¿Qué son, al fin y al cabo, los pecios reunidos en el volumen Campo de retamas, algunos de los cuales aparecieron en un par de libros anteriores de Rafael Sánchez Ferlosio (Vendrán más años malos y nos volverán más ciegos, de 1994, y La hija de la guerra y la madre de la patria, de 2002), y aún antes habÃan aparecido en varios artÃculos publicados a lo largo del tiempo en El PaÃs? No se trata de aforismos (aunque alguna vez el citado periódico los presentó asÃ): en muchos casos transgreden la norma de la brevedad y se extienden a lo largo de varias páginas, en otros se trata de versos, algunos se entregan a la pura narratividad con tal ahÃnco que incluso aparecieron en la recopilación de cuentos El geco (2004). Algunos son tan enigmáticos como el que dice asÃ:
«Si la cabeza cortada, que, como una piedra más, rueda hacia el mar por la empinada ladera pedregosa, acelerándose en rebotes cada vez más largos, pudiese, antes de ahogar su voz en el fragor y en la espuma de las olas que han de estrellarla contra el acantilado, gritar el nombre de la amada, no cabe duda de que lo gritarÃa, sin hacerse cuestión de la inutilidad de malgastar asà su aliento postrimero».
No son, como en el caso de La Rochefoucauld, juegos de ingenio para pasar el rato en el salón, ni tienen la concisión casi algebraica y la autoridad monolÃtica de Gracián, sino que se hallan más cerca, tal vez, de las notas de Lichtenberg o de los pensamientos de Joubert. Porque un pecio es, en sentido literal, un fragmento de una nave que ha naufragado, un resto de un naufragio: lo que queda, en sentido lato, de una reflexión que no fue más allá, un esbozo de un ensayo no escrito. Tanto es asà que en algún caso ese ensayo sà que ha llegado a existir: el pecio «La verdad sobre Don Quijote. Para José Luis Barros», por ejemplo, puede verse como un boceto, un apunte previo para Carácter y destino, el discurso de Sánchez Ferlosio en la entrega del Premio Cervantes 2004. Y, al mismo tiempo, su preocupación central ya aparecÃa en La forja de un plumÃfero, el texto autobiográfico publicado en 1998 en la revista Archipiélago, donde narra el desencadenante de esta reflexión: un paseo por el Retiro con su hija de tres años, durante el cual asistieron a una función de tÃteres. En aquel mismo texto, Ferlosio hablaba de dos maneras de experiencia, la que multiplica y acumula indefinidamente los objetos de atención y reflexión:
«Consiste en fijar de una vez por todas la atención en el pequeño grupo de los primeros objetos que han campeado ante sus ojos, como si esos objetos mismos se hubiesen apropiado, reservándose la exclusiva para sÃ, de todos los derechos del interés y de la reflexión»
Sánchez Ferlosio se inclina claramente por esta segunda manera, y ello es muy visible en los pecios, donde una y otra vez reaparecen unos mismos temas: el deporte, el tiempo, la guerra, la justicia, el derecho, la historia… Son temas que al mismo tiempo han ido nutriendo sus ensayos largos, y que en algún caso incluso se retoman una y otra vez a lo largo de este libro: asÃ, en “Recuerdo del Duero bajo la alcazaba de Gormaz†hace una referencia a Hannah Arendt (que, al principio de un texto que no llegó a escribir, también un pecio, pues, citaba la Farsalia de Lucano), en relación con la transformación de los partidos polÃticos en marcas comerciales, y unas páginas más adelante repite esa referencia en el pecio “El babuinoâ€, sobre la dualidad entre el bien y el mal; es como si el fragmento de Arendt, que en sà no es más que una cita de otro autor, fuera uno de esos objetos que han campeado ante los ojos de Ferlosio, apropiándose de todos los derechos del interés y de la reflexión.
Los pretextos que dan origen a los pecios ferlosianos pueden proceder de una lectura de Arendt, pero también de unos versos de Dante, de un titular de una revista femenina, de un anuncio, de la lectura sobre todo del periódico (incluido aquel que, con regocijo, el autor designa hasta tres veces, con variaciones, como “nuestro siempre querido, benemérito, ilustrado, empedernido y gracigordo diario monárquico de la mañanaâ€). Pero brilla aquà especialmente un aspecto esencial del pensamiento ferlosiano: el examen de frases o muletillas, de estereotipos aparentemente inocuos que, omnipresentes en el lenguaje periodÃstico y cotidiano, permiten percibir una ideologÃa subyacente. Se trata de expresiones como “merecido descansoâ€, “verdades como puñosâ€, “a rajatablaâ€, “juicio visceral  Según Ferlosio:
«Las fórmulas verbales más comunes y estereotipadas expresan a menudo nociones o representaciones que forman parte del substrato ideológico de una sociedad»
Si El Jarama nació, según el autor, de una lista de expresiones y giros populares oÃdos mientras hacÃa el servicio militar, en los pecios se trata de escuchar qué dicen esos clichés periodÃsticos; como dijo Elias Canetti de Karl Kraus, “su oÃdo estaba siempre abierto –nunca se cerraba, se hallaba en acción constantemente, siempre estaba oyendo†(la cursiva es del original). Y esa es la impresión que da Ferlosio en estos pecios: la de un oÃdo permanentemente atento a lo que se dice, muchas veces sin saber qué es lo que se dice. Y con “el don de condenar a los seres humanos por sus propias bocasâ€, como también dijo Canetti.
No nos encontramos muy lejos, tampoco, de las consignas que Walter Benjamin atribuÃa al mismo Karl Kraus: “Autoridad y palabra contra corrupción y magiaâ€. Porque para Ferlosio la palabra es lo contrario de la magia:
«La palabra dice, no hace; es, en su esencia, absolutamente profana, terrenal»
Lo contrario serÃa esa palabra profunda que constituye el principal peligro del aforismo, cuya brevedad lapidaria tiene un aura de indiscutibilidad, ese carisma (el término es de Ferlosio, y cabe entenderlo principalmente en sentido religioso) que renuncia a ser entendido, a decir nada concreto, para asà poder hacer, imponerse y mandar. Por eso los pecios no son aforismos, e incluso rechazan esa forma; a diferencia de tanto farsante dedicado a conjugar gnómicas futesas, en los textos de Ferlosio se trata más bien de comprender y, llegado el caso, desenmascarar. Especialmente, desenmascarar toda forma de violencia. Porque no en vano la frase de Lucano citada por Arendt, dice: “La causa del vencedor fue grata a los dioses, pero la del vencido, a Catónâ€.