¿Existe alguna diferencia entre un intelectual que escribe y un escritor intelectual? ¿Y entre llevar una vida de filósofo y vivir una vida filosófica?
Para un individuo como este que escribe, que huye del dogma como de la peste, la impostada seriedad -o, incluso, reverencia- indisolublemente asociada a la teorÃa no procova más que aburrimiento. La ironÃa, y en gran medida su hermano mayor, el cinismo, ambos inconcebibles para los constructos teóricos, acompañan al verdadero progreso de la razón; y este es el motivo por el que posee más valor una sola página del relato en apariencia más inocente de Diderot que toda la FenomenologÃa del espÃritu.
Y la última.
Todos los conflictos de alcance sociológico se originan en el ámbito psicológico.
Pero aquà he venido a hablar del libro de Mary McCarthy El oasis (The Oasis, 1949). Vamos a ello.
«Los puristas creÃan que habÃan ganado [en su intento de rechazar a los comunistas] y los moderados se conformaban con que la colonia se mantuviera fiel a sus principios, el menos hasta que llegara el momento en el que fuera necesario ponerlos en práctica.»
McCarthy abre el relato, precisamente, con la primera diferencia surgida en el seno de la comunidad: la aceptación o el rechazo de la propuesta de adhesión de un individuo que no parece reunir los requisitos para ser admitido.
Cada individuo, en cualquiera de las facciones, se preocupa por restablecer el marco teórico que debe regir su conducta -reformulado desde el dÃa que tomó la decisión de apuntarse al experimento, pero nunca planteado con anterioridad, en su vida civil– con la misma intensidad con la que se perdona cualquier transgresión, como si lo principal de las prohibiciones fuera ser consciente de su existencia y no tanto cumplirlas.
En realidad, como es fácil de comprender, UtopÃa es un proyecto colectivo pero, dados los diferentes antecedentes de los participantes, está abierto a tantas posibilidades como elementos la componen y no todas con el mismo peso especÃfico. Las expectativas de los cabecillas de cada facción, debido al poder que se les ha concedido por los subalternos, expresa o tácitamente, tienen más posibilidades de imponerse que las esperanzas de los que han renunciado a ejercerlo pero que las mantienen intactas a pesar de esa dimisión y que, ante la imposibilidad de imponerlas de forma explÃcita, tratarán de aplicarlas subrepticiamente. De esa forma, los enfrentamientos por desacuerdos en cuestiones cruciales se sostendrán entre facciones, mientras que los que hagan referencia a la cotidianidad no conocerán planteamientos previos y desembocarán en un caótico todos-contra-todos cuyo efecto principal será ir minando de manera silenciosa pero irremediable la pretendida coherencia interna del grupo.
Aunque el principio teórico -dirÃase, incluso, fundacional- que regÃa el experimento era que cada individuo aportara su contribución a la comunidad para, de este modo, hacer la experiencia más humanamente enriquecedora, en realidad, esa aportación acaba consolidándose en negativo, ya que con lo que contribuye cada uno es con sus limitaciones, para las que espera encontrar remedio en el seno de la asociación y en el reducido número de iguales, en lugar de quedar en evidencia ante la sociedad en su conjunto.
«Todo un sistema de vida esperaba ser reiniciado, un detalle que habÃa convencido a los realistas para someterse a la ideologÃa de los puristas que, en particular desde el reclutamiento de los trabajadores y la escasez de los materiales, debido a la guerra inminente, habÃan descartado completamente la modernización a gran escala. Y los realistas de ambas tendencias tampoco eran insensibles al encanto de un nuevo comienzo, simbolizado con tanto acierto por el viejo hotel y sus aparatos, que los devolvÃan a la edad de la inocencia, al alba de la memoria y a las arcaicas figuras del padre y la madre. En cualquier caso, por el momento, todos veÃan posible volver a empezar por el principio y corregir el pequeño error que habÃa ocasionado aquella enorme confusión, como ese fallo que uno comete al inicio de un cálculo matemático y que acaba por traducirse en una diferencia de miles de millones en la respuesta final.»
