
Los últimos dÃas de los guetos judÃos en las ciudades que fueron legendarias, desde Toledo a Varsovia, forman parte de la melancolÃa de quienes los vieron morir, que fueron nuestros abuelos. O los abuelos de nuestros abuelos. O cualquier antepasado que si no nos lanzó el homenaje a esa despedida -uno tiende a llamarlo defunción, pero traicionarÃa asà la literatura de autores como Leo Perutz (Praga, 1882 – Bad Ischl, 1957), basada en el cariño del homenaje que no olvida la locura-, cometió un error que reservamos en la fidelidad a algún tipo de rechazo. Perutz, de origen sefardÃ, hace una demostración de cómo debe ser el cimiento literario, al escribir una obra como este De noche, bajo el puente de piedra, poniéndose el traje de un narrador no judÃo. De hecho, este libro de relatos mantiene a un protagonista, un comerciante judÃo, que siempre está al fondo, permitiendo a los gentiles posar en los primeros planos, hasta que el comerciante transforma todo en las páginas finales. De ahà que el tema del libro sea la convivencia entre culturas, una de ellas de gran vitalidad en el siglo XVI, en el que están ambientados los relatos, y a la que Perutz vio esfumarse, escaparse como la arena entre los dedos.

Meisl, que es el nombre del judÃo, tiene fama de ser capaz de todo. En apariencia se trata de nada más que de fama. Pero algo parece vincularle al emperador, como si guardara el secreto de que está desnudo. Los otros personajes son Barones, Consejeros, Militares, Taberneros, Alquimistas… toda una suerte de seres que viven una época histórica. ¿Hasta qué punto podrÃamos considerar De noche bajo el puente de piedra como unos relatos históricos? Hasta el que se dibuja una etapa en la que la situación histórica sà impone la resolución de las vidas de los personajes. Una época de supersticiones, de sugestiones y paradigmas, juramentos y males de ojo, hombres de fe y hombres de honor, previa al desarrollo de la ciencia. De ahà ese halo de misterio, esa imposibilidad de conocerlo todo, que hace de este libro una lectura tan atractiva. Las muertes por peste se atribuyen al pecado, y solo los rituales sirven de refugio a la gente temerosa. Las conquistas militares son consecuencia de una versión del hedonismo. Se confunde fantasÃa y realidad, como en los sueños, sobre todo si uno no tiene otra forma de escapar de una celda. La religión es sinónimo de magia para quien quiere salvarse de una condena popular en la que pierde el orgullo. Hay quien se merece los fantasmas con los que convive, o quienes padecen el azar como único dios que da sentido. Los juegos de guerra, de amor y de deseo se entrelazan. El arte no es, ni pretende ser, algo objetivo, sino una visión personal cuya valoración no existe, porque no se le puede poner precio a la sensibilidad. Las liturgias que inventan los personajes pueden limitarse a una ronda de aguardiente.
La felicidad, eso sÃ, pertenece a los humildes, y humilde es la narración de Leo Perutz, unos relatos de una estructura tan sencilla que demuestran gran talento, el del narrador que reúne a la familia junto al fuego para distraer una velada. Perutz, que ama la literatura y además lo demuestra, compara los ajustes de cuentas para solventar los problemas de riqueza, con la paz auténtica, que es la que portan los buenos sueños y los buenos espÃritus. Solo por eso merece leer este libro: porque dentro de él uno siente el confort destilado de la sabidurÃa de haber conociendo que lo que uno se lleva al otro lado de la tumba, será nada. Quedará tal vez la memoria de nuestros actos en los seres queridos, como queda en Perutz la memoria del gueto judÃo de Praga, un espÃritu bendito.