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«Pasamos entre los altos muros de fábricas ciegas por calles completamente desiertas. Parece ser que los civiles llevan ocho dÃas viviendo en los sótanos. Una visión de De Chirico exacerbada por el eco sordo y desconcertante de las bombas, que siempre dan la sensación de caer lejos y de jugar al escondite con nosotros. Continuos aullidos de sirenas. Al fondo de las calles distantes flota una bruma gris de final de un incendio. Esas bombas lejanas y el misterioso adormecimiento resultan extraños, como golpes torpes a la puerta del castillo de la Bella Durmiente del Bosque.»
Gracias a la omnisciencia del narrador, llegamos a adentrarnos más en la conciencia del teniente G -el trasunto literario del autor- de lo que el propio Poirier nos permitió en su diario. Una de las razones de esta paradoja puede que sea el hecho de que en Recuerdos de guerra el papel del narrador es tan omnipresente -ya que escribe sobre sà mismo- que, en realidad, se nos ofrecen dos escenarios independientes aunque relacionados: lo que piensa -lo que escribe que piensa- y lo que sucede a su alrededor -lo que escribe que sucede-, y aunque ambos hechos ocurran de forma simultáneas no conforman sino dos realidades paralelas; en Relato, en cambio, al extraer al narrador del escenario, lo que piensa el teniente G -lo que dice el narrador que piensa- si sitúa en el mismo plano que lo que sucede -lo que dice el narrador que sucede-, colocando ambos escenarios al mismo nivel y, además, provocando que se produzca un solapamiento de verosimilitudes que apoya la autenticidad del conjunto, pues una y otra se apoyan mutuamente.
A pesar de que Gracq tiene pocas esperanzas de doblegar a un enemigo que supone más fuerte y mejor preparado, el deseo casi pronunciado de caer prisionero -y, por tanto, no morir en el campo de batalla- parece prestarle cierta esperanza. En Relato, esa esperanza se ha evaporado, el tono es mucho más pesimista -el autor, a diferencia de cuando escribió Recuerdos de guerra, sabÃa más que aquel y, por añadidura, conocÃa el resultado de la campaña- y la visión de la guerra como un suceso sin sentido mucho más acentuada.
«El teniente G estaba realmente pasando por un mal momento. Se sentÃa la cabeza como violentamente atenazada, y todo el resto del cuerpo hueco y blando, fláccido, súbitamente vacÃo de todo influjo nervioso: un acumulador que de repente habÃa quedado descargado. HabrÃa querido dormir, aunque solo hubiera sido un cuarto de hora, dejar atrás esas jetas que rezumaban catástrofe, dejar atrás esa charca, ese sotobosque de foso de lobos donde le parecÃa haber caÃdo como al fondo de una trampa. Se maldecÃa con amargura.»
Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia ClÃnica, FilosofÃa y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, crÃticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.