El extrañamiento de un modo de vida conocido y asumido y el planteamiento de nuevas necesidades cuya solución se habÃa propuesto solo en el plano teórico no provocó la aparición del elenco de virtudes con el que resolver cualquier tipo de incidencias, sino que las dificultades hicieron emerger lo peor de cada uno -una posibilidad que, en teorÃa, debÃa ser descartada como principio fundacional de la colonia- para agravar los enfrentamientos, poner en cuestión el experimento y crear nuevas rencillas personales entre individuos con anterioridad desconocidos.
Entendiendo el conflicto como un ente dotado de voluntad propia cuya única intención es perpetuarse, la reconciliación de los lÃderes de cada facción -haciendo uso de una capacidad posible solo en el nivel personal, la empatÃa- traspasará las diferencias de nivel, que quedarán establecidas entre los numerarios de cada facción, y en un contexto doble: externo, enfrentada a los numerarios del otro grupo; interno, contra la rendición de su lÃder ante su adversario. Y esa enemistad es de consecuencias mucho más graves que la que enfrentaba la de los dos lÃderes ya que ni el razonamiento ni la empatÃa, ambos restringidos al plano personal, son susceptibles de participación.
En todo caso, esa socialización de los deseos, la colectivización de las aspiraciones, aún lastradas por las diferencias de enfoque y las rivalidades entre lÃderes y entre facciones, posibilita que esos anhelos alcancen un grado de inverosimilitud que jamás podrÃa haberse dado si los promotores fueran personas individuales, mucho más razonables en sus deseos que cuando se cuenta con el refuerzo de la colectividad.
La intención consciente se ha trasladado desde la vida convencional hasta la convivencia en la colonia, y los participantes han aprendido a modular sus aspiraciones y sus reacciones a su nueva situación; pero cuando surge un conflicto que afecta, además de a la comunidad, a la propia existencia o a la cohesión del grupo, los frenos conscientes dejan de ser efectivos y emergen las personalidades reales, con lo que se agrava el conflicto al situarlo fuera del ámbito de la comunidad, entre unos individuos que ya no se reconocen entre sà -y a los que no les gustarÃa reconocerse por sà mismos- y por razón de unos enfrentamientos que no entraban en el marco de las posibilidades.
«Al principio, nadie reconoció abiertamente que el picnic se habÃa echado a perder; aquel encuentro habÃa magullado y vapuleado demasiado la moral de la colonia, pero, cuando abrieron las cestas y el áspero vino tinto empezó a circular, los miembros se dividieron en pequeños grupos y, sentados en cÃrculo, bajaron la cabeza y la voz para repartir culpas y perdones y extraer la moraleja de la historia. Todos eran secretamente conscientes de que una fase de la colonia habÃa llegado a su fin; se habÃa perdido algo que tal vez fuera un ingrediente esencial: un hombre puede vivir sin respetarse a sà mismo, pero un grupo se hace añicos, se disgrega, cuando ve el reflejo de su propia fealdad.»
¿Está preparada la colonia para repeler un ataque exterior usando sus propias normas, adoptadas por consenso, cuando ese enfrentamiento la pone más allá de los lÃmites de su constructo teórico, y cuando ese enemigo no solo representa todo lo que ellos han dejado atrás, sino que elude del fair play que ellos tienen en cuenta en sus diferencias internas? ¿Dónde está el mayor peligro para la supervivencia de la colonia, en las desavenencias intrÃnsecas -para las cuales las formas fundacionales deberÃan haberlos preparado desde el inicio- o en un ataque exterior -para cuya respuesta no sirve el planteamiento fundacional-?
La invasión de unos foráneos de un prado propiedad de la colonia para recoger unas fresas silvestres provoca el cuestionamiento de las bases de UtopÃa porque ese hecho no entraba en el marco teórico establecido; contraviniendo un código no escrito pero fácilmente comprensible, son rechazados mediante disparos de salvas al aire, una reacción que acentúa el debate hasta lÃmites insospechados y convierte la respuesta a la transgresión en la mayor amenaza para la continuidad del experimento.
Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia ClÃnica, FilosofÃa y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, crÃticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.