Javier Pérez Andújar | Foto: Albert Alexandre Martín

Javier Pérez Andújar: «Â¡Hay que leerlo todo!»

Javier Pérez Andújar | Foto: Albert Alexandre Martín
Javier Pérez Andújar | Foto: Albert Alexandre Martín

Javier Pérez Andújar (1965) me cita en un bar de la Plaça Universitat sin ningún tipo de encanto, altamente concurrido por turistas. La elección que en un primer momento me parece extraña, a lo largo de la entrevista se irá revelando como una opción muy acorde con la personalidad del escritor de Sant Adrià. «Este es el bar donde venía cuando estudiaba en la facultad y además, me gusta desconcertar a la gente» me dirá el autor de Los príncipes valientes (2007), Todo lo que se llevó el diablo (2010), Paseos con mi madre (2011) y Catalanes todos (2014).

Se trata de un novelista irreverente, y aunque a él no le guste que lo definan como tal, es un hombre una vasta cultura, enamorado de la literatura y del cine, en el que la distinción entre lo culto y lo popular es pura quimera.

Empecemos con una pregunta de calentamiento: qué te sugieren estos dos conceptos: lo bello y lo bestia.
Es una película, ¿no? Una película de Cocteau (risas). Es una película, sobre todo, aunque claro, es el folklore, el cuento popular, el dragón y la princesa, King Kong… Lo bello y lo bestia son la esencia del amor porque en el momento que amas es bello, pero si amas mucho es bestial. También es la fascinación de la autodestrucción porque es bestial autodestruirse, pero tiene un punto egolátrico, un punto narcisista. De hecho, la gente autodestructiva es narcisista y también lo bello y lo bestia son como una espiral hacia lo profundo.

¿Y en la poesía?
En la poesía debe ser el ejercicio poético mismo, enfrentarse al sondeo profundo de uno para la búsqueda de la belleza; lo bestia es eso.

Tusquets
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Una característica de tus novelas es justamente la prosa poética. Recuerdo una frase de tu novela Los príncipes valientes: “la poesía hispánica va a caerme a las manos como un arma cargada sobre todo de poesía”.
La frase en realidad es una vacilada, pero escribiendo, a veces, se te calienta la mano, igual que cuando bebes se te calienta la boca. El origen de la frase es “la poesía es un arma cargada de futuro”, pero por vacilarle al poeta, a Celaya, pues la poesía en realidad está cargada de poesía y no le hace falta el futuro. En mi el germen de la poesía nació por un libro que me regaló mi madre cuando tenía seis años que se titulaba Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. En realidad no es poesía, es prosa lírica, y supongo que con seis años, como fue lo primero que leí me hice más sensible y me afinó el oído en ese tono, como un diapasón que te queda ahí en la oreja. Además, la poesía cuando yo crecí estaba más presente en la vida cultural y cotidiana de la gente, estaba en la televisión, por ejemplo, en los programas infantiles. Era la época de la transición y se estaba recuperando todo: a los poetas, a García Lorca que lo estaban desenterrando de la fosa común, de la fosa común del olvido, no de la física. Paco Ibáñez cantaba poesía y mi madre ponía los casetes. Y yo, antes que leer a Celaya, Otero o Alberti los oí cantados y me llegaron por la vida cotidiana.

¿Por lo que dices, parecería que hay una pérdida de la presencia poética en la vida cotidiana?
Sí, a lo mejor la ha reemplazado la publicidad. Pero a mí no me gusta ser moralista, las cosas son como son. Antes la gente se sabía versos de memoria, versos tópicos, no hacía falta haberlos leído, pero te los decía cualquiera… “verde que te quiero verde”. Ahora cuando alguien te suelta un tópico te tira un anuncio, “me lo llevo”, el subconsciente está afinado en publicidad. De la narrativa la gente también sabía tópicos como “crónica de una muerte anunciada” para cuando alguien estaba enfermo. Ahora los tópicos no los sacan de las novelas, los sacan de las teleseries, de los Soprano, Mad men. La narratividad ha sido reemplazada por la televisión y la poesía por la publicidad, y ese es el mundo en que vivimos. ¿Y qué conlleva? No tengo ni puta idea porque yo vivo a la velocidad del tiempo, y cada segundo que pasa es un segundo que vivo. No me importa vivir con mi tiempo, lo que pasa es que por carácter soy refractario a los tiempos actuales… no digo que sean malos ni los juzgo; no digo que la gente sea peor gente.

