Los claroscuros de la condición humana

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 Joël Dicker | Radio Télévision Suisse | WikiMedia Commons
Joël Dicker | Radio Télévision Suisse | WikiMedia Commons

Confieso que siempre me ha costado iniciar la lectura de un best seller y más cuando éste es voluminoso, quizá porque a la extensión se une generalmente, matizo, no siempre, la falta de posibilidades artísticas y recursos literarios que intrínsecamente condicionan este tipo de obras, aunque no por ello menos interesantes. Sin  embargo más allá del boom que El libro de los Baltimore, de Joël Dicker, ha supuesto en los mercados editoriales, he de reconocer mi interés, como imagino que el de muchos lectores, hacia los temas planteados por el joven novelista suizo. Los caminos tortuosos de la condición humana, siempre presentes en la novelística universal, no dejan de sorprendernos debido a nuestra disposición natural de seres humanos. Esa aptitud tan nuestra puede generar serias controversias en cualquier momento. Por ello no debe de extrañarnos que detrás de una excelente relación de amistad puede acechar sigilosamente la sombra mezquina de la envidia que convierte al hombre en una fiera para el propio hombre. No importa su procedencia ni los lugares que visita.

Hermann Hesse en su obra El lobo estepario se empeña precisamente en iluminar la zona oscura de la condición humana con el fin de mostrar su carga trágica y su incierto destino a través de una cruel lucha entre el “yo” interno y el lobo que todos llevamos dentro. Una fiera similar desataría el encarnizado combate que libraría consigo mismo el joven estudiante Raskolnikov en Crimen y Castigo, de Dostoyevski, en su creencia de justificar la maldad si ésta adquiría fines humanitarios. Asumida su culpabilidad arrastraría el sufrimiento de una constante pesadilla en aras de su purificación interior. En El libro de los Baltimore, la controvertida naturaleza humana asoma detrás de los personajes, unas veces de manera latente y otras de manera ostentosa, empujada por una fascinación entre ellos que genera envidias y celos, pero también malentendidos. Un espejo extrapolable a la vida diaria que traduce los problemas del ser humano con uno mismo. La novela refleja la tendencia a imaginar que la felicidad de los demás es superior a la nuestra por haber conseguido más éxitos, cuando normalmente, o no es el caso, o no tenemos ni idea de que así sea. La actitud que presentan los personajes esbozados por Dicker no difiere mucho de la que podemos distinguir en la sociedad actual, hedonista y apresurada por alcanzar  el reconocimiento y la brillantez en el menor tiempo posible.

El entusiasmo mostrado hacia ciertos estereotipos sociales de cualquier índole en los medios de comunicación, y más recientemente en las redes sociales, no es más que una versión arbitraria y lejana de la realidad. Esta distorsión de las imágenes es la sufrida por todos los personajes de la obra, pero más apreciable si cabe en la figura de Marcus Goldman, protagonista y narrador de la historia. Perteneciente a la rama más modesta de los Goldman, los de Montclair, vive en una vivienda modesta de una pequeña ciudad de New Jersey. En cambio los Goldamn de Baltimore encarnan el logro del sueño americano y su posterior destrucción. Son prósperos, a los que la suerte siempre les ha sonreído y habitan una mansión en un barrio de la alta sociedad de Baltimore. En este contexto social, no es de extrañar que la infancia y la adolescencia de Marcus quedara marcada por un halo de admiración que en el fondo no era más que un sentimiento de inferioridad ante el lujo, el derroche y el brillo social que desplegaba su familia de Baltimore. En cambio la fascinación se apagaba cuando regresaba con disgusto a su casa de Montclair. Prefería la buena comida y el esmerado servicio de casa de sus tíos que ir a comer una pizza con sus padres. Sentía celos de sus primos Hillel y Woody de poder disfrutar una vida más acomodada que la suya. A su vez los inseparables hermanos también tenían envidia entre ellos. Hillel, de complexión débil, se sentía acomplejado ante las excepcionales cualidades de Woody para jugar al fútbol, físicamente más fuerte y robusto. Al contrario Woddy admiraba la formación tan completa que tenía Hillel que parecía saberlo todo. Todo ello quedaría desmontado por el Drama, un recurso que Dicker explota desde el principio de la novela para mantener el interés hasta el final de la narración. El suspense desembocará en una tragedia familiar por el descarrilamiento de aquellos seres tan queridos como idolatrados por Marcus.

Alfaguara
Alfaguara

La agilidad narrativa y una prosa tan sencilla como bien construida, se alían con una intriga hábilmente manejada por el autor. Razones suficientes para que la historia de los Baltimore, plagada de anécdotas y detalles consiga atrapar al lector desde el inicio, que no es poco, sin que apenas decaiga a lo largo de todo el relato. En este sentido, Dicker dosifica eficazmente el tono trepidante de la acción situando al final de cada capítulo un suceso inesperado, una reacción sospechosa de un personaje o una información inquietante, cuyo desenlace permanece abierto hasta retomarlo en otro momento de la historia. Esta opción recuerda, sin menosprecio por ello, al modo inquietante con el que suelen finalizar los episodios de ciertas series de telefilmes para así tener en vilo al televidente. Para ello el autor se sirve de bruscos giros argumentales y continuos saltos en el tiempo, anacronías que ayudan a desvelar los entresijos más íntimos de ambas familias en determinados momentos de sus vidas. Esta distorsión del tiempo centra el objetivo de Marcus convertido en narrador de un viaje al pasado con el que pretende averiguar las causas que desencadenaron el Drama y alcanzar su particular redención sumergiéndose previamente en los meandros de su juventud, como él afirma, la suya propia y la de sus primos. En ese ejercicio memorístico sobre la retrospectiva de sus conductas, advertimos un guiño a la novela de John Steinbeck De ratones y Hombres. La historia de dos buscavidas, George Milton y Lennie Small, los equivalentes de sus primos Hillel Goldman y Woodrow Marshall Finn. Tanto Georges como Wood ejercen la función de ángeles de la guarda de Lennie y Hillel, ambos de naturaleza más débil por diferentes motivos, aunque en el fondo desplegarán un periplo muy similar. Todos ellos necesitaban el apoyo del contrario aunque su relación personal se tiñera de amor-odio, circunstancia que en Libro de los Baltimore, acaba de forma trágica.

