Mictecacihuatl. Asà llaman en la mitologÃa mexicana a la reina del inframundo, la que vigila los huesos de los muertos. Ella rige el destino de los hombres, que es el mismo para todos: morirse algún dÃa. Pero las cosas están empezando a cambiar. Leed los periódicos. La ciencia avanza. Y el poder le respira bien encima para que todo siga bajo control. Si algún dÃa existe la vida eterna, ellos serán los primeros en enterarse. Lo mismo sucede aquÃ, en la última novela de José Ovejero, Los ángeles feroces: han descubierto el secreto de AlegrÃa, una joven callejera que ni enferma ni envejece, y cuya milagrosa sangre la hace poseedora del don de la eterna juventud. AlegrÃa nació en el cerebro de Ovejero, un dÃa de viaje por los Estados Unidos. De pronto imaginó a una mujer en la ventana de un rascacielos y ya no se la pudo quitar de la cabeza. ¿Quién era esa mujer?
Todo el mundo la persigue. Desde la hipocresÃa del poder, la sangre de AlegrÃa es un preciado bien común. Pero Cástor es un polÃtico en horas bajas (encended la televisión) y la quiere sólo para él:
“Si tuviese la sangre iba a hundir a todos esos que trepan por mis piernasâ€.
El caso de Arnaldo (el Loco) es diferente: adorador de la Santa, una escultura de goma que sujeta una guadaña (recordad: Mictecacihuatl), hará todo lo posible por acabar con el sacrilegio. Sencillamente no puede permitir que AlegrÃa viva para siempre.
Conocemos la trama por el cuaderno de AM, el tipo de ojos achinados que protegerá a la joven en esta historia (más adelante se enamorará de ella). La ha conocido en una manifestación, recibiendo palos de la policÃa, escupiendo un coágulo de su preciada sangre sobre una baldosa. Y aunque cierta violencia explÃcita está presente en toda la novela, Ovejero se centra en otra más sutil y estructural: aquella que se ejerce sobre marginados y subalternos en las ciudades del capitalismo global.
Siempre ha habido vÃas de escape, empezando por aquel Club de la lucha de la novela de Palahniuk. Pero al autor le interesa la esfera pública, el lugar donde jóvenes con capucha negra portan barras de metal en las manos (detalle: Ovejero escribe con capucha), el lugar donde se visibiliza el hambre y la pobreza. Es ahà donde sentimos la tensión (estática, como en el poema de Ginsberg) hasta que empezamos a respirar el humo. Y entonces aparece el narrador, nos agarra por la solapa y nos dice:
“Esto ya está pasando, esto no es Blade Runnerâ€.
Dejad de imaginaros el futuro.
Ovejero no nos da fechas, pero este presente distópico recuerda a Hijos de los hombres, la pelÃcula de Alfonso Cuarón. En este caso la humanidad arrastra 18 años de infertilidad y está al borde de la extinción. La persona más buscada en la faz de la tierra se llama Kee y está a punto de dar a luz. Año: 2027.
Los ángeles feroces no es una novela amable. Más bien es un despiece de sucesos por el que pasan personajes sin raÃces, nostalgia ni pasado. No os empeñéis en comprenderlos:
“La identificación es un camino demasiado fácilâ€.
El estilo tiene claros referentes: Jelinek, Onetti, o el McCarthy de Meridianos de Sangre. Aquellos a los que Ovejero dedicó un excelente ensayo titulado La ética de la crueldad (Premio Anagrama, 2012). Y de esta literatura, que se aferra a una realidad cruda y sin concesiones, que se nutre de la violencia y el caos, ha de renacer después la esperanza:
“El caos es el espacio propicio para los sueñosâ€.
De ahà la lucha de AlegrÃa. De ahà el final abierto de la novela.
Ovejero ha dado un nuevo salto. Recela del éxito de La invención del amor (Premio Alfaguara, 2013) y se pasa a Galaxia Gutenberg para explorar terrenos menos transitados. A medio camino entre la ciencia ficción y la realidad tardÃa, esta novela vampÃrica y excesiva no atiende a ideologÃas ni identidades, sino a polÃticas personales del deseo y la supervivencia. Y a la pregunta de Jaron Lanier, Who owns our future?, Ovejero responde, a pesar de nuestras servidumbres: nosotros mismos.
Este artÃculo se ha realizado en el marco de las actividades del Curso de Periodismo Cultural de Revista de Letras.