Se reinventa la cronista a través de una escritura austera, evoca su soledad, no importa con quién se encuentre: “Se han disuelto las imágenesâ€, sostiene, “pero no las vocesâ€. El anhelo interrumpido inspira las observaciones sobre la ausencia de la escritora MarÃa Teresa León (Logroño, 1903-Madrid, 1988), la exploración del yo como un relato itinerante en el que su alter ego acepta la pérdida de lo eterno, al tiempo que su provisionalidad: “Hablo con el poco sentido del recuerdoâ€, confiesa, “con las fallas, las caÃdas, los tropiezos inevitablesâ€. Supone Memoria de la melancolÃa (1970; Renacimiento, 2020), la autobiografÃa coral de una conciencia en huida, condenada a sufrir la pérdida de pertenencia.
Y sin embargo, “el único camino que no hemos hecho los desterrados de España es el de la resignaciónâ€. La narración se centra en el pasado siempre presente de “lo que vi, lo que sentÃ, lo que oÃâ€, rememora, “todo pasado por la confusiónâ€; se parte “de las ruinas, de las casas volcadas y los campos ardiendoâ€; leemos “rescatando a los seres mortales, aunque no sea más que los recuerdosâ€, reconstruimos los acontecimientos tras el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil, la Alianza de Escritores Antifascistas.
Se suceden las vivencias en el Madrid bélico, su participación, como dramaturga, actriz o directora, en empresas teatrales; el perpetuo movimiento de la novelista de Contra viento y marea (1941), que traza los lÃmites de la “memoria del olvido, [como] escribió Emilio Prados, memoria melancólica, a medio apagar, memoria de la melancolÃaâ€. La meta-ficción sentimental de la cuentista de Morirás lejos (1942), cambia de forma según se revela, relaciona lo extraño con lo conmovedor, consciente de que “somos irreemplazables en la manera de decir el llanto, el amor, la esperanza, la angustia, la desolación, la rabiaâ€.
Exiliada al desconcierto, experimenta sus emociones a través de la intelectualidad de sus vivencias (“Federico [GarcÃa Lorca] era el hombre que siempre llegaba tardeâ€), sometidas a la dictadura del silencio, alienadas en busca de respuestas: “No era la derrota de la República y el pueblo español, sino la del sentido común de los paÃses democráticosâ€. Triste la remembranza de la diáspora en Francia, Argentina o Italia, ​la vuelta, en los años 70, a nuestro paÃs (“siempre como una plaza partida en sol y sombraâ€), la amenaza del Alzheimer. Regresa la poeta al olvido de la mano del desarraigo, sin recuperar sentidos de propiedad: “No, no se quedan solos los muertos, nos vamos quedando solos los vivosâ€.
Al sumergirse en la peripecia de sus contemporáneos, su testimonio es el de alguien cuya perspectiva se deja guiar por la compasión, (“¿Volarán las hojas de mi recuerdo hasta que alguien las aplaste por inútiles?â€), un perdurable estado de asombro cuyas indagaciones formulan la investigación mediante una literatura credo (“¡Dejadme volver a mi antigua libertad!â€), entre la fÃsica realidad y el metafÃsico ensueño: “Siempre tengo que regresar a mis cuentos viejosâ€, apostilla, “besar las sombras… decir: mi patria son mis amigos. Y no me equivoco jamásâ€.
Retrato de una época (“éramos rojos españoles terribles, españoles arrebatados de cuchilloâ€), el libro se lee como una novela, reescrita a través de las percepciones de la añoranza, la compañera eterna de la trasterrada, que lamenta: “En mi mano derecha llevo dos lágrimas que ningún viento puede secar. Se llaman Españaâ€. En ese vivir provisional entre estados de desasosiego, arrastra MarÃa Teresa León sus reminiscencias, “estamos hechos de pequeñas muertesâ€, concluye, “tanto como del tejido de los sueñosâ€. Al redactar lo sucedido, espera liberarse de las incertidumbres, recuperar “la verdad, la belleza, los hombres, los árboles de España, la luz, la esperanzaâ€.