ClavÃcula, de Marta Sanz, es un libro sobre el dolor, y escribir esa sentencia equivale a escribir que es un libro sobre el trabajo, sobre España, sobre la vejez, sobre la mujer y sobre el capitalismo. Y sobre tantas cosas más.
ClavÃcula cuenta la historia de una mujer menopáusica llamada Marta Sanz que un buen dÃa es asaltada por el dolor. Por un dolor, mejor dicho: un dolor muy concreto ubicado en un lugar del cuerpo que se llama “escotadura supraestenal†pero que Marta Sanz prefiere llamar “Bósforo de Almasyâ€, como hacen los personajes de El paciente inglés o como hace la Natalia de Miguel de Farándula. El dolor, como el Bósforo, carece de nombre o es siempre una metáfora, y ni Marta Sanz ni la retahÃla de médicos, amigos, enfermeros y psicoterapeutas que se cuelan en ClavÃcula son capaces de desentrañar el sÃmbolo. El dolor, como la metáfora, está por ahÃ, por el cuello, más abajo, sÃ, aquÃ, pero más profundo, y no sabemos si es pulsátil o punzante o lacerante porque no disponemos del diccionario del dolor, que –como cualquier otro diccionario– es imposible. Entonces el dolor, que es un dolor, también es el dolor y –por más que afecte a nuestro frágil corazón materialista– Marta Sanz nos aboca a describir ese dolor que ahora sentimos porque de repente ya no sabemos qué es el dolor.
Por una parte ese dolor es el de una escritora que no sabe cómo ser materialista y al mismo tiempo ubicar su dolor más allá de su propio cuerpo, que también es el cuerpo de un libro que no logra saber dónde se aloja esa punzada que le impide contar lo que quiere contar y lo obliga a constreñirse, a necesitar una editorial y tinta y papel e incluso un lector que lo lea para decir lo que dice o lo que cree que dice. También es el dolor de una revolucionaria que gana el premio Herralde, de una turista en el aeropuerto de Manila City y de una marxista que se embarca en un crucero. La imposibilidad de la escritura hecha carne, hecha punzada en el Bósforo de Almasy. Pero de ClavÃcula debemos decir lo que se dice de todos los buenos libros consagrados a ese tema opresivo: que nos ayuda a pensar. Y eso, por ahora, es suficiente.
Pero hay algo más, algo que hace que ClavÃcula se cuente entre los pocos libros de una serie casi desconocida, un hilo subterráneo que atraviesa obras de André Gide, de Mario Levrero, de Rosa Beltrán y de Jorge Luis Borges. Me refiero a la estirpe de los libros sin autor, los libros que se escriben solos. El segundo párrafo de esta reseña –que (ahora me doy cuenta) se ha escrito también solo– abre diciendo “ClavÃcula cuenta la historiaâ€, y aquà ese lugar común es más cierto que nunca. La historia no la cuenta Marta Sanz autora ni Marta Sanz personaje, no la cuenta Anagrama ni la cuenta el lector. La cuenta el mercado, el mercado que mueve a Marta de un lugar a otro imponiéndole una escritura fragmentaria y una narrativa de la supervivencia, y sobre todo imponiéndole un dolor en el Bósforo de Almasy. La historia de ClavÃcula la cuenta el dolor y asà Marta Sanz nos informa con la actitud frÃa de sus especialistas de que en realidad, querido lector, por mucho que a ti te duela, cualquier historia la cuenta siempre el mercado, siempre el dolor. Las historias encuadernadas y selladas por Anagrama, por supuesto, pero también tu historia, esa que crees contarte tú mismo para acordarte dÃa a dÃa de quién eres.
El lector atento ya habrá notado que si ClavÃcula es un libro escrito por el mercado y también es un libro autoficcional, lo que leemos es un libro escrito dentro del libro, por el mercado del libro –que es una homologÃa del mercado en el que está inscrito el libro–. Eso convierte a Marta Sanz en una suerte de Cide Hamete Benengeli contemporáneo y aboca al lector a un doloroso regressus ad infinitum.
Marta Sanz es sin duda una autora con una aspiración contestataria. En sus obras anteriores jugaba con precisión de malabarista con lo dado, atrapaba al vuelo con un oÃdo envidiable las reglas que nos impone en el sentido común e insertaba en ese texto código malicioso. En ClavÃcula sigue jugando a ese juego pero ha variado sus reglas. Esta vez Marta Sanz se aprovecha de nuestra pulsión de realidad, del morbo de la autoficción y de su propia figura de autor para inyectarnos código, para hackearnos, pero al mismo tiempo inaugura una dimensión respetuosa con el lector que casi siempre se ha dirigido al lector académico pero que en ClavÃcula se dirige a cualquier lector, le abre una semilla en el pecho y le espeta a la cara sin dejarle ninguna otra opción: ahora. Tú. Piensa.