El sinsentido es apenas uno de los muchos hilos de la trama basada en la coincidencia, “lo tienes todo en ese enorme código único, en este códice, en este libro ilegible, este libro†con predisposición a suspender la incredulidad para ingresar en la narración, el artefacto forzado por la necesidad de callar, el volumen que se anula a sà mismo, a merced de los “ojos ultralejanos, periféricos y tristes de los antepasadosâ€, vulnerable a su propia mutilación. Sobrevive el relato El cuerpo (2020), de Mircea Cărtărescu, a través del manuscrito demediado a medida de una existencia aferrada al alma de la ironÃa, donde “tú eres tan solo la llave de la puerta entre los mundos, pero una llave que se fundirÃa en la cerradura y que, con ella, generarÃa la puerta y el espacio mágico del otro ladoâ€, un sesgado homenaje en prosa, extrañamente apropiado, a una poesÃa que funciona como una de las múltiples manifestaciones de la ficción.
“¿Qué espero? ¿Qué locura imposible de contemplar se va a formar y deformar en el cielo siempre atormentado de mi mente, de mi libro?â€. A través de la metafÃsica travesura, la prolija meditación, la crónica del lento declive hacia la enajenación que, como un árbol de connotaciones, sigue el esquema fantasmal del tronco narrativo, “contemplado por un ojo inconcebibleâ€, antes de extenderse a través de las ramas divergentes de la constante reinvención, “con efectos de la concavidad y el engrosamiento de unos perfiles inesperadosâ€, hasta aflorar en la devoradora obsesión por la literatura de Cărtărescu, “ese aullido amarillo, con la singularidad muda del núcleo de mi libro y de mi vidaâ€.
Posmodernos divanes de la perspectiva conducen a textuales psicoanálisis que exponen las fijaciones no reconocidas del poeta de El Levante, “sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vidaâ€. Se coopta por la concisión a expensas de la perorata, “tan solo una imagen del verdadero verdadero verdadero vacÃoâ€, en el que se insertan disquisiciones en blanco por cada hoja escrita, antes de salir “al exterior, a la noche bucarestina, cegado por los faros y las luces de neónâ€. Se eliminan trozos de la verborrea en favor de una versión reducida de la exuberancia. A favor de la intertextualidad, el creador de El ojo castaño de nuestro amor o Solenoide dialoga con los espacios vacantes de una conceptual enciclopedia, “un hueco, un remiendo de otro lugar, de otro mundoâ€, una novela que incluye todas las novelas, amablemente arrogante, falsamente ingenua, “el fragmento de un canto, un parlando apenas murmurado, en una lengua desconocida†acerca de la inconsciencia deslumbrada por el artificio de habitar lejos de uno mismo.
“Todos tenemos en nuestro interior el gemelo virtual que nos contemplaâ€, se afirma casi al final de la saga, “asombrado desde el otro lado del espejo deslumbrante del sexo, que brilla como el sol, la luna y las estrellas en el centro de nuestra menteâ€. Un fajo de impresiones indefensas alimenta la maquinaria trituradora de la invención en el volumen central de la trilogÃa, editada por Impedimenta, en traducción de Marian Ochoa de Eribe, Cegador, junto a El ala izquierda, y El ala derecha, (2021), donde las palabras, como mariposas, “sobre las estrellas y los cenagales y las fronteras y las amebas (…) inexpresables como un arco reflejo o un arco voltaicoâ€, abandonan la página impresa, tiernas y tristes, evocando no solo la espantosa comprensión de la ausencia que alberga el, entre otros, Premio Thomas Mann de Literatura o el Formentor de las Letras, sino su tensa repetición en “fragmentos de pintura que se aclaran un momento antes de culminar en nuevas deformidadesâ€. Todas las preguntas se vuelven absurdas frente a la gran pregunta de El cuerpo, una historia no del todo real que apunta a la irrealidad que todo lo abarca.