Déjame que te diga una cosa, hijo mÃo: / La vida pa mà no ha sido una escalera de cristal. / La escalera ha tenido tachuelas, / Y astillas, / Y tablones levantaos, / Y trozos sin alfombra, / Pelaos, / Pero to’el tiempo / He seguido p’arriba / Y he alcanzado rellanos / Y he torcido recodos / Y a veces he tenido que ir a tientas / Donde no habÃa na de luz. / Asà que, hijo, no te quedes abajo en los escalones / Porque te parezca difÃcil subirlos. / No te me caigas ahora, / Corazón, yo ya ves que sigo, / TodavÃa sigo subiendo, / Y la vida pa mà no ha sido una escalera de cristal.
Como otras tantas a lo largo del siglo XX, la vida de Langston Hughes (1902-1967) estuvo plagada de viajes, contratiempos y graves dramas como consecuencia de dos guerras mundiales y, a su vez, de toda una centuria que se lanzó de manera desnortada a la conquista de la vanguardia cultural y social. Los artistas y los escritores, con el fondo de la condición humana, vieron en la evolución de los medios de reproducción y la pérdida de poder de la institución cultural a la hora de establecer reglas una brecha desde la que experimentar con el lenguaje, el sÃmbolo, la forma o el papel atribuido hasta entonces a la jerarquÃa artÃstica.
De ahà que Blues, poemario editado por Pre-Textos que recoge algunos de los poemas más importantes del autor, según la selección realizada por la traductora Maribel Cruzado, sea fundamental a la hora de calibrar el intenso cambio que se dio tanto en la naturaleza del arte como en la del individuo hace apenas un siglo. Más, si cabe, debido a la práctica inexistencia de otras publicaciones en español que recojan los pensamientos o los principales poemarios de Hughes.
Pese a todo, como señalábamos con la cita inicial, Langston Hughes afrontó los retos con decidida valentÃa y escribió a lo largo de sus diarios, cartas y más de ochocientos poemas la injusticia aplicada a los afroamericanos, la sublimidad del jazz o el ambiente de la Guerra Civil española, aspecto que, complementario a una vida errante que pasó por lugares tan dispares como Cuba, México o Rusia, hace de sus poemas una recopilación fundamental del individuo en la compleja encrucijada del siglo XX, a la vez que se hacen universales como conformación del propio individuo. Una vida que, por necesidad, se proyecta hacia delante en un fragmento de El blues de la añoranza:
Añorar es, Señor, / Lo peor que te puede pasar. / La añoranza es / Lo peor que te puede pasar. / Abro la boca y me rÃo / Me rÃo por no llorar.
Estos y otros acontecimientos decisivos para Hughes como el Renacimiento de Harlem, el enorme crecimiento de la actividad artÃstica desde 1920 con escritores y poetas como Cullen, McKay o Thurman, son explicados en el extenso prólogo que Maribel Cruzado traza a modo de introducción y contexto de los poemas y la vida de Hughes. Y aunque de esta manera el lector puede adivinar las principales motivaciones que subyacen en los poemas de Blues, la ausencia de citas bibliográficas y de un comentario más analÃtico o formal de sus poemas o de las referencias finales hacen que el texto pueda adquirir, al final, un carácter más anecdótico.
Pero si hay un aspecto a destacar de la poesÃa de Hughes es la identidad racial, la conformación y afirmación de los afroamericanos contra un pasado injusto y colonizador y con el ferviente deseo de un presente más valorado y una vida digna. Esto es vital ahora que, pese a haber sobrepasado la posmodernidad y el sistema neoliberal de supuesta libertad y mayor concienciación del sujeto, domina lo que muchos teóricos, como Nicolas Bourriaud, denominan la falsa hibridación cultural pues, como afirma en Radicante (2009), «fue en realidad una máquina de disolver cualquier singularidad verdadera bajo la máscara de una ideologÃa multiculturalistaâ€. Y que queda reflejado en el poema Harlem (1):
Aquà al borde del infierno / Se encuentra Harlem, / Recordando / Las viejas mentiras, / Las viejas patadas / En el trasero, / El eterno “tened paciencia†/ Que nos dijeron antes. // SÃ, claro que recordamos. / Ahora, cuando el tendero de la esquina / Dice que el azúcar ha subido otros dos céntimos / Y uno el pan, / Y que los cigarrillos llevan un nuevo impuesto. / Recordamos el trabajo que nunca tuvimos, / El que nunca pudimos conseguir, / Y el que no tenemos ahora / Porque somos de color. // Y aquà estamos / A la orilla del infierno / En Harlem / Y miramos hacia el resto del mundo / Y nos preguntamos / Qué vamos a hacer / Con tanto como / Recordamos.
En efecto, los poemas de Hughes son universales en la medida en que transforma sus experiencias autobiográficas en percepciones comunes que todavÃa siguen siendo capitales en la actualidad, donde la crisis ha arraigado fuertemente por todo el mundo. Por eso fue tan importante el Renacimiento de Harlem, ya que en una situación eminentemente pobre, fue el jazz el que permitió reavivar la llama de la vida, haciendo que los poemas adoptasen su musicalidad y repeticiones, como muestra Mi gente, que une música y condición social:
La noche es hermosa, / Como son los rostros de mi gente. // Las estrellas son hermosas, / Como hermosos son los ojos de mi gente. // Hermoso, también, es el sol. / Hermosa, también, es el alma de mi gente.
La vida puede ofrecer, en definitiva, muchos obstáculos, «pero suavemente / Conforme la melodÃa sube por su garganta / Los problemas / Se endulzan en una nota dorada». Por todo esto, escuchemos sin prisa las notas musicales que propone Hughes, ya que recordar es imprescindible para no repetir los errores del pasado y, en definitiva, paladear este sutil viaje que nos propone Blues.