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Somos lo otro

Andri Snaer Magnason nos interpela de manera íntima y urgente en su ensayo narrativo 'Sobre el tiempo y el agua' | Foto: Alex Sig, Salamandra

Todos pertenecemos a lo otro. Es decir, a lo que no consideramos persona humana, pero es el planeta: la naturaleza, la civilización. Ser lo otro es lo que debería darnos a entender que si lo otro sangra, nosotros sangramos. De eso trata este ensayo, Sobre el tiempo y el agua, en el que se vuelven a recoger los avatares preocupantes que conciernen al cambio climático. Como Shylock, el protagonista de El mercader de Venecia, hemos pedido a la naturaleza que nos entregue un buen pedazo de su carne, sin darnos cuenta de que para conseguirlo debemos provocar que la naturaleza sangre. No es gratuito nombrar una obra de Shakespeare cuando tratamos de un ensayo que nos recuerda qué está sucediendo, qué está suponiendo la crisis climática: Andri Snaer Magnason (Reikiavik, 1973) es un escritor de pura formación literaria y su intención es traducir los resultados a los que han llegado los ensayos científicos en lectura para quienes no somos expertos. Y lo consigue con mucha habilidad, con contundencia, en un libro que se nos pega a la piel como se pega una sábana húmeda.

Los recursos que generan buena literatura son sencillos: acudir a la memoria propia, reduciendo los márgenes a lo que somos en tanto habitantes del planeta; solventar la erudición científica con comparaciones que nos resulta fácil comprender, con imágenes que nos resulta sencillo reproducir en la imaginación; no aturdir con acumulación de previsiones nefastas y no dejar de encontrar elementos que nos puedan sorprender, factores que no habíamos sospechado. Magnason es islandés y sobre la piel de Islandia construye buena parte de su relato, pues el ensayo se lee como un texto narrativo, demostrando que se pueden derribar las barreras de los géneros. Los glaciares, por ejemplo, son parte esencial de la obra, como en el capítulo que se habla sobre la gran diferencia entre la naturaleza y la ciudad: la muerte. En la naturaleza es posible encontrarla, al contrario que en las ciudades, donde se esconde. En la naturaleza entras en contacto con la muerte, o con los restos de la muerte, la reconoces y te recuerda que debemos reconciliarnos con ella. Todo debería nacer y morir y, sin embargo, ahora parece que sólo nos queda la resignación de morir:

“Si no hacemos nada, seremos la generación que tuvo el paraíso en sus manos y lo arruinó, y sólo por intereses y codicia. Nuestro legado será deplorable porque nada de lo que producimos vale la mitad del océano, nada es tan maravilloso como el hielo glaciar, nada tan misterioso como la selva virgen por la noche”.

Salamandra

Magnason pertenece a la estirpe de quienes no se han criado con la idea de la madre tierra impresa en la conciencia, pero con el tiempo han ido siendo conscientes de que esa es la idea que debería imponerse, y trabaja por y para ello. El mundo, al que empuja la estirpe humana, viaja a un ritmo que no cesa de acelerarse: no le da tiempo a adaptarse a los cambios ni a asumir que el tiempo ya no transcurre de forma apaciguada. De ahí la presencia constante del abuelo, de la figura del abuelo, que aparece de vez en cuando en las páginas de la obra. El abuelo representa una vida a ritmo lento, sosegada, con mucha menos basura, para la que nos proponen una suerte de medidas inanes: “el paciente no cambia su estilo de vida y quiere convencerse de que todo se solucionará inhalando aceites aromáticos. El asunto es a vida o muerte, pero la gente no lo ve así. La mayoría de las soluciones que se ofrecen son simples placebos, soluciones homeopáticas”. Junto al abuelo, la otra figura referente es el Dalai Lama, a quien el autor ha tenido la ocasión de entrevistas un par de veces, y que no habla en términos excesivamente técnicos ni excesivamente espirituales, mostrándose tan preocupado como mundano.

La guerra, las grandes guerras del siglo XX, cambiaron todo, todo lo torcieron, aceleraron el consumismo, que es la base del deterioro. Frente a ella, Magnasson coloca los mitos y las leyendas, y tiende puentes entre los que existen en diversos lugares de la Tierra, significando que todos tenemos necesidad de creer en los mismos bienes, de construir en las mismas fantasías, de sobrevivir a los mismos males y nadar en aguas semejantes. Alrededor de distintos centros de interés genera cada episodio: el abuelo y los glaciares, los cocodrilos como animales de extrema delicadeza, los arrecifes de corral como epítome de lo bello o la emisión de gases como síntoma de gran codicia:

“Cuando las hermanas de mi abuela, Guðrun y Valur, nacieron débiles y enfermas, se llamó a un sacerdote y no a un médico, y las dos murieron. Ahora que la tierra está en peligro, ¿a quién habría que llamar, a un economista o a un ecólogo?”

Este libro habla sobre el tiempo y el agua, nos aclara el autor en la introducción, antes de advertir acerca del futuro inmediato, pues los cambios sucederán a lo largo de la vida de un niño que ya ha nacido. Pero el niño es tan inocente como el planeta y sólo las decisiones valientes podrán salvar esos paisajes que Magnason describe con tanta ternura: la costa, el glaciar, la tierra casi virgen que uno siente que nace cuando se enfrenta a ella.

Ricardo Martínez Llorca

Ricardo Martínez Llorca es autor de las novelas 'Tan alto el silencio', 'El paisaje vacío', 'El carillón de los vientos', y 'Después de la nieve'. De los libros de viajes 'Cinturón de cobre', 'Al otro lado de la luz'. Del libro de relatos 'Hijos de Caín' y el de perfiles vinculados al mundo del alpinismo 'El precio de ser pájaro'.

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