La convención habla de la poesÃa con una pretenciosidad absolutamente descorazonadora. AsÃ, es normal que las personas no habituadas a leerla ni siquiera osen acercarse a ella por miedo a ser engullidos en un mundo incomprensible, trascendente, ampuloso o melancólico. Y no digo que se deba caer en la intrascendencia. La poesÃa debe ser, sobre todo, inspirada e inventiva para que pueda encajar en un mundo cultural cada vez más carcomido por la vulgaridad de los lugares comunes.
Inventar la poesÃa es lo que está haciendo Juan Vico (Badalona, 1975), poeta y novelista barcelonés que ganó el pasado año el II Premio de PoesÃa Origami, con La balada de Molly Sinclair, un libro que acaba de salir a la luz y que tiene su mejor baza en la capacidad de invención de su autor; construido en quince poemas, quince historias alejadas de cualquier convención poética, aún más de cualquier lirismo empalagoso. La proximidad, el empleo de un lenguaje cercano a la narrativa y al habla de nuestros dÃas, asà como los temas que van abordando los poemas, hacen de este libro un punto de conexión, una posibilidad renovada de aunar cultura popular y culta. Un buen ejemplo lo encontramos en el poema Viaggio in Italia, del que extraigo su estrofa final:
Durante el trayecto de vuelta, las nubes
reniegan de Magritte,
Battiato cita a Adorno y Sorrenti,
y yo busco en vano nuevas explicaciones
sobre el borde descarnado de la carretera.
Al fondo el rojo se confunde con el verde,
como en un Cézanne derretido.
Los lectores no deben buscar en estas baladas ningún tipo de canción nostálgica o sentimental, sino un realismo, o incluso un hiperrealismo –si se me permite usar este adjetivo propio de la pintura– con el que el autor ha conseguido desplegar en su escritura las densidades del mundo. Es decir, los pliegues de la realidad, sus tonalidades, sus contradicciones y sinsentidos, se cuelen aquà con hábil desparpajo.
Por otro lado, las constantes referencias a la creación cinematográfica, a la música, asà como a ciertos pintores, son un distintivo del autor, que nos muestra, -como ya ocurriera en su anterior libro de poemas, Still life (2011)-, su maestrÃa para conjugar y mezclar diferentes tradiciones literarias y lenguajes creativos. Sin embargo, en esta Balada de Molly Sinclair, el autor parece haberse decantado por una tradición más americana, no solo en el empleo de un lenguaje despojado de formalismos y figuras retóricas, sino también en la inclusión de las temáticas y la claridad expositiva propias de aquello que fue llamado realismo sucio, y que tuvo en Carver y Bukowski sus representantes más conocidos. Consigue, en cualquier caso, un aire de naturalidad y continúa ironÃa, especialmente sobre sà mismo; asÃ, nos topamos con el verso final: sonriente calavera, con la que el autor parece identificarse para, a continuación, despedirse con sorna del lector.
La popularización o, tal vez, para decirlo menos folk y más finamente: la posibilidad de buscar nuevos lectores por parte de la poesÃa contemporánea solo podrá venir tanto desde la desacralización de su concepción como también por una actualización no simplista de sus formas y de sus contenidos. A tal fin, en busca de un hueco en la literatura en presente, algunos poetas actuales se han lanzado a una especie de poesÃa de la ocurrencia; frente a ellos Juan Vico escribe en un tiempo que amalgama tradición y modernidad, tradición irrespetuosamente asaltada y modernidad sujeta al criterio del autor en un infinitivo de gran potencia expresiva. Pues no es la moda ni las poses imperantes en la poesÃa de hoy sino su propio acontecer de creador y su imaginación, ecléctica y desbordante, lo que le permite escribir con honestidad y superar la perplejidad de la realidad que nos rodea.
De la mano de autores como Juan Vico uno se permite un respiro: no parece que esté todo podrido o muerto. También la poesÃa se inventa con la osadÃa de quien no tiene nada que perder, pisando fuerte en las tierras cenagosas del panorama, a veces servil, a veces marginal, a veces imprevisible de la poesÃa española actual.