El estudio sobre las reacciones emocionales de los personajes efectuado por Marcus no resulta una razón convincente para calificar El libro de los Baltimore de novela psicológica, pues a pesar de que el retrato nos acerca al interior de su realidad humana, el encasillamiento en este tipo de novela desvaloriza la trama en favor de los tics psicológicos, y ese no es el caso del relato de Dicker. Lo cierto es que el tiempo,  gran protagonista en la estructura literaria de esta obra, ha derrotado al espacio, resignado a ser meramente una pantalla, o una simple referencia, tal y como ocurre habitualmente en la novela actual donde los lugares han desaparecido “o han pasado a ser, sencillamente, lugares” según apunta Félix de Azúa en Lecturas compulsivas. Y lo cierto es que la elitista vida de los Baltimore tejida y ambientada en lugares tan sugestivos como Coconut Grove, al sur de Miami, de gran belleza natural, Boca Ratón o Long Island, merecía un mejor tratamiento del autor. A través de Marcus, Dicker sólo ha proporcionado breves indicaciones espaciales ligadas a la bondad del paisaje como antídoto al decaído ánimo del joven narrador:

“A nuestra espalda, el paisaje sublime del lago y de las palmeras, sonrosadas por el sol de poniente”.

Excepcionalmente añade en otro pasaje una nostálgica evocación referida a un feliz pasado adolescente sin mayores preocupaciones que vivir el momento junto al lujo y la comodidad de la regalada vida  de los Baltimore:

“Había cambiado el enlosado de la piscina pero había conservado la fuente de mis ensoñaciones y el sendero de piedras que serpenteaba entre macizos de hortensias hasta la playa de arena blanca cuya orilla lamía el océano azul cielo”.

Dicker ha preferido sacrificar el elemento espacial en favor de la velocidad del relato, tal vez pensando en un lector actual más interesado en conocer apresuradamente los hechos de la historia que el tipo de espacio que los ha desencadenado. No se trata de ornamentar los textos con detalles innecesarios e irrelevantes, sino de entender la acción humana que ha transformado el lugar en espacio mediante sus vivencias, sus encuentros, sus consensos y sus conflictos. Y en la historia de los Baltimore han existido razones suficientes para un apreciable estudio de la alianza del espacio con el tiempo. Una oportunidad perdida en favor del tiempo que se ha alzado con todo el protagonismo estructural de la novela. Junto a esta opción queremos suponer  igualmente que quizá Dicker prefiriera prescindir de la espacialidad ante el carácter universal del conflicto planteado, pues al fin y al cabo el mensaje subliminal de esta historia es mostrar el canibalismo humano como último recurso para salir ileso de la selva en la que vive atrapado, inmerso,  el género humano.

La misión purificadora de Marcus buscando la verdad llega al final de la obra, cuando ya convertido en escritor decide poner orden en los claroscuros de su conciencia escribiendo aquella novela que, esquivando los reproches de su vecino de Boca Ratón Leonard Horowitz, siempre se resistía y nunca pasaba del folio en blanco. Sumergido en esa redención, Marcus dirige su mirada nostálgica y fraternal hacia el pasado consolándose de las desgracias ajenas, sin olvidar sus tiempos felices junto a su familia de Baltimore. De manera ficcional, el joven escritor dialoga con sus primos y sus tíos de la misma manera que el Dr. Reis, en la novela de Saramago El año de la muerte de Ricardo Reis, lo hiciera con el fallecido Pessoa revisando el pasado y los detalles íntimos del célebre poeta portugués. Como única opción para revivir a sus primos, Marcus había optado por narrarlos recordando los momentos alegres que los había unido. Pero la magia se desvanecía cuando el padre de Marcus abría la puerta de la habitación. Como ratones asustados Woody y Hillel escapaban por las rendijas de la tarima. Sus primos nunca dejaron de ser ratones, en cambio Marcus se había convertido ya en todo un hombre y un prestigioso escritor. ¿Será Marcus Goldman el alter ego de Joël Dicker? Él siempre lo niega. No importa, está en su derecho.

Francisco López Porcal

Francisco López Porcal (Mislata, Valencia, 1957). Tras licenciarse en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia y doctorarse por la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia, con una investigación acerca de la noción de imaginarios en el espacio ciudadano y sus conexiones con el discurso ficcional de la novela, es colaborador en prensa diaria y en revistas especializadas. Ha publicado en 2019 el ensayo 'La Valencia literaria desde el espacio narrativo' (UNED Alzira-Valencia. Vol 47 colección interciencias) y su primera novela 'Atrapados en el umbral' (2019. Valencia, Ed. Sargantana Spain.

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