Continuación natural de Sobre el envejecer, Levantar la mano sobre uno mismo (Hand an sich Legen. Diskurs über den Freitod, 1976) de Jean Améry retoma el concepto de Discurso -el subtÃtulo del libro es: Discurso sobre la muerte voluntaria– procedente de la literatura del Renacimiento, del Barroco y, particularmente, de la Ilustración, para redactar un texto en el que los argumentos subjetivos tienen preferencia sobre cualquier otra consideración cientÃfica, técnica o estadÃstica. Se trata, por tanto, de un intento de mirada desde el punto de vista del suicida, del ser humano que opta por la muerte voluntaria -el propio subtÃtulo alude a ella-, y no de un tratado de «suicidiologÃa». La calificación de «voluntaria» excluye, en principio, los suicidios reactivos, aquellos que se basan en una razón médica, psicológica o social, para centrarse en las decisiones que se toman sin ninguna constricción, en absoluta libertad, aun bajo las presiones más insoportables; por esa razón Améry descarta el término «suicidio» para optar por el más preciso «muerte voluntaria», cuya traducción se ajusta mejor al término alemán del tÃtulo, «Freitod», muerte libre, más cercano a «Selbsmord», autoasesinato, que el genérico «Suizid», literalmente, suicidio.
La lógica de la vida implica envejecer y esperar la muerte y la muerte voluntaria rompe esa lógica; sin embargo, el sendero que lleva a ambas es parecido, aunque en la segunda opción se podrÃa hablar de un atajo. En todo caso, la decisión consciente impone otra lógica, basada en unos parámetros distintos, que eluden los dictados de la ley de la sociedad, basada en normas que abominan del suicidio aunque se violen conscientemente, y de la ley natural, que aboga por la conservación a ultranza de uno mismo.
El lenguaje acude con premeditación para aceptar o rechazar una actitud determinada; por ejemplo, con el uso que se hace de la expresión «muerte natural», calificativo que se emplea solamente en el caso de fallecimiento debido a la edad avanzada cuando, en realidad, deberÃa incluir también la muerte por enfermedad, un caso totalmente natural -el virus, la bacteria, el cáncer, son fenómenos plenamente «naturales»- o la muerte por propia mano, resultante del ejercicio de la libertad por parte del ser humano, y de un sistema de decisiones de base orgánica y, por tanto, «natural»; tan sólo el asesinato -la interferencia en la realidad de otro y la acción contra su libertad- y la muerte por accidente podrÃan ser consideradas muertes «no naturales» por ser intromisiones artificiales en el curso natural.
Améry ahonda, en su tesis, en la distinción entre el cuerpo y el yo, ambos en armonÃa en situaciones habituales: el yo reconoce su parte material y el cuerpo se ajusta a aquél. Sin embargo, pueden darse situaciones disociativas, cuando uno u otro se sienten extraños: el cuerpo no reconoce el yo y se producen fenómenos divergentes; la situación de muerte voluntaria procederÃa de una de esos desajustes: el yo ya no siente el cuerpo como su manifestación, y esa rotura le lleva a prescindir del cuerpo.
En lo que hace referencia al aspecto social de la muerte voluntaria, Améry profundiza en la paradoja de que la misma sociedad que es incapaz de procurar el bienestar de sus componentes, llegando, en casos extremos, a exigirles que sacrifiquen su vida, estigmatiza el suicidio no ya como una conducta insocial sino también, directamente, como un atentado contra su esencia. Una prohibición por imperativo humano que, igual que en el caso de los creyentes, éstos por imperativo divino, impide el ejercicio de libertad supremo: decidir sobre la propia existencia.