Matías Escalera | M. Serna | WikiMedia Commons

De la lucidez como única posibilidad

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Matías Escalera | M. Serna | WikiMedia Commons

Publica Matías Escalera Cordero su nuevo poemario y sucede lo que, por desgracia, ocurre con muy pocos libros actuales: el ruido calla y escuchan los lectores. Escuchan, más allá del verso y la palabra, todos aquellos que, de la primera a la última página, se sienten radiografiados por la escritura incisiva, lúcida y descarnadamente honesta de Escalera. Si hoy en día hay un autor comprometido con la verdad, íntima y social, de la poesía, ese es el autor cuyo último poemario aquí se reseña. Recortes de un corazón herido, editado con su buena factura habitual por Huerga y Fierro, analiza, con la visión panorámica envidiable, los rincones más sucios y menos visibles de nuestro mundo, los ángulos ciegos de un mundo al que preferimos mirar con gafas de realidad virtual edulcorada.

Huerga y Fierro

Así, las páginas de Recortes de un corazón herido no se quedan en el mero monólogo, sino que están hechas para el diálogo; el lector que aquí se requiere es activo, inquieto, profundamente inconformista y, sobre todo, dispuesto a abandonar la bruma del aturdimiento cotidiano. En ese sentido, una vez más, la voz de Escalera, trae al papel su quehacer docente: aquí no hay datos, aquí hay apertura de miras y altura de vuelos. Y de nuevo, la particular tipografía de sus poemas (llenos, sobre todos, de puntos suspensivos en los que respirar colectivamente), se convierte en un espacio para el aprendizaje común, para el desarrollo significativo de la denuncia. Una impugnación a la totalidad de la injusticia diaria no puede concebirse si no es desde la pluralidad.

Escalera se desnuda como poeta y como parte de una comunidad poética que, con demasiada frecuencia, se entretiene en juegos de salón e intrigas palaciegas; se desnuda, hasta el hueso, como individuo y como miembro de la sociedad. Y vuelve a sobrevolar la sala una pregunta tan vieja como el oficio del poeta: ¿cuál debe ser el papel del autor en la acción política? ¿cuál, por extensión, el de toda persona? Desde fuera, se nos obliga a la mirada roma, pero el verso, aquí, es un material muy diferente del que el que sostiene la banalidad de centro comercial y televisión en vena a la que estamos acostumbrados, y debe ser tratado con respeto y honestidad. «Inteligencia», podríamos parafrasear a Juan Ramón, «dame la mirada exacta sobre el mundo, aunque duela… o, precisamente, porque duele» nos repite una y otra vez Escalera. ¿Quedarán después de esa mirada motivos para la esperanza, para esa esperanza que solo se esboza como subtítulo de la obra y que recorre, como un fantasma de nuevo cuño, todos los poemas? Es tarea del lector extraer esa última conclusión, pero el poeta lo resuelve bien a las claras: que la esperanza nunca sea boba; que, si ha de existir, sea punto de arranque, cimiento de la construcción, y no complacencia en el horizonte no logrado, no un continente hecho de ilusión trivial y mercantilizada.

El volumen se distribuye en cuatro partes. La primera y más extensa de ellas (La esperanza [… y el mundo o no tal vez…]), nos ofrece una mirada lúcida, para quienes quieran observar en libertad el orden de la realidad, que se abre con un poema programático, Hoy he aprendido dos cosas, reivindicación del sosiego frente al desasosiego de lo que se nos entrega como irremediable; mientras que, el páramo arrasado, el impulso de huida y la sensación de desposesión absoluta suponen un contrapunto dialéctico a lo anterior, en el poema titulado Esa carretera perdida, poema que comparte narratividad y honda reflexión con Soñamos, donde, asimismo, y como apuntalará Oración sin esperanza y con fe auténtica, en el que se proponen motivos cristianos como la figura del ángel, el Paraíso y la oración, contrapuestos a una realidad terca y desterrada que no puede basarse, en modo alguno, ni en los dioses, ni en el mito, para explicarse a sí misma. De este modo, lo verdadero y la verdad se erigen en tema central de esta sección, como bien ejemplifican La mentira y No queremos, pero lo hacemos, poema construido en torno a un magistral «morimos como vivimos: solos…», magnífico paralelo de los más desengañados autores del Siglo de Oro de la lengua castellana y del no menos descorazonado «Vivimos como soñamos: solos» de Joseph Conrad. Ni siquiera la presencia de la pareja, contrafactum de Adán y Eva, que se intuye en varios poemas de esta sección (Como Yuna Kim sobre el hielo, Esperanza antes del alba y Si es así, no hay esperanza), sirve para apuntalar una esperanza que, por fundarse en premisas equivocadas, solo puede conducir al desvelamiento de la trampa.

