En alguna parte de la Antártida, una tierra de temperaturas lunares en la que nada crece, un pingüino abandona la seguridad de su colonia para adentrarse en el corazón del continente, dónde, lejos del sustento del océano, seguramente morirá. Es una escena de Encuentros en el fin del mundo, un documental en el que Werner Herzog se pregunta si la monotonÃa cromática de esos alrededores, o el tedio de vivir en comunidad, es lo que lleva a algunas de estas aves a perder el juicio, a reducirse a la más pura locura y embarcarse en campañas inútiles. De nada servirÃa incluso si alguien retuviera a uno de estos pingüinos desquiciados, asà los llama, y lo llevara de vuelta con los suyos. Al poco tiempo escaparÃa de nuevo hacia la soledad del interior.
El desinterés con el que este pájaro gordinflón se desliza hacia la muerte hace pensar en los grandes alpinistas, en los exploradores de los polos y el fondo marino, que, poseÃdos por el paisaje, arriesgan la integridad de sus cuerpos y mentes en favor de una sensación casi mÃstica que la mayorÃa de nosotros jamás podremos experimentar. También aquà hay un poco de espacio para Nietzsche; der Ãœberpenguin que, con su voluntad inquebrantable hacia las cordilleras de hielo, recuerda a esa famosa pintura, El caminante sobre el mar de nubes, de aquel otro germano: Caspar David Friedrich.
Es difÃcil ignorar los paralelos entre las maneras de los pájaros y las nuestras. Juegan y exploran, se deprimen y al rato se alegran. Guerrean y hacen las paces. Los hay solitarios y quienes prefieren la cháchara del grupo. Unos incluso son monógamos mientras que otros se decantan por el poliamor. Luego están los que enloquecen. Entre los ornitólogos, como entre otros sabios, antropomorfizar a las aves es un pecado, una flaqueza del observador que contamina las conclusiones derivadas de sus investigaciones. Es una postura que bebe tanto de Descartes, para quién los animales eran solo autómatas sin voluntad ni espÃritu, como de las fuentes más rancias del judeocristianismo, dónde, palabra de Dios, la naturaleza es solo una comodidad más para ser explotada por los hombres. Una posición intelectual que, parece, está comenzando a ceder en unos frentes, ahora que se habla sobre posibles niveles de consciencia en algunos mamÃferos terrestres y acuáticos.
Con todo eso, en El ingenio de los pájaros (Ariel, 2017), Jennifer Ackerman hace lo posible por no atribuirles cualidades humanas, aunque para eso estamos los lectores. Junto con los datos duros sobre su neurologÃa, genética y fisiologÃa, también hay vistazos a gorriones tramposos, cuervos que pelean con armas, pergoleros frustrados por el desamor y buitres africanos que esperan con paciencia a que alguna mina detone para ganarse una comida fácil. Aún asÃ, nos recuerda, se trata tan solo de instancias que alguien más ha dicho ver entre las ramas de los árboles o bajo las nubes. Evidencia anecdótica, que, en ciencia, es poco más que un relato interesante, pero nunca una prueba de laboratorio sobre la aptitud mental de ciertas aves, mucho menos sobre una forma de reflexión profunda. Ya no se hable de la personalidad individual.
Para apoyar su tesis, Jennifer Ackerman cita estudios y experimentos que en los últimos años han alumbrado los matices y sutilizas de la inteligencia aviar. Reyes entre todos ellos son los córvidos, esa familia de picos negros a la que pertenecen urracas, cuervos y grajas, tan brillantes como sombrÃos, aunque no por eso los únicos con lucidez en el cielo. Incluso las palomas, tan comunes y corrientes, poseen un intelecto matemático, además de una capacidad para diferenciar, por ejemplo, entre Picasso y Monet.
Contrario a lo que podrÃa creerse, no es una lectura ligera. Tampoco es un ensayo literario sobre historia natural y reflexión personal, como los escritos por Robert McFarlane, Philip Hoare o MarÃa Belmonte. Es divulgación cientÃfica pura, de esa que se permite poco espacio para teorizar, por no decir fantasear, más allá de los datos, aunque detrás de los términos técnicos y descripciones de experimentos, algunas veces interminables, se encuentran pincelazos de paisajes exóticos, casi góticos, como las junglas de Nueva Caledonia y los bosques que rodean algunas pequeñas ciudades de América y Europa.
El peso de su contenido técnico no debe desalentar a quienes estén interesados por las aves, pero prefieran una lectura más accesible. Con tres décadas de escritura cientÃfica y colaboraciones en revistas como National Geographic y Scientific American, Jennifer Ackerman presenta ideas y teorÃas sin pompa ni jerga complicada. Nunca está de más saber de antemano un poco sobre la evolución y la estructura de los cerebros, pero no se necesita ser un iniciado para comprender y sacar provecho de toda esta información.
La única gran falta aquà es la misma que se encuentra en muchos otros libros de su tipo; la pobreza gráfica. Aunque cada capÃtulo está precedido por las ilustraciones de John Burgoyne, no son suficientes para un texto por el que desfilan clases de pájaros de los que muchos nunca hemos escuchado hablar antes. Nadie puede acusar a la naturaleza de tacañerÃa creativa. Y aunque es cierto que una búsqueda rápida por internet soluciona el problema, también es cierto que interrumpir la lectura cada siete minutos no es una práctica agradable. Se debe de encontrar una alternativa para presentar imágenes en libros como este, en caso de que estas encarezcan los precios de la publicación. Tal vez una página web que divida las fotografÃas por capÃtulos y orden de aparición, una que el lector pueda tener abierta en su teléfono móvil mientras avanza en la lectura. EstarÃa indexada en los motores de búsqueda y, a su vez, atraerÃa nuevos lectores, manteniendo asà vigente al libro. Soluciones más ingeniosas deben de existir.
Editorial Ariel hizo bien en traer este libro, y podrÃa traernos otros más de la autora, como Notes from the Shore, y Chance in the House of Fate. Con una traducción de Gemma Deza Guil, que debió ser complicada, pero ha sido muy bien lograda, El ingenio de los pájaros ya va por su tercera edición. Si se tiene suerte, es posible encontrar en la librerÃa una elegante caja en la que se incluye, además del libro, un cuaderno poético de campo. Asà cada uno podrá registrar sus propias observaciones de las aves que habitan en nuestras ciudades y parques. Como la ahà escrita por Arthur Lundkvist, para quien:
«La urraca, la viuda alegre, rÃe/pese a sus hijos desprotegidos, rÃe/por los robos cometidos y por los que va a cometer».