Luis Landero | Foto: Itziar Guzmán | Tusquets Editores

La inocencia del relato

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Luis Landero | Foto: Itziar Guzmán | Tusquets Editores

Toda condición humana está sometida a la voluntad de su propia narración. El ser humano es narrador por naturaleza, es una necesidad inherente a su carácter. Contamos nuestras historias para ofrecer una perspectiva individual del mundo y, en ocasiones, el relato mismo se impregna de elementos ficticios que en algún momento la memoria asoció a la realidad. Así lo ha demostrado la literatura desde sus primeras manifestaciones. Así lo demuestra Luis Landero en su última novela, Lluvia fina.

Heredero directo de Cervantes, Galdós y los nombres más destacables de la literatura de todos los tiempos, el escritor extremeño ha trazado un mundo en el que los personajes se desenvuelven según sus intereses, hablan con voz propia y se describen a sí mismos a través de su discurso. Desde la aclamada Juegos de la edad tardía, con la que obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa en 1990, el universo literario de Landero ha crecido hasta contar con una decena de obras inolvidables que parten de una premisa: esta sed de contar historias que nos define como seres racionales. A aquella novela con la que llegó a la literatura para quedarse, siguieron títulos como Caballeros de fortuna o El mágico aprendiz, cuya temática común era el afán, tan bien definido por el tío de aquel Gregorio Olías protagonista de su ópera prima como el deseo de ser un gran hombre y el sufrimiento que ocasiona la frustración de no haberlo conseguido. Porque el ser humano, recordando a María Zambrano, tiene esa sed insaciable con la que debe convivir.

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Ahora bien, a este tema del afán, que subyace en toda su producción literaria, la tendencia de Luis Landero en los últimos años ha consistido en superponer asuntos familiares a esa necesidad de realización individual del hombre: ya en Absolución (2012), cuyo protagonista emprendía un camino de obstáculos que le impedía llegar a una comida familiar y, a su vez, le permitía pronunciar una suerte de confesión junto a un compañero de barra, inauguraba un tema candente en la sociedad como el de la desidia ante una reunión obligatoria. Así también La vida negociable (2017), donde asistimos desde la mirada de un joven al adulterio de su madre, mostraba ante el lector la desestructuración de una familia como si fuese un eco de Buddenbrook. En esta línea temática se inserta su última novela, Lluvia fina, en la que los relatos no son lo que parecen, en la que hay tantas versiones de la misma historia como narradores intervienen en ella, en la que una familia destrozada por rencores del pasado saca a relucir los problemas que la llevaron a su separación.

Gabriel, hijo de un padre fantasioso que en vida inventaba historias como un antídoto contra la realidad, decide reunir a su familia con motivo del octogésimo cumpleaños de su madre. Para ello debe ponerse en contacto con sus hermanas Andrea y Sonia, aunque su esposa Aurora insinúa que no es buena idea. Muy pronto los rencores de la familia saldrán a relucir porque todos los miembros montan en cólera debido a la astucia de Gabriel, el hijo menor, un profesor de filosofía que aspiraba a ser sabio y no sabe los errores que ha cometido. Aurora se convierte en confesora de sus cuñadas, la trastornada Andrea y Sonia la herida, cuya relación terminó de romperse por la presencia de Horacio, un hombre que esconde muchos secretos. Sin embargo, puesto que nada es lo que parece, la relación de acontecimientos se lleva a cabo sin que el lector sepa en ningún momento cuál de las versiones es la más fidedigna.

Así pues, esta novela coral nos plantea una serie de incógnitas que ya Cervantes, maestro indiscutible de Landero, pusiera en su momento sobre el papel: la verdad es tan relativa como queramos creerla. Y es que Aurora, en tanto receptora de todas las versiones, se plantea si acaso los relatos no son del todo inocentes, porque las heridas del pasado parecen «esperar una segunda oportunidad de regresar al presente para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento». Por eso, durante una tarde de jueves que sirve de hilo conductor a la trama, y en un proceso de reflexión que la hace sentirse inmersa en una pesadilla de voces superpuestas, recuerda todas las conversaciones telefónicas con Sonia, con Andrea, con su suegra, y recuerda los problemas de su propio matrimonio, su noviazgo con Gabriel y la decadencia de su vida conyugal. Porque también Aurora tiene una historia que contar, sólo que su rol queda reducido al de un paño de lágrimas.

De esta manera, Landero nos ofrece un conjunto de anécdotas familiares contadas desde múltiples perspectivas. El acierto radica en lograr que a cada versión el lector simpatice con uno u otro personaje. Las tres voces de mujer que llegan a oídos de Aurora, con una espontaneidad digna del mejor Galdós, eclipsan la decisión de Gabriel, que pensaba favorecer a la familia con su idea de la fiesta y lo único que ha conseguido es despertar viejas rencillas. A veces las buenas intenciones logran sacar los oscuros secretos del ser humano, que siente entonces la necesidad de contarlos.

En este sentido, nos encontramos ante una novela llena de víctimas, cada cual de sus vivencias, aunque todas las vivencias tengan un punto en común sobre el que existe una incógnita permanente: ¿qué hubiese pasado de no haber propuesto la reunión familiar? Una narración de voces conjuntas e independientes que ofrecen su visión de una realidad no del todo veraz, ante la que Aurora siente la impotencia de no poder contrarrestar con su propia historia. Porque su forma de escuchar la convierte en la principal afectada, porque, como dirá Sonia en el punto culminante de la narración, «la verdad escondida envenena el alma». Sin embargo, el alma de estas cuatro mujeres –Aurora, Andrea, Sonia y la madre– sigue envenenada aun después de sus confesiones, porque cada revelación conduce a una nueva, cada versión a una distinta, y así la lectura se convierte en un viaje sin retorno hacia las entrañas más dolidas de una familia descompuesta.

Luis Landero ha logrado sacar a la luz los secretos ocultos de unos seres de carne y hueso que, movidos por un anhelo de desahogo, cuentan sus vidas a su manera, a través de largas conversaciones telefónicas que conectan su última novela con la obra inaugural de su trayectoria. Pero a diferencia de aquellos discursos fantásticos de Gregorio Olías, alias Faroni, que enriquecieron la imaginación de su compañero Gil para convencerlo de las maravillas del mundo moderno, las cuatro mujeres de esta novela cruda y entrañable ofrecen una realidad a su modo para convencerse a sí mismas de que ellas no fueron culpables de sus propias vidas. Porque la vida es un asco, dice a menudo una de ellas, y sin embargo hay que aprender a vivir con los restos del pasado.

Jorge Andreu

Jorge Andreu (Cádiz, 1990) es licenciado en Filología Hispánica con Máster en Estudios Hispánicos por la Universidad de Cádiz, Máster en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad Internacional de Barcelona y Grado Profesional de Piano por el Real Conservatorio Profesional de Música Manuel de Falla (Cádiz). Es autor de los libros '100 versos de amor' (2012, Premio María Agustina de Poesía), 'Del mar y sus vestigios' (2013), 'La mirada afónica' (2016) y 'Amor nos llora' (2018). Asimismo, ha participado en numerosos volúmenes de crítica literaria con capítulos dedicados a la obra de autores como Juan Bonilla, Luis Landero o José Hierro, entre otros. En la actualidad, compagina su labor literaria con la docencia.

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