Quizá una de las señas de identidad de la nueva narrativa sea la pulverización de las fronteras entre géneros. Desde Woolf o Joyce, la novela ha sido sometida a un incesante juego de experimentaciones que hacen que las etiquetas al uso pierdan su sentido. El lector ya no solo lee, también interpreta el texto y lo somete a un juicio estético.
Fleur Jaeggy, aunque firmó esta novela en 1980 ya parecÃa haber renunciado a los corsés de la literatura clásica y apostaba por una literatura sin etiquetas. Si la novela tiende a la poesÃa, y por otro lado también la poesÃa se acerque a cierta forma de narratividad, en Las estatuas de agua, ambos géneros, e incluso el teatral, parecen converger y convivir en relativa paz.
Es la primera obra que leo de Jaeggy asà que no puedo hablar de ella en conjunto. Lo que sà parece claro es que este deambular por las cornisas de los géneros se le da bastante bien a la autora suiza. Aquà la historia que se narra, más bien se insinúa, se deja entrever mediante diálogos acotados, frases, descripciones. Escamoteando un supuesto texto, Jaeggy juega a recortar una historia, y nos regala fragmentos, imágenes, destellos, poesÃa.
Monólogos que nos sirven de puerta de acceso a la vida interior de los personajes que deambulan por esta fantasmal –por etérea, no por terrorÃfica- novela-poema, que parece renunciar a una linealidad, a una explicitud en aras de una visión más poética, quizá incluso más abarcadora de la naturaleza humana de sus criaturas. Los fragmentos, cubiertos de niebla, se dispersan en la maraña del tiempo. La historia es intuida, y en vez de ser analizada por el cerebro del lector, parece estar destinada al espÃritu, al corazón, a la entraña.
Estatuas con nombre de mujer, personajes que evocan su pasado, un tiempo espectral y extinto que retorna en forma de recuerdos, palabras, susurros; conversaciones en mitad de la nada, como quizá es la vida misma cuando es recordada en el inexacto tablero de la memoria.
Hay en este libro inquietante y bello algo de Virginia Woolf, esa imaginerÃa sutil fabricada por retales, emociones, momentos. Esa radicalidad de una poética del instante tornasolado por una vÃvida introspección.
Volátil, frágil, sugerente. Un libro que nos sacude desde lo más hondo, que inquieta, que nos habla de la amistad, de la familia y de la pérdida con cierta nostalgia y con demasiada resignación.
Jaeggy es una autora interesante que quizá se haya apartado lo suficiente de las fórmulas establecidas para poder observar qué camino ha de tomar la literatura para no parecerse demasiado a sà misma.