de las Juntas Directivas de ACE-A (Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía), AAEC (Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios).

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