Matías Escalera Cordero | Foto: Amargord

Las cadenas de todo veraneante

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Matías Escalera Cordero | Foto: Amargord
Matías Escalera Cordero | Foto: Amargord

Matías Escalera Cordero nos ofrece, en una cuidada edición de Amargord, su tercer poemario, titulado, con toda intención, Versos de invierno (para un verano sin fin); un texto múltiple y reflexivo que atrapa al lector que se adentra en sus páginas, y esto sucede desde la contundente invitación inicial:

“Lee hasta el final / Hasta alcanzar la entera profundidad /

De la imagen en el espejo.”

Amargord
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La obra aparece dividida en cuatro partes: Verano y sentido, Horizonte liminar, Exactitudes (varias) y El amor también. En la primera parte, de la mano de un desocupado veraneante asfixiado en la rutina que es, al fin, la tan esperada época vacacional —lo vemos patéticamente en el poema La disciplina del bañista—, el autor nos lleva hasta ese absurdo carrusel de naderías y vacíos que, no pocas veces, nos imponemos para soportarnos a nosotros mismos. Los poemas de esta primera parte son una invitación a percibir una realidad incómoda que quema los ojos que se atreven a ver de verdad:

“…precisamos de la auténtica ceguera para ver” (dice el poeta)

Es también, a veces, como ese límpido espejismo en el horizonte tras el paso de la tormenta que, aunque no es nunca suficiente, supone cierto alivio. No rechaza Matías Escalera hablar en términos metapoéticos en algunos momentos, especialmente cuando subraya la nada y el vacío inevitables.

Su poesía, y la de este tercer poemario también, es, como se sabe, profundamente reflexiva, basta leer con calma el poema Miedo / irrisión / grito. ¿Qué nos da terror, en qué consisten esas redes pegajosas del miedo en que caemos atrapados?; ¿por qué tantas falsas esperanzas?, ¿cuál es nuestro auténtico lugar en la vida?, ¿qué somos realmente, amos o esclavos? Todo ello en versos largos, multiplicados por esos puntos suspensivos que señala Alberto García-Teresa en su acertado prólogo; puntos suspensivos que ofrecen y esperan la intervención del lector: no quedarse cruzados de brazos, sino convertirse en la pieza imprescindible que complete el poema con la experiencia propia.

La segunda parte, Horizonte liminar, que contiene cuatro piezas, comienza con un texto que es un latigazo, en el que se hace un paralelismo entre la performance y la realidad, y cómo, al final, por muchas vueltas que se le dé, la vida supera al arte falso e impostado. Concluye este poema con un curioso diálogo en el que la otra parte es el lector, con esos puntos suspensivos que son los nidos listos para albergar nuestros pensamientos. También nos habla de las incógnitas que nos encontramos, que no son el sueño ni la nada, sino la propia existencia. Con el poema Postales y paradojas, cierra este segundo capítulo: aquí, el veraneante se cobija en una impostada tranquilidad, mientras piensa que todo sucede lejos de allí, en otro lado.

“(no te inquietes) Todo sucede más allá del horizonte.”

La tercera parte, Exactitudes (varias), se diferencia del resto por un detalle en el encabezamiento de los poemas, en este caso el autor emplea números romanos en lugar de títulos. Son un total de seis piezas, que nos hablan, entre otras cosas —y con la contundencia a la que nos tiene acostumbrado Escalera Cordero—, de la barbarie humana y también de la virtud de los “hombres que han elegido el bando de los hombres” y la palabra escrita, que como una semilla se dispone a germinar en tierra estéril; de la violencia verbal masculina; de la imagen desalentadora de una familia deambulando por un mundo en desguace. O nos señala con el dedo, “a todos nosotros con almas de máquinas tragaperras”. Conmovedor resulta especialmente el poema II, que comienza con una dedicatoria “A todos los viejos camaradas que murieron con un libro en la mano”. Difícil evitar con estos versos la lágrima y la rabia a partes iguales.

Cierra el poemario la sección El amor también: se trata de un recorrido por la espera vana y eterna, por el punto en el que la vida a veces une polos opuestos y por el recuerdo como imagen perenne incluso en la distancia. Finaliza con el poema Epílogo inevitable, encabezado por una cita de Antonio Machado. Dice Matías en los últimos versos:

“Volver a casa (ocupar la celda…) Y recuperar tu puesto

Asignado de antemano / En la fila…»

El regreso del veraneante al hogar: salir, escapar, del aturdimiento de la rutina veraniega para caer en la rutina gris de las filas y de las celdas hexagonales.

En definitiva, Versos de invierno (para un verano sin fin) es un poemario muy recomendable, y no solo en una primera lectura, sino en sucesivas y meditadas relecturas (algo que caracteriza a su escritura entera, ya sea lírica, narrativa o dramática), porque en cada nuevo paseo por los poemas, el lector descubrirá matices diferentes que saborear.

Víctor Manuel Jiménez Andrada

Víctor Manuel Jiménez Andrada (Cáceres, 1971), ha publicado poemas y cuentos en diferentes revistas y antologías. En 2011 publicó el libro de cuentos 'Comidas para llevar'. En junio de 2012 crea la Asociación Cultural Letras Cascabeleras, cuyas ediciones se encarga de coordinar. En noviembre de 2012 publica el poemario 'Versos del insomnio'. En junio de 2014 sale a la luz su poemario 'Circo' con el que ha ganado el XVI Premio de Poesía 'García de la Huerta'. Periódicamente publica 'Letras Breves', con textos hiperbreves y poesía. En su blog www.papirowebxia.com, se pueden ver diferentes muestras de su trabajo

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