Y entonces, cuando la narrativa se ha visto desplazada de alguna forma ¿para qué escribir?
Porque te gusta. A mí qué más me da que se desplace, yo no lo hago porque esté de moda, yo lo hago porque me gusta. Es como si a un señor que esté haciendo la torre Eiffel con cerillas le dices que eso no se lleva, que lo de ahora es hacer una foto. Pero si le gusta hacer eso ¿por qué te metes?

Entonces escribes… ¿Porque te gusta?
Escribes porque te gusta pero no para ti, sino para la gente que quieres. Escribo para mis amigos, pero si no les gusta pues mala suerte, no los voy a odiar. Escribo porque me gustaría que les gustara, porque no sé hacer otra cosa.

En tus novelas, al escribir, no dejas de describir el entorno, tu paisaje, como en aquella frase “la ciudades son libros que se leen con los pies”. ¿La narrativa que haces es el fruto de tus paseos?
Literariamente, creo que la influencia proviene de Baudelaire y Edgar Allan Poe porque los dos participan de esto. En Baudelaire, como se dice en francés, con el flâneur, el paseante. Y en el caso de Edgar Allan Poe, que está muy relacionado, con un cuento, El hombre de la multitud. Para mí es muy importante el paseo porque soy un escritor urbano, pertenezco a la ciudad, y es muy importante andar la ciudad para contarla, por eso decía que la leía con los pies. Francisco Umbral en uno de sus libros cuenta que va paseando por Madrid y Madrid le sube por las plantas de los pies y se impregna de él. En realidad se trata de un recurso que muchos escritores de la ciudad han utilizado: tener la ciudad dentro, que te entra al andar.

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Hablando de pasear, creo que en Paseos con mi madre, por ejemplo, también hay una intención, llamémosla política.
Yo tengo carácter político por formación, veo las cosas desde muchos puntos de vista… desde muchos no, de tres o cuatro, no tengo más puntos (risas). Pero uno de ellos es el político, y claro, al tener un punto de vista político, lo plasmo porque me expreso como soy. No quiero hacer proselitismo, ni quiero que me den la razón. Tocar las pelotas, sí, porque me divierte mucho. Además, si tocas las pelotas significa que había poder al que tocar, sino, no se las puedes tocar; si alguien se siente pelotitocado es que manda.

¿Y qué piensas de eso de escribir para dar voz?
No se puede decir que escriba para “dar voz”. Me parece una falta de respeto dar voz a los demás porque los demás también tienen la suya. Escribo para mí, lo que pasa es que no somos tan diferentes los uno de los otros. Hay una horquilla de sentimientos y más o menos cabemos todos. Y si yo siento de una manera, probablemente haya muchas personas que sientan de la misma forma. En mis libros no hay una voluntad de denuncia ya que la denuncia es una forma de demagogia y ya está implícita en la injusticia. Si hay una injusticia se está denunciando a sí misma, y yo lo que hago es escribir y contar esa injusticia.

Hay una definición que se repetía entre escritores anarquistas del siglo pasado como Federica Montseny o Federico Urales, en referencia a la literatura popular. Decían que la escritura debe ser “para, por y del pueblo”. Leyendo tus novelas me parece que tu literatura es literatura para, escrita por alguien que se considera del pueblo y del pueblo porque trata de él.
Tengo bastante afinidad con la idea de esta gente. Lo que pasa es que no tengo esa militancia ni ese propósito. En cambio sí tengo un sentimiento libertario de la vida y realmente buena parte de mi formación política está basada en lecturas de escritores libertarios y marxistas. Hay un vínculo, vengo de ellos. Lo que pasa es que cada uno se parece más a su época que sus padres, yo me parezco más a este tiempo nuestro que es más cínico. No tengo la vocación pedagógica, estoy como descreído, aunque por muy descreído que sea, no acepto las injusticias. Estamos en una época confusa, una mezcla de escepticismo y de rabia.

