Hay libros que la pátina del tiempo los cubre de misticismo, idolatrÃa y prestigio. Los convierte en clásicos, en sÃmbolos o emblemas de un momento determinado, de una queja o de un ensalzamiento concreto. Johnny empuñó su fusil llega a las librerÃas en esta nueva edición de Navona Editorial con la etiqueta inseparable de libro antibelicista. Más allá de pacifismo, es decir, de canto a la paz, se trata de una novela que desnuda la realidad de la guerra, cualquier guerra, y nos pone delante nuestro la cruda verdad de lo que significan las luchas armadas:
“cuatro quizá cinco millones de hombres muertos sin que ninguno de ellos quisiera morir mientras cientos quizá miles se volvÃan locos o quedaban ciegos o lisiados sin poder morir no importa lo mucho que lo intentaran.â€
Y, de entre estos cientos o miles, Dalton Trumbo nos muestra la experiencia de Johnny, un joven normal con un futuro tradicional por delante, con una novia que le espera para casarse, a quien la guerra se lo ha arrebatado todo salvo la vida dejándolo convertido en un tronco inerte incapaz de moverse ni comunicarse. Un retrato vegetal de la guerra.
“Con él la gente no aprenderÃa mucho sobre anatomÃa pero aprenderÃa todo cuanto habÃa que saber sobre la guerra. SerÃa grandioso concentrar la guerra en el tronco de un cuerpo y mostrárselo a la gente para que pudieran ver la diferencia entre una guerra en los titulares de los periódicos y en las bonos de la libertad y una guerra que se libra solitariamente en el barro en alguna parte una guerra entre un hombre y un obús altamente explosivo.â€
Pero, como ocurre a menudo con las etiquetas, son incapaces de contener todo aquello que pretenden albergar. Johnny empuñó su fusil es un libro antibelicista, sÃ, pero es mucho más. Es un viaje al corazón de las tinieblas que nos rodean y nos amenazan constantemente; al mundo corrompido y violento que encadena guerra tras guerra. Pero, también, es un viaje al interior desconocido, olvidado, aislado, del individuo. Un descenso a las profundidades del ser que se halla alejado de la sociedad pero que, a pesar de todo, se niega a huir de ella. Que lucha para volver a formar parte de ella, primero a través del cálculo del tiempo, sÃmbolo inequÃvoco de la humanidad, una de las creaciones humanas de control más maquiavélicas, y después a través del intento de comunicarse con los demás, con el mundo exterior del que su condición no le permite participar.
Muchos de los párrafos del libro, vaciados de comas para poder mostrar el flujo de pensamiento del protagonista que ya hizo grande a Joyce o Saramago, se convierten en una pugna por, primero, descubrir qué significa ser hombre, qué elementos necesita un hombre para seguir siendo considerado hombre y, después, para entrar en contacto con otros seres humanos. Tal vez porque el hombre en soledad no es hombre. No sabemos lo que es porque no podemos compararlo con otros elementos. Parafraseando a Harold Pinter, si solo hay uno de una cosa, no podemos saber si se trata del mejor. O del peor. O tal vez ni si en realidad es lo que afirmamos que es. Johnny, tumbado en su cama, su cárcel sin barrotes, se pregunta sobre la identidad, la individual y la colectiva, sobre la insensatez de las guerras y las luchas por la supuesta democracia, sobre las patrias, la libertad, la amistad, el amor…
Dalton Trumbo nos dibuja brillantemente este terrible retrato de un ser a quien le han arrebatado el cuerpo y se pregunta, nos pregunta, ¿qué puede hacer un hombre a quien le han anulado el cuerpo? ¿Qué puede hacer una mente que no cesa de pensar pero que está incapacitada de conectar sus ideas con las sensaciones fÃsicas de un cuerpo? ¿Qué diabólico castigo cartesiano ha dejado a esta res cogitans sin posibilidad de una realidad empÃrica? Porque, “cómo podrÃa demostrar que estaba despierto si no podÃa abrir los ojos y mirar a su alrededor en la oscuridad?†¿Qué puede hacer que no sea enloquecer?
Y asà lo vemos desde las primeras páginas del libro hasta el final cargado del anti belicismo más visceral. Trumbo muestra la angustia, el pánico, los sudores no percibidos fÃsicamente, los gritos no emitidos, los golpes no dados que Johnny lucha por realizar pero no puede. La angustia opresora de una mente sin cuerpo vivo, sin posibilidades de mejorÃa que, a pesar de todo, sigue viva. No tiene, pues, que sorprendernos la conclusión a la que llega:
“nada era real salvo el dolor.»
Y, a veces, ante la irrealidad de las barbaridades que nos escupen televisores y redes sociales, no podemos evitar plantearnos si en realidad, y por desgracia, no sea asÃ.
Buena reseña sobre la novela. Pero… ¿no creen que no es lo mismo empuñar un fusil que cogerlo? Para mà esa mala traducción, la palabra empuñar existe en inglés, rompe la obra por la mitad.