Hace unos años tuve oportunidad de compartir en Managua un panel con las escritoras Gioconda Belli y Almudena Grandes, ambas exitosas y con no pocos puntos en común, entre ellos el abordaje literario, sino recurrente beligerante, del erotismo, que personalmente considero una especie de alteridad fusionada de individualidades; expresión dual, distinta, otra, de un mismo fenómeno: la epifanÃa carnal y espiritual alcanzada en el proceso de una relación profunda entre seres humanos.
Pero esa es también una relación de conflictos, que en literatura siempre tratan de ser resueltos a través del largo, atemporal, ubicuo y distendido diálogo que constituye la literatura misma. Precisamente esa forma de relación conflictiva y dialogante es lo que también representa una obra literaria.
Haciendo a un lado el tema del erotismo me ha interesado sobre todo el enfoque histórico, polÃtico, memorÃstico y autocomprensivo que desde una perspectiva femenina proyectan las obras de Almudena Grandes como formas de autoentendimiento individual y colectivo; como la autoindagación de seres inmersos en sociedades que a su vez están inmersas en la Historia.
Creo que su narrativa une la perspectiva libre de la novela (escrita por una mujer) con la beligerancia y el protagonismo irrefutable que adquieren precisamente ciertas mujeres en determinadas circunstancias o en determinados contextos históricos marcados por conflictos o acontecimientos sociales que derivan en historias trascendentes.
Sus primeras novelas abordan historias personales, universos femeninos privados, educaciones sentimentales en las que los personajes viven a veces la inocencia y rompen bruscamente con ella para luego internarse en el infierno del deseo; o sobreviven en la soledad o el desamor, conmovedoramente asidas a la ternura o a la inocencia en medio de los más duros entornos; o aprenden a mirarse en el espejo de la memoria o en la memoria de sus propios ancestros para descubrir en ellos también el miedo y el amor.
Esos motivos redundan en novelas como Las edades de Lulú (1989), Te llamaré Viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), Los aires difÃciles (2002) o Castillos de cartón (2004). Pero a mà me gustan más esas otras ficciones suyas que se apoyan en hechos reales; los relatos en que sus personajes confunden sus propias vidas personales con el entramado mayor de la Historia (la más remota o la más reciente, pero siempre con mayúscula).
Creo que El corazón helado (2007) es hasta ahora su obra capital. Las tres bodas de Manolita (2014) me ha parecido tan conmovedora como agradable de leer; y una de las más recientes, Los besos en el pan (2015), la asumo también como una de sus mejores porque aborda con agudeza y sensibilidad la indignación y la rabia de la más reciente crisis en España y Europa antes de la pandemia, pero también el estoicismo y la solidaridad que casi siempre afloran en el espÃritu humano en tales circunstancias.
Insisto particularmente en estas novelas porque tratan de historias que me resultan familiares y me recuerdan la persistencia de nuestros propios traumas. Me resulta interesante saber que algunos escritores españoles contemporáneos provoquen a veces el asombro de sus lectores ante su propia Historia.
Me llama la atención que privilegien o parezcan privilegiar el tipo de narraciones que provocan tal reacción, pues al fin y al cabo creo que es ese precisamente el eje que prevalece o deberÃa prevalecer en la narrativa centroamericana actual; aunque claro: eso no lo dicta ni debe dictarlo nadie.
Me parece también interesante que, como la mayorÃa de la narrativa centroamericana de las últimas décadas, la obra de Almudena, o la de su compatriota Javier Cercas, por ejemplo, tiendan con alguna frecuencia a enfatizar el entrecruzamiento de Memoria, Literatura e Historia, tan caracterÃstico de la narrativa centroamericana de las últimas décadas. Relatos en los que el novelista admite y se recrea en el juego especular entre realidad, Historia y ficción.
A veces se me antoja marcar las diferencias entre las novelas de Almudena Grandes, es decir: aquà sus novelas, digamos “existencialesâ€, y acá las más épicas o históricas. Cómo explicarÃa ella misma esas diferencias es algo que no pude preguntarle durante su breve estancia en Managua. Me gustarÃa no obstante que coincidiera conmigo y me dijera que esas que he subrayado arriba son también sus favoritas; pero aquà no puedo más que limitarme a especular. Además, lamentablemente ya es muy tarde.