Metro de San Petersburgo | Foto: Tama66 | Pixabay Commons

Descubriendo la Rusia contemporánea

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Metro de San Petersburgo | Foto: Tama66 | Pixabay Commons

“Moscú, sin embargo, era un sitio especial para mí: era la ciudad en la que habían crecido mis padres, donde se conocieron. Era la ciudad donde nací. Y era una ciudad grande, fea y peligrosa, pero también era la cuna de la civilización rusa”.

En Un país terrible (Galaxia Gutenberg, 2020), segunda novela del escritor Keith Gessen, el autor nos sitúa en verano de 2008, cuando el narrador y protagonista, Andréi Kaplan, que, como Gessen, es hijo de emigrados rusos en Estados Unidos, regresa a Moscú para cuidar de su abuela nonagenaria, Beba Seva, mientras su hermano Dima, que reside en el país, debe abandonar este por problemas políticos ocasionados por su labor económica. Andréi tiene poco más de treinta años, es experto en literatura rusa y su carrera académica se encuentra en dique seco debido a una serie de malas decisiones: además de regresar a Moscú para estar con su abuela, su regreso esconde también el deseo de conseguir material de primera mano sobre Rusia a través de ella para una investigación. Sin embargo, Beba Seva da síntomas de demencia y poco podrá, a primera vista, aportar en ese sentido.

“Aparte de leer no había muchas cosas que mi abuela pudiera hacer dentro de la casa para entretenerse. Había vivido una vida difícil, y no había aprendido nunca a manejar el ocio. Siempre tenía demasiadas cosas que hacer. Y ahora que ya no, aquellas tardes tan largas se aburría y desesperaba si no tenía algún sitio adonde ir. Pero ir a algún sitio no era fácil”.

La ubicación de la historia en 2008 resulta de gran relevancia: no solo fue el inicio de la última gran recesión económica, también fue un momento en el que Rusia vivió una gran confianza económica, con un fuerte rublo y con altos precios de petróleo. Con Dmitry Medvedev como presidente y Vladimir Putin como primer ministro cada vez más querido a nivel popular, el país lleva a cabo un crecimiento de importancia e incisión a nivel internacional paulatino cuya fuerza, más de diez años después, es más que evidente.

Andréi llega a Rusia con varias cargas. Por un lado, las personales, la incertidumbre ante su futuro académico y tras la constatación de una serie de errores, también de índole sentimental, que le sitúan en un momento de dudas ante su futuro. Por otro lado, su pasado familiar: sus padres abandonaron la Unión Soviética en 1981 y marcharon a Estados Unidos cuando él tenía seis años. Su mirada, entonces, hacia la Rusia actual es tanto la del extranjero que coteja y compara dos sociedades difíciles, a la par de quien, en el fondo, quiere reconocerse y sentirse parte de un país que le es ajeno, como él lo es para ese país. Y, finalmente, su conocimiento de la literatura y la historia rusa que, junto a lo que, puntualmente, aprende de su abuela, amplían su visión hacia el país.

“Cualquier cosa que no fuese el alquiler, la comida y un capuchino diario en El Molinillo estaba fuera de mis posibilidades. No era como que te llevaran a Lubianka en plena madrugada, pero como forma de control social el dinero funcionaba bien. Si la gente no podía permitirse hacer nada, aparte de sobrevivir a duras penas, probablemente no se organizaran ni adquirieran poder político alguno. No era necesario meterlos a todos en un Gulag. Menuda puta escoria. El mundo, quiero decir. El mundo era una puta escoria”.