Tras la magistral tipología, casi científica, trazada en Balada de los gilipollas, composición que abarca por sí misma toda la segunda parte del libro, Matías Escalera, con finísima agudeza, describe en la tercera parte de Recortes de un corazón herido el mundo a través de personalidades y situaciones históricas concretas: lamass  desigualdad, el desprecio entre iguales, el machismo, la obligatoria irrelevancia de lo que no es aceptado… todo tiene cabida en los versos de esta sección (El mundo [… sin esperanza o no tal vez]), desde la elección de La palabra del año / 2015 hasta la cada día más necesaria reclamación del feminismo como forma de entender y articular, de manera por fin (tantos siglos después) solidaria, la sociedad. Y todo lo hace Escalera sin la afectación de los vates, sin encaramarse a una posición ebria de superioridad que caracteriza a tantos y tantos poetas de tres al cuarto (De la vanidad y del ego [dices]).

El libro se cierra con un Homenaje a algunos hombres con esperanza, galería por la que pasean Celaya, Alberti, Bloch o Hernández, al que se dirige Matías Escalera directamente, como al interlocutor vivo que aún es, en la sobrecogedora pieza Lamento y confesión (p. 92). El hueco más atronador se destina a las olvidadas, a las silenciadas por la historia: en la figura de Aminetu Haidar, símbolo de la no menos olvidada Tinduf, en la que confluyen todos esos olvidos (Señora Haidar las fotos no son para usted), que acaban por ser enciclopédicos tanto en las camarillas poéticas como en los mass media, epítomes, cada uno en su extremo, de la tiranía actual de lo vacuo (Poesía culturalista de verdad). Pero la verdad siempre será cuestión de tiempo, como se nos recuerda en el minimalista El triunfo del tiempo y de la verdad: «El secreto del tiempo / Lo que la verdad esconde…»). Por último, dos epílogos ponen punto y final al libro: Recortes de recortes y la prosa poética que constituye Destino lunar: ambos apuntalan la búsqueda de un sentido negado de antemano, la rebeldía personal y común frente a la apropiación indebida por parte del poder de los símbolos que, por humanos, nos son consustanciales:

«He pensado… ¿Es que solo yo en el mundo contemplo esta mágica, precaria y pura maravilla ofrecida, así, tan gratuitamente, por el instante…? // No, alguien más debe de estar contemplando […], no podemos estar solos ante la excelsitud del mundo y tampoco ante la posibilidad de la esperanza…».

En un mundo, en fin, dominado por la atonía, aplastado por la desmemoria del sucedáneo obligatorio, la poesía (herramienta inigualable de la verdad) debe ser reivindicada como la marca diferencial definitiva entre lo impuesto por la inercia fríamente metálica del sistema y el candente derecho a réplica que no puede, nunca, dejar de asistirnos. Gracias a Matías Escalera y a su nuevo libro, somos algo menos huérfanos de lucidez y de palabra.

Francisco José Martínez Morán

Doctor en Literatura Comparada. Ha publicado los poemarios 'Variadas posiciones del amante' (2006, Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande), 'Tras la puerta tapiada' (2009, XXIV Premio de Poesía Hiperión), 'Obligación' (Polibea, 2103) y 'Tacha' (Renacimiento, 2018). En 2010 apareció su colección de relatos 'Peligro de vida' (El Gaviero) y es autor, bajo el heterónimo Carlos Grande Grande, del ensayo 'Crónica digital de Carlos Grande' y del libro de poemas 'Grande Tercera Phase' (2013 y 2015, respectivamente, Evohé). En 2018 publica su primera novela, 'Amistades comunes' (Baile del Sol). (Foto: Roberto Maroto)

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