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Madre lluvia

El crítico literario y poeta José Antonio Santano cierra el ciclo biográfico que inició con 'La voz ausente', con su último poemario | Foto: Pixabay

José Antonio Santano (Córdoba, 1957) es crítico literario, cofundador de la Asociación Internacional Humanismo Solidario y un poeta que ha conseguido forjar una obra poética imprescindible y singular entre los demás poetas de su generación. Además, su labor como crítico literario no pasa desapercibida y hoy por hoy es un referente a nivel nacional. Su poesía se ha ido desplegando por las editoriales españolas durante los últimos treinta años, algo que ha compaginado con la edición de revistas literarias (Cuadernos de Iponuba, Cuadernos de Caridemo); la coordinación de la colección Palabras Mayores de la editorial Alhulia; la publicación de estudios y antologías sobre poesía española contemporánea, así como una constante presencia en los medios de comunicación, audiovisuales e impresos.

Si en La voz ausente (Alhulia, 2017) Santano se dirigía a su padre, en Madre lluvia (Olifante, 2021) su voz, su recuerdo y su mirada orbitan y se enfocan en la vida de su madre; por tanto, podemos hablar de la culminación de un ciclo binario y biográfico que responde a una necesidad vital. Alfonso Berlanga Reyes, prologuista del libro, entiende este poemario como un viaje iniciático, un ejercicio memorístico en el que el poeta regresa a los tiempos de la Posguerra española, periodo en que su madre —a quien está dedicado el libro— tuvo que enfrentar las terribles circunstancias socioeconómicas y vitales que marcarían la infancia del poeta.

«Quiero cantarte, madre agua, desde la eterna gratitud», nos dice el músico peruano Alonso del Río en su canción titulada Madre agua, y este mismo deseo para compartir el poeta. Desde las gracias y el asombro los versos alzan el vuelo para convertirse en cántico: «Crece a la luz dorada de esa luna / que al águila en vuelo iguala, / permanece discreta en la suave / luz de su silencio». El poemario comienza sin una métrica fija, la extensión de los versos es desigual, incluso el poeta parece no haber puesto interés en evitar algunas asonancias: «y canciones de cuna / que en los años primeros / como gotas de lluvia / de la fuente rezuma»; los versos carecen de algunas comas, por lo que me inclino a pensar que el hablante lírico se deja atravesar por un sentimiento que lo atropella, de manera literal, y eso explicaría por qué encontramos páginas enteras en las que no hay ningún punto. El recuerdo de la madre arrastra las palabras, las imágenes, como un torrente.

El setenta por ciento de nuestro planeta es agua, y lo mismo ocurre con nuestro cuerpo. Los siete mares. Las gotas de agua suspendidas en el aire revelan al contacto con la luz angular del sol los siete colores que conforman el espectro del arco iris. No por casualidad, Santano ha recurrido a la primacía del heptasílabo, verso predilecto de los autores neoclásicos que estaba ya presente en textos del siglo XII, para vehicular un discurso poético que tiene alma de cancionero.

La lluvia adquiere un rol importante en este libro como elemento poemático. A toda la simbología asociada a ella, desde la fertilidad del cosmos, a la melancolía, la generosidad benéfica, el miedo a la tormenta, etc., hay que añadir un valor liminal que disuelve el tiempo y conecta al yo lírico con su pasado, intentando recomponer con ello una identidad fragmentada. Cuando el poeta ve llover, recuerda a su madre, y a su vez, la propia lluvia es madre porque es fuente de vida. Por tanto, el juego de palabras entre madre y lluvia no es baladí. Este libro podría haberse titulado perfectamente Madrelluvia. Esta construcción deviene en una suerte de dicotomía entre lo humano y lo natural, entre lo imprevisible y omnipotente, entre lo vívido e irrecuperable: por eso el poeta utiliza frecuentes aposiciones (casa infierno, lluvia origen) para tratar de describir conceptos que se desbordan. Al igual que en la poética de Álvaro Mutis, el poeta comprende el agua como vida, pero también, como sus metamorfosis.

El impacto de una gota de agua sobre la superficie del río provoca ondas capilares, y este poemario, por entero, es esa fluctuación. La madre espera en su sillón sin tiempo y en silencio el momento último, todo a su alrededor es quietud y emoción contenida. Los poemas van describiendo su pasado a medida que se van aquilatando, los versos se van puliendo, las palabras, convirtiendo en símbolos, nada queda atrás de esa corriente extraña que celebra, venera y llora en su catarsis la pérdida del más puro amor.

Al describir un periodo histórico de los más tristes y terribles que se han vivido en España, algunos poemas condenan el genocidio, la opresión, el hurto, convirtiéndose, por momentos, en poesía social: «hacia la infinitud / aquella de posguerra / de impíos generales / de obscenos tecnócratas / y de todos la usura». El hambre y el miedo, la preocupación por los hijos, el machismo, la indiferencia, la maldad: el calvario de la madre queda descrito con cruel precisión, empatizar con esa anciana moribunda solo puede hacerse con los ojos humedecidos. La voz de Santano descubre en la madre algo supremo, y por ello, se sacraliza. Su alocución es preca, canto ardiente, en los últimos poemas descubrimos que todo cuanto leemos no es más que un único poema interrumpido por apelaciones a la madre: «Madrenuestra que habitas / en el aire y la rosa». El hablante lírico interpela a su apóstrofe, su amado narratario, y crea con ello un devocionario historicista que justifica su angustia, su caer despacio, su esperanzada fe: «Madre lluvia tu nombre / entre gotas de lluvia / golpeando ventanas / corazones ausentes».

Sensorialidad, cromatismo, exquisitas figuras retóricas. Los recursos literarios y estilísticos que Santano despliega constatan la rotundidad de su experiencia. La riqueza del texto nos arroba como lectores y todo deviene en conmoción estética. La palabra limpia y sostenida con sensibilidad, desnuda el alma del poeta al mismo tiempo que hiere a sus testigos.

A pesar de encontrar los poemas sin títulos y no escindidos por una estructura temática, encuentro vestigios en algunas latitudes de su continuo fluir —metáfora del río de la vida— las partes de una plegaria tácita. Esta plegaria se va conformando lentamente a medida que avanzamos en la lectura y se intensifica de manera evidente conforme llegamos al final. La corriente de ese vita flumen desemboca en una imprecación dolorosa y sentida en la que si nos fijamos bien, se pueden distinguir sus diferentes partes: prefacio (aclamación), epíclesis (consagración), narración, anamnesis (memoria de la pasión y muerte) y oblación (ofrecimiento del sacrificio).

Llegado al último poema, titulado Plegaria, poco queda por implorar. La sensación que deja su lectura se acerca más al júbilo que a la elegía, hay más de celebración que de planto. Si la descripción de los recuerdos, la prospección de las heridas producían algunas sombras y silencios, el regreso a la tierra de la madre es una canción luminosa: « […] toda tú en los campos / en el agua de lluvia / en la aurora celeste / en la música clara». En definitiva, Madre lluvia es idolatría melódica, filarmónica veneración, la estremecedora y sincera devoción canto del hijo.

José Antonio Olmedo

José Antonio Olmedo López-Amor (Valencia, 1977). Escritor y poeta, crítico literario y cinematográfico, ensayista, cronista, articulista, divulgador científico. Titulado en audiovisuales. Redactor y colaborador en más de treinta medios de comunicación digitales e impresos

1 Comentario

  1. Enhorabuena, querido José Antonio. Tu poesía y tí mismo lo merecen.

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