El proyecto digital Soundscape, de Carlos Fernández López, tiene como germen un libro publicado originalmente en 2012, Vitral de voz. Recuerdo haber escrito sobre aquel volumen resaltando su carácter espectral, ya que se trataba de un poemario publicado por una editorial que acababa de dejar de existir, la añorada DVD Ediciones. Esa espectralidad, al mismo tiempo, la relacionaba con el carácter lacónico, casi etéreo, de los versos que lo componÃan. El hecho de que esos textos renazcan ahora precisamente en versión digital provoca que mi impresión sobre su naturaleza “desmaterializada†sólo pueda reafirmarse.
A las dos partes que componÃan el libro, “Vitral de voz†y “Materiales para el desastreâ€, se suma ahora una tercera, “Hábitatâ€. Soundscape conserva en su reencarnación una tendencia evidente hacia lo residual, un flirteo con el margen, con el fuera de cuadro, una atracción por lo frágil, lo inconcluso, lo insinuado, lo que está a punto de desaparecer.
El propio aspecto de los poemas, su dimensión gráfica, por decirlo asÃ, puede ser descifrado en este sentido. Encontramos tres tipos de textos: pequeños poemas en prosa (“Habitatâ€), poemas de verso corto, sin mayúsculas y casi sin puntuación, combinados con poemas de un solo verso escritos en cursiva y con un aire más sentencioso (“Vitral de vozâ€) y brevÃsimos poemas de dos o tres versos (“Materiales para el desastreâ€). Todos ellos rodeados de un vacÃo imponente, un espacio en blanco que les permite dialogar y respirar, pero que también ejerce una cierta violencia sobre el bloque textual, como expulsándolos a una zona descentrada. En la última parte del libro, además, esas miniaturas con un cierto aire de haiku dialogan con una serie de dibujos de Héctor Solari que inciden en la idea de lo mÃnimo, por un lado, y de lo velado, de lo arrinconado, por otro.
Pero más allá de su aspecto, de su plasmación sobre la página, los poemas de Soundscape ofrecen múltiples pistas semánticas y sintácticas que inciden en esa guÃa de lectura que trato de argumentar, en esa idea de lo fantasmal. Encontramos, asÃ, bocas que se disuelven en miradas, alientos en fuga, cobijos breves, latidos minúsculos, una voz que siempre surge en los umbrales, el suelo de una casa que desaparece, el lÃmite que contiene el vacÃo, huecos, heridas, humo que germina… Todo ello contenido en una dicción poderosa pero frágil, intencionadamente balbuciente, rota, insegura de la propia necesidad de decir. Una voz disgregada, fragmentada en facetas confusas, reflejo unas de otras, donde sujeto y objeto poético se funden y se confunden. Poemas que funcionan, en fin, como el eco de algo enormemente intenso, trágico incluso. Cenizas de sentido, si lo queremos enunciar de una forma más convencionalmente poética. Destellos que sobreviven gracias, en gran medida, a la magia de la sonoridad de la lengua, a los recursos rÃtmicos y fónicos, a las aliteraciones, a las repeticiones, a todo eso que permite a la poesÃa ir más allá de lo evidente.