El talento de Hermann Broch (Viena, 1886 – New Haven, 1951) para explorar la condición humana se expone a lo largo de esta novela, El valor desconocido. Siendo consciente de su extensÃsimo dominio de cualquier herramienta literaria, como se disfruta de la lectura de La muerte de Virgilio, falta saber si él mismo era también capaz de leer, con idéntica intensidad, el alma de los hombres. Desde el principio, en esta obra deja patente cuáles son sus intenciones y hasta dónde pretende llegar: estamos junto a tres hermanos, uno de los cuales es un amante de la ciencia matemática, la más pura, otro, el menor, está en plena formación artÃstica y sus anhelos de bohemio salen por cada poro de la piel, y la tercera, la mediana, se consagra espiritualmente, con todo el cuerpo, a su afán por entrar en un convento religioso.
Entre cada uno de ellos media cinco años de diferencia de edad, lo cual permite pensar que no son reflejo de tres generaciones diferentes, pero sà que existe la suficiente variación en los ambientes en que se criaron como para irse cada uno de ellos a un vértice distinto del triángulo. Pero, en realidad, cada uno de ellos trata de resolver, a su manera, la misma pregunta: cuál es el sentido de la vida o, para ser más precisos, cuál es el sentido de la vida, otra vez, porque si no ha aparecido por su cuenta, tendremos que ser nosotros quienes lo proyectemos.
La tendencia intelectual, filosófica o humanista de cada uno de los hermanos pretende llegar al consuelo. Dado que las consecuencias que tiene el mero hecho animal de respirar, la costumbre de vivir, son abrumadoras, precisamos hallar consuelo, seguridad, un regazo o unas paredes y un techo. Las matemáticas son limpias, como veremos a través de los ojos del primogénito; pero también es muy limpia la intención de la hermana y no deja de ser pura la del BenjamÃn, que pretende sumergirse en los dÃas con intensidad. La huida puede ser hacia adelante, hacia atrás o hacia arriba. Entre los tres, eso sÃ, se establecen unas relaciones y una suerte de secuencias que obedecen a la teorÃa de los conjuntos: cada uno de los centros desde los que se traza el cÃrculo se encuentra en un vértice del triángulo, y asà tienen su área propia y sus áreas comunes, más comprometidas, más predispuestas al conflicto:
“En el exterior, en alguna parte, la vida bullÃa, grande y ruidosa, y cada uno de ellos ansiaba atrapar un pedacito de ellas, pero no sabÃa qué pedacito, y sin duda era uno distinto en cada caso.â€
El miedo a la casualidad, a lo que nos domina, les hace buscar tener la realidad en las manos. Broch vuelve al conflicto entre la realidad y el deseo, aunque no a través de la definición del amor, sino escrutando esa trama interior en la que se entreveran, al menos en el caso de este relato tan bien hilvanado, y dejan de ser agua y aceite. Nuestros personajes van exponiendo, a través de sus acciones y sus palabras, una variación de sentidos morales que, por otra parte, reflejan su forma de mirar, de justificar, eso que en psicologÃa se conoce como disonancia cognitiva. De ahà surge otro tema de la obra, que es la forma de relacionarnos con algo que, a falta de otra palabra mejor, llamaremos realidad. Aunque tal vez nos estemos refiriendo a lo cotidiano, sencillamente a lo cotidiano. De ahà que entremos y salgamos en la cabeza de los personajes y nos vayamos dando cuenta de cuándo se permiten no fingir, que es el verbo que describe la forma de vincularse de los adultos y entre los adultos.
La utopÃa, lo ideal, queda en entredicho, porque sigue, como siempre, el acoso de la sustancia de la que está hecho lo real. La existencia, para malestar de los protagonistas, no es “unÃvocaâ€:
“De repente, Richard Hieck lo vio todo claro: lo pecaminoso del mundo es lo impredecible. Lo que escapa del conjunto de causas y leyes, aunque no sea más que una nota que vibra solitaria en el espacio, eso es pecaminoso. Lo aislado es absurdo a la vez que pecaminoso.â€
Ninguno de los personajes, que actúan como si pretendieran ser mejores, es decir, como si no se conocieran lo bastante, parece capacitado para alcanzar su sueño. Porque los sueños sólo son perfectos como tales:
“Ahora bien, de no tener esa consciencia de los años luz, imposibles de imaginar, pero tan llenos de significado para el alma humana, cabrÃa decir que la astronomÃa en general es simplemente aburrida, y a menudo en verdad lo era.â€