Galaxia Gutenberg

Gessen aúna todo lo anterior en una novela compuesta de tres partes y un epílogo. Cada capítulo está nombrado siguiendo las convenciones de gran parte de la narrativa rusa, emulando y referenciándola, pero adoptando un tono lindante con la comedia que poco a poco va ensombreciéndose cuando Andréi, tras entrar en contacto con un grupo de corte izquierdista llamado “Octubre”, experimentará una realidad que, hasta entonces, tan solo había alcanzado a intuir. El contraste entre él y su hermano Dima, un hombre de negocios cuyos deseos de liberalización económica se da de bruces con el control gubernamental, sirve a Gessen para trazar un discurso paralelo a la base de la novela: el relato de un joven que descubre una nueva realidad la cual es medianamente reconocible, pero que, a su vez, le es extraña. El autor traza a este respecto un itinerario bien detallado y descrito de Andréi en el que importa tanto aquello que le acontece como aquello que va descubriendo por el camino. Y junto a él, el lector. La mirada de Andréi es divertida hasta donde puede serlo, como el tono de la novela, pero ante todo es perceptiva. Su mirada materializa para el lector una realidad a la cual introduce un contrapunto a partir de Beba Seva y sus recuerdos erráticos y los comentarios literarios e históricos de Andréi que confieren a la novela de un cierto contexto previo que ahonda en las raíces de un país de gran complejidad.

“-Eso- dijo mi abuela-. No dejéis que haya otra guerra.
Aquella frase que, durante la época soviética, se había convertido en una especie de eslogan, al salir de su boca significaba muchas cosas. Su marido, mi abuelo, había muerto en el frente; sus padres se habían visto obligados a salir de Moscú evacuados, a pesar de que su padre estaba mal de salud. Y en medio de todo, su embarazo y el nacimiento de mi madre. No dejéis que haya otra guerra. Era una mezcla de miedo y de esperanza”.

De hecho, Un país terrible, título que surge de las palabras de Beba Seva cuando pregunta a su nieto acerca de los motivos por los que ha regresado, aconsejando que se marche, trata sobre Rusia, pero no para denunciar, o no solo, algunas de las cuestiones que empezaban a manifestarse entonces y que, años después, se han consolidado; también para mostrar, mediante lo cotidiano y las estructuras sociales más básicas, esa complejidad. La herencia literaria e histórica es solo una parte de ella. Gessen muestra la ingenuidad, casi inocencia, de Andréi cediéndole la narración en primera persona para que el lector descubra lo mismo que él, pero permite que este pueda comprender más que el personaje. El tono desinhibido que recorre la novela, casi ligero, esconde en realidad una mirada bastante profunda sobre la percepción externa hacia Rusia. Una mezcla de ignorancia y arrogancia, al menos en ese momento, dado que ahora, posiblemente, nadie osaría a infravalorar al país en cuanto a su potencial en todos los sentidos. Volviendo a la ubicación de la novela en 2008, Gessen no solo se traslada al inicio de la crisis financiera, también a un momento en el que, grosso modo, se pudo ignorar a Rusia. En este sentido, Un país terrible es a su modo una novela de índole política, pero no solo por cuestiones temáticas, también por ese sentido aparentemente liviano que es en realidad una coartada para poder conducir al lector por las calles moscovitas y por aquello que muestran, así como por lo que esconden.

Aunque Andréi sea el narrador y el hilo conductor de la novela, finalmente, es Beba Seva quien asume el verdadero protagonismo. Su descenso a la demencia viene puntuado por intermitentes recuerdos y comentarios que aportan una vivencia personal que recorre noventa años de la historia de Rusia. Andréi desea encontrar en ella ayuda para un trabajo académico, y, sin embargo, lo que escuchará es un relato íntimo con resonancias más generales sobre las vicisitudes de una vida, en el fondo, extraordinaria. Gessen trata a este personaje con cariño y sensibilidad, con un gran respeto hacia una mujer que ha pasado por diferentes etapas de un país cuyos vaivenes han condicionado su vida. Y tiene la capacidad de componer un personaje que trasciende lo simbólico para que el lector pueda sentir, a diferencia de con otros personajes del libro, que no se encuentra ante una creación de ficción, sino ante una persona.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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