En la presentación que realizaste de tu libro Catalanes todos, te escuche decir: “Cuando lo piensas, los bloques son una mierda. Y después lo escribes… y escribes que son bonitos”. ¿Eso es convertir lo brutal en belleza?
Al principio, intentaba ser coherente, pero me di cuenta de que ser coherente es ser intransigente. Poniendo el ejemplo que has recuperado, cuando lo escribía me daba cuenta de la contradicción y lo cambiaba. Intentaba justificarme y eso me hacía intransigente, inflexible. Si asumes tus contradicciones, arrancas y ya puedes escribir, porque escribir es una forma de dialéctica; tesis, antítesis, síntesis. Si te asumes diálecticamente, llegas a una síntesis que vuelve a convertirse en tesis, la vuelves a negar, la vuelves a sintetizar, y esa es la dialéctica que hace el libro: ir asumiendo tus contradicciones.

A mí me sucede que cuando escucho hablar del pasado, aunque como has dicho ese pasado fuera una mierda, siento una cierta nostalgia.
¿La sientes? Eso es romanticismo.

¿Romanticismo o se nos ha negado algo?
Hombre, sí, se te han negado 2980 años de historia cristiana, y además otros 5.000 años anteriores. Se nos ha negado todo lo que no hemos vivido. Este sentimiento es razonable. Yo tengo nostalgia de Babilonia, de los egipcios, del romanticismo alemán o inglés, de la Revolución Francesa…

Al final, siempre vamos a sentir esa nostalgia… Me recuerda a una de las últimas películas de Woody Allen, Medianoche en París…
Sí, ese juego como de muñecas rusas era bonito… Pero yo no tengo nostalgia, en serio. Yo hablo de lo que soy y de lo que tengo, pero no tengo nostalgia, si se pasó se pasó. No siento nostalgia ni por mi infancia ni por mi juventud, lo que pasa es que la cuento porque cada cual vende el pescado que tiene. Si fuera escalador escribiría de montaña, o si fuera marinero, como Conrad, escribiría de tifones y de cruzar cabos. Pero como lo que he hecho es tener una vida más o menos de barrio pues escribo de lo que he vivido, sencillamente de eso. No lo hago por nostalgia, creo que la nostalgia es una mariconada.

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Volviendo al Catalanes todos. ¿Por qué nunca te has involucrado en el catalanismo?
No tengo un sentimiento nacional. ¿Cómo me voy a involucrar? Haría el hipócrita. Lo que sí es evidente es que uno no se puede sustraer al debate, porque está en todas partes, en la tele, en la radio… Pero como no me importa es como todos los coches que están pasando, no los estoy contando, no estoy apuntando las matrículas, ni me doy cuenta. Oigo el ruido…

No es inocuo, elegir cualquier tema implica una serie de consecuencias.
Todo conlleva consecuencias. Elegir y no elegir. Lo que pasa es que está el derecho a no elegir, a abstenerse, a no votar. A no votar, te lo digo por los referentes que has sacado antes de Federico Urales y Federica Montseny, que eran mucho de no votar. ¿Por qué tengo que elegir por una elección que no me interesa que creo que no me afecta, porque tengo que sentir lo que siente otro?

De algún modo Catalanes todos va a molestar…
Lo he reeditado para eso, para tocar las pelotas, como a mí el tema no me interesa, es provocación sin dolor, porque a mí no me duele. Yo creo que la función de un escritor también debe ser provocar. Cuando hay un tema doloroso hay que afrontarlo.

¿Ser irreverente?
La irreverencia es una forma de provocación; lo que ocurre es que siempre se celebra al provocador, al payaso de los otros, al propio no. Por ejemplo, a la gente aquí en Cataluña le encantó cuando a Dario Fo le dieron el premio Nobel (¡al payaso, al gran provocador italiano, al dramaturgo le han dado un premio Nobel!), o hay gente a la que le encanta Bernhard que dijo «No quiero que mi obra quede en Austria». Hacen mucha gracia los payasos de los demás pero a los tuyos los machacan. Yo creo que la función de un escritor es jugársela, ocupar el puesto más audaz, llegar hasta el extremo, ver hasta dónde es capaz de aguantar la sociedad cultural, porque la democracia consiste en esto, en flexibilidad, y si es muy rígida tienes que intentar abrir agujeros.

¿Escribir siempre ha sido tu idea? Quizás cuando eres joven aspiras a otras cosas…
No sé a qué te refieres ¿a renovar la literatura? Yo siempre era muy práctico, yo aspiraba a editar el libro, porque hay gente que no aspira a eso, que escribe para sí misma y como se dice tradicionalmente a guardar lo escrito en un cajón… Pero vamos, yo quería verlo plasmado en la práctica, verlo impreso.

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¿No hubo otra profesión que te sedujera?
He tenido unas cuantas profesiones y muchas relacionadas con los libros. Las primeras no… bueno, la primerísima sí; era repartidor de periódicos, que aunque en realidad no tiene nada que ver con la escritura pero para mí era muy importante que fueran periódicos. No era repartidor de pescados ni de pizzas. Así me pagué el COU nocturno, iba a un quiosco, me daban el paquete de los abonados cada día y lo tenía que llevar a su casa. Pero para mí era muy importante que fueran periódicos.

¿Hoy en día como es esa vida de escritor? ¿Cómo es el trabajo?
Cada cual lleva la suya…

Los ritos…
Suelo escribir por las mañanas, eso lo tengo claro. Hay gente que escribe de noche pero yo tengo la cabeza más clara de día. No soy animal nocturno, pienso más rápido por las mañanas y por la tarde ya estoy demasiado intoxicado de la vida. Si tengo que escribir un artículo de encargo lo hago por la mañana. Por las tardes leo y ando… una existencia ociosa, no me gano mucho la vida pero me va de puta madre. Por las noches lo que hago es ver películas. De chaval me crié que sólo había televisión por las noches y para mi ver la televisión por la mañana sigue siendo una excentricidad. Suelo ver la televisión a partir de las 10 de la noche, porque ver películas es como soñar y esa concomitancia entre la hora en que te acuestas y la película es como soñar despierto para irte soñar a la cama. Es como ponerte sueños grabados. Ves uno y luego te vas a los tuyos.

Hablando de cine, ¿tienes preferencia por las películas antiguas o te gusta más el cine actual?
Yo soy muy de películas viejas por cómo me crié de chaval. Veía la televisión en una cadena pública y daban películas viejas porque eran las películas baratas, cine de los años 30 y 50 en los 70. Son las que me gustan y siguen gustando. Veo alguna película moderna, me gusta David Linch, y también el director de Nebraska, Alexander Payne…

Y volviendo a los libros, ¿cómo ves la literatura? ¿A quién lees?
¿Qué pienso sobre la literatura en general o sobre la que se hace ahora o sobre cómo escriben los jóvenes? Es que me gusta repreguntar.

Sobre lo que se escribe actualmente.
Soy muy irregular, entro y salgo mucho en la literatura contemporánea, soy más de leer cosas raras, antiguas, curiosas. De repente me salta a la conciencia de no estar leyendo a mis contemporáneos y me compro uno, lo leo y con eso ya tengo para dos o tres meses… vacunado de contemporaneidad vuelvo a los clásicos. Me gustan los libros raros. Por ejemplo, el otro día me compré en los encantes, en francés, porque estaba ahí, Las memorias del peluquero de María Antonieta. Y es curioso puesto que a ella le cortaron la cabeza y él sabía mucho sobre eso.

¿Y algún contemporáneo que te guste?
Monsiváis. Me encanta Monsiváis, me encanta Montalbán. Me encantan la gente que mezclaba literatura, periodismo, cultura popular, esa gente que tenía el oído puesto en la radio, las manos en el teclado y la vista en el periódico. Y fuuun atravesaban la vida inmediata, la vida cotidiana. Me encanta esta gente. Me encantaba Eduardo Haro Tecglen, que murió hace cinco o seis años o diez, vete a saber, ya he perdido la cuenta. Era un columnista que escribía en El País, que había sido el director de la revista Triunfo, un periodista que llevaba la sección de televisión de El País pero era experto en Política Internacional y hablaba de su especialidad desde la sección de televisión. Y cuando se aburría de hablar de política internacional, hablaba de teatro, casi nunca de televisión. Montalbán lo mismo. Me gustaba Fernando Poblet, que era un periodista de Radio Nacional que no sacó casi libros pero los textos que leía en la radio se los publicaban luego en Lumen. Me encanta la literatura fungible, la que se consume en el acto de escribirse. Él la escribía para leerla al cabo de una hora en directo por la radio. Me gustan los periodistas que escriben para que se lea al día siguiente. Monsiváis tiene un articulazo sobre el primer concierto de Rafael en México, es alucinante, es increíble. Ahora suena vintage pero él lo hizo en el momento, no lo hizo ahora, y era muy pop.

¿Qué te suscitan esos grandes escritores, como Borges o, en México, Octavio Paz?
¿Los clásicos? Rulfo, sobre todo. Pero es absurdo empezar a dar clásicos porque los das todos. Son inevitables, por eso son clásicos porque no puedes pasar sin leerlos, están ahí y te los encuentras a los quince, y si a los quince te los saltas, te los encuentras a los veinte, y si a los veinte te los saltas, te los vas a encontrar más tarde…

Pues hagamos la pregunta al revés, ¿cuáles son infumables?
¿Infumables?

Para saber lo que no hay que leer…
Te puedo decir lo que no voy a leer yo, no lo que no vas a leer tú. Tus infumables son distintos a los míos. Cada uno se fuma su tabaco, aquí no se invita a nadie, tío.

Cuando lees entrevistas a escritores y de alguna manera te conformas lo que hay que leer y lo que no, por eso te lo preguntaba…
Al principio puede que sí, es como si vives en un piso alquilado, con los muebles, pero al final, el piso acaba siendo tuyo, tiras los muebles de los demás y pones los tuyos. Al principio también lees opiniones de escritores y cuáles son sus influencias pero al final se acaban imponiendo las tuyas… acabas descubriendo las tuyas.

Es probar, ¿no?
Es la vida.

A veces tengo la sensación de que leer entrevistas es algo que no deberían hacer los que quieren ser escritores para no acabar con la cabeza a punto de estallar. Cada uno da sus influencias, sus métodos de escritura, sus rutinas para escribir.
Hay entrevistas fascinantes. De repente coges a un gran entrevistador, entrevistando a un buen escritor y alucinas hasta dónde lo lleva. ¡Hay que leerlo todo! Si está escrito, hay que leerlo. Es nuestro veneno, es nuestra droga. Podemos estar leyendo un cartel: “Sangría, zumo de naranja…”, los papeles que cuelgan con celo de los árboles y los buzones… hay que leerlo todo.

Hay que leerlo todo pero parece que cada vez se lee menos, que estamos metidos de lleno en la cultura de la imagen y no tanto en la de la palabra.
Pero parece que es verdad. Que se vuelve a imponer la imagen. La gente ahora prefiere ver una teleserie que leer una novela buena o mala. Antes la gente se compraba libros, ahora la gente se compra la serie del año.

La pregunta es: ¿adónde va a parar esto?
No lo sé. Pero fíjate adónde fue a parar la Prehistoria, el Neolítico… pues hasta la Revolución Industrial. Ahora, no sabemos dónde iremos a parar nosotros. Seremos diferentes, tenemos intuiciones. Mary Shelley lo intuyó, que se harían hombres con trozos de muertos. Es una intuición muy basta pero ahora, Cronenberg lo volvió a intuir de otra manera. Y en la medicina, se ve. Se pueden poner corazones creados artificialmente, te pueden poner prótesis artificiales, la “nueva carne” se llama eso.

Impresión 3D de órganos.
Yo de eso prefiero no saber. No tengo la capacidad fabuladora, creo que no la ha tenido casi nadie. Incluso los autores de ciencia ficción que acertaban en ciertas cosas, no adivinaban las formas del futuro; las formas son imprevisibles.

Y esto de los órganos ¿a qué ha venido?
Porque nos hemos juntado a tomar café, tío. Vaya ganas de hablar. Me has dejado sin oxígeno.

Esta entrevista se ha realizado en el marco de las actividades del Curso de Periodismo Cultural de Revista de Letras.

Albert Alexandre

Albert Alexandre (Barcelona, 1987) es licenciado en Historia, tiene un Máster en Creación Literaria y otro en Literatura, Arte y Pensamiento. Ha colaborado como articulista en medios como 'Cultura Colectiva', 'Culturamas', 'Código Nuevo', 'Vice', 'La Directa', 'Arainfo' o 'El Cotidiano'.

1 Comentario

  1. Me ha despertado Javier la curiosidad por ese recopilatorio de textos de Fernando Poblet editado por Lumen, pero no soy capaz de dar con él. Me pregunto si no será un volumen más amplio, de varios autores, porque lo único que encuentro de Poblet no es de Lumen («Tú serás Baudelaire», «Contra la modernidad» y «Diabluras»).

    ¿Alguna pista más para encontrar el libro de Poblet?

    ¡Gracias!

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