Jean Meckert | Foto: Ediciones Las Afueras

Los golpes

/
Jean Meckert | Foto: Ediciones Las Afueras

«Los golpes son jaque mate, se plantan y punto.»

París, años 30. A pesar del espejismo de pertenecer al bando ganador, Francia vive aun en pleno estrés postraumático provocado por la IGM y con el pálpito de que el pasado enfrentamiento dejó sin cicatrizar unas heridas que volverán a sangrar. En este extraño ambiente post y prebélico a la vez, que fue el entorno de aprendizaje de Jean Meckert -vale la pena echar un vistazo a su biografía, con una vida digna de una novela- es el ámbito en el que suceden los hechos narrados en Los golpes (Les Coups, 1941).

«La vida, para llenarte, empieza siempre por abajo. Activé los genitales antes que mi cerebro. Los que quieran repescar a tipos que van a la deriva con sermones vehementes, deberían meterse esto entre ceja y ceja.»

Félix, un tipo sin demasiadas aspiraciones, sobrevive de trabajos ocasionales. Con el tesón y la insistencia que es incapaz de poner en las cosas importantes, consigue conquistar a una compañera de trabajo aunque sin librarse de toda la parafernalia asociada, el tributo de las visitas y las presentaciones familiares, la socialización de su situación irregular, lo que le obliga a desplegar todos sus recursos en cuanto a la hipocresía y la lisonja. Asediado por un entorno hostil, Félix intenta refugiarse en la rutina y, para mantenerla viva, nada mejor que la vida marital.

«Pensándolo bien, en aquella época viví la auténtica felicidad, sin quebraderos de cabeza; me dedicaba sólo a vivir con una mujercita de los más apetecible. Ahora, cada vez que quiero encontrar momentos frescos y felices en mis recuerdos, ahí me detengo, en aquella época egoísta, cuando los dos mandábamos a la mierda al resto del mundo.»

Agazapado detrás de la perentoriedad y la desazón de una vida que se consume al día, Meckert expone con fidelidad las dificultades con que los obreros deben afrontar los retos de un mundo en el que el capitalismo, auxiliado por la guerra, ha acabado por imponerse, echando al margen al trabajador manual e instaurando la beneficencia como sistema de dominación; obreros que, en según qué medios, son todavía vistos como una especie híbrida y que tienen que cargar con el desprecio, a menudo en forma de condescendencia, de una supuesta burguesía que, en realidad, está justo un peldaño por encima de ellos y cuyo movimiento en la escala social está más próximo al descenso que al ascenso hasta el inmediato superior.

«Me incliné sobre el agua, visualizando cómodamente la imagen de mi suicidio, para expulsar así la porquería que me asediaba. No tenía más que mi sudor para acercarme al mundo. No puedo expresarlo. Habría querido aplastar todas esas asquerosas palabras, esos inmundos artefactos. Necesitaba una guerra contra las sucias palabras, ¡un gran exterminio!»

Seguramente es incurrir en una simplificación, pero es posible que la agresividad del sistema contra el individuo, es decir, un entorno social violento, favorezca la aparición de conductas violentas en estos; en todo caso, la agresión es la verdadera protagonista del texto, representada por los diversos episodios en los que se manifiesta el sustantivo del título: los golpes del martillo contra la chapa en el taller, los golpes de la prensa moldeando el cobre, los golpes en forma de desprecio de la familia política, los golpes para romper el retrato de Bernard, los golpes de cabeza contra la madera de la caja y, finalmente, como colofón -o como conclusión-, el maltrato hacia Paulette.

«La felicidad es siempre un poco obscena, si te paras a pensar.»

La mejor caracterización de un personaje no es aquella en que el resultado es más preciso, el que se ajusta más a la realidad, sino la que recoge las particularidades que lo definen mejor. Cuando es el mismo personaje el que interviene en el propio relato, no se necesitan ni juicios de valor ni justificaciones, el individuo habla por sí solo y las explicaciones están de sobra.

«No obstante,. tengo que explicar un poco todo esto, recortarlo en diferentes partes para uso externo. Es más duro de lo que se cree, si quiere explicarse sin faltar a la verdad, pues a menudo lo verdadero no es nada, puro viento, psss, pasa, ya ha pasado, se fue lejos, como la iluminación de la estación nocturna a cien por hora. Hay que desconfiar del pasado, es una regla general. Desde el momento en que ponemos en juego la memoria o la imaginación, tendemos a simplificarlo todo, a falsearlo.»

La experiencia de leer Los golpes es desagradable e inquietante; eso era justamente lo que buscaba el autor.

«La vida no es más que eso, naderías de las que hacemos un mundo.»

Jorge Pisa Sánchez

Jorge Pisa Sánchez (Barcelona, 1976), licenciado en Historia. Ha escrito dos libros en la colección Breve Historia de la editorial Nowtilus y ha colaborado en diversos proyectos y revistas digitales. Dirige la sección de teatro de la web www.indienauta.com y el blog Culturalia.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Casandra y el lobo

Next Story

La gente son los nuestros o todos los demás

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield