Cuenta Mohamed Chukri que, cuando Paul Bowles le presentó en un encuentro al editor Peter Owen, éste le preguntó si podÃa escribir su autobiografÃa. Chukri contestó que ya la tenÃa escrita. Acto seguido firmaron un contrato para su publicación en Londres. Al despedirse, Chukri se dirigió a un bar enfrente de su casa en Tánger y, acompañado de una botella de vino, escribió el primer capÃtulo de El pan a secas. DÃas más tarde, le confesó a su amigo Bowles que acababa de empezar a escribir su autobiografÃa. Bowles, algo molesto, le recriminó haber firmado un contrato por algo que no existÃa. Chukri, sonriente, simplemente contestó que se habÃa impuesto un desafÃo bereber.
La proeza de Chukri fue desafiar al olvido para dar testimonio a dos generaciones. La generación de un analfabeto que intentaba escapar de las garras de la miseria tras la segunda guerra mundial y la de un escritor que procuraba forjarse una carrera literaria. El año 1973 fue decisivo para que Chukri pudiera unir ambas generaciones para siempre. Antes de ese crucial año sólo habÃa publicado de forma fortuita algún que otro cuento. Violencia en la playa fue el primero que publicó en la revista libanesa Al-Adab en 1966, que posteriormente fue recogido en su libro de relatos El loco de las rosas. También habÃan visto la luz algunos capÃtulos, tanto de su autobiografÃa como del libro sobre Jean Genet, en la revista Neoyorkina Antaeus, de la que su amigo Bowles era cofundador.
En el libro Tennessee Williams en Tánger, que acaba de sacar este verano Cabaret Voltaire, con una exquisita traducción de Rajae Boumediane El Metni, Chukri emprende la aventura de acercarse al autor de La gata sobre el tejado de zinc a sabiendas de que irÃa a la ciudad. Era el 16 de julio de 1973. Ese mismo dÃa, su amigo y también escritor Mohamed Zