«Comenzar una novela es como abrir la puerta a un paisaje neblinoso; ves muy poco, pero hueles la tierra y sientes el soplo del viento.»
Bajo la red (Under the Net, 1954) fue la primera novela publicada por la escritora de origen irlandés pero inglesa de formación Iris Murdoch y fue seleccionada por la Modern Library entre las mejores 100 novelas en lengua inglesa del siglo XX. A pesar de esa primicia, la novela contiene ya en su plenitud dos de las caracterÃsticas que determinarÃan toda su obra prosÃstica posterior: un tratamiento riguroso del lenguaje y una caracterización psicológica minuciosa y precisa de los personajes.
Jake Donaghue -a quien podrÃamos denominar Lucky Jake en homenaje al protagonista de Kingsley Amis sin tener que forzar demasiado la identificación- es un escritor de poemas épicos y traductor en horas bajas a quien su novia, con quien mantiene una peculiar relación de convivencia basada más en la utilidad que en cualquier otro motivo menos material, que va a casarse con un corredor de apuestas, expulsa de la vivienda que comparten. Ese contratiempo lleva a Jake a rebuscar entre sus antiguos -y algunos olvidados- camaradas una solución a su problema puntual de alojamiento, amistades que incluyen, cómo no, algunas mujeres y, concretamente, alguna vieja relación que no contó con un final demasiado aseado.
«Los acontecimientos se suceden ante nosotros como estas multitudes, y el rostro de cada uno de ellos se ve únicamente un instante. Lo que es urgente no lo es para siempre, sino efÃmeramente. Todo el trabajo y todo el amor, la búsqueda de la riqueza y la fama, la búsqiueda de la verdad, la vida misma están formadas por momentos que se convierten en nada. Sin embargo, el impulso de esas nadas nos lleva hacia adelante con esa milagrosa vitalidad que crea nuestros precarios habitáculos en el pasado y en el futuro. Asà vivimos; un espÃritu que cavila y vacila por encima de la muerte continua en el tiempo, el sentido perdido, el momento no recuperado, el rostro no recordado, hasta el golpe final que termina con todos nuestros momentos y zambulle ese espÃritu en el vacÃo del que procede.»
A partir de ese comienzo, Bajo la red se convierte es un texto paradigma de la novela británica -aunque esta misma afirmación contenga no poco contenido tópico-. Las idas y venidas por un Londres -al que, curiosamente, Murdoch dota de una luz y una claridad inusuales tanto en el tratamiento literario tradicional de la capital como en la realidad- de pulso desbocado dan lugar a las situaciones más desconcertantes: la traición de la antigua amante, el robo del trabajo intelectual, la conspiración de las antiguas amistades, el intento de fraude a un productor de Hollywood, el secuestro de un perro estrella de cine, el asalto con rescate a un hospital. Y en medio de esas cuitas, incalculables litros de alcohol para corroborar más tópicos -aunque no por comunes menos reales-: que los ingleses no se prestan tanto a la caricatura cuando están borrachos, a diferencia de los chistes ordinarios, sino cuando están sobrios; y, last but not least, el honor que se les debe a esos mismos ingleses por haber descubierto el poder creativo de la resaca.
«Su risa sonó cortante, pero sus ojos parecÃan preocupados y, aunque fuera demasiado tarde, sentà ganas de hacerle una temeraria proposición. Una extraña luz, dirigida sobre nuestra amistad, hizo resaltar cosas nuevas e intenté por un momento entender la esencia de mi necesidad de ella. Sin embargo, respiré hondo y seguà mi regla de no hablar nunca con franqueza a las mujeres en momentos de emoción. No trae nada bueno. No es propio de mi naturaleza asumir la responsabilidad de otras personas. Tengo ya bastante con ocuparme de mà mismo.»
En todo caso, y este parece ser uno de los corolarios de la novela, hurgar en el pasado no hace más que empeorarlo. En primer lugar, porque el recuerdo que conservamos de él siempre lo idealiza, pero también porque la imposibilidad de recrearlo lo marca con la señal de lo inapelable.
El dÃa que a los escritores, y particularmente a las escritoras, se les deje de considerar como meritorio el personaje que incubaron a lo largo de su vida y que utilizaron en beneficio propio obviando la calidad literaria, y su valoración se limite únicamente a esta, Murdoch y tantas otras escalarán de forma concluyente e inapelable hasta el lugar en el podio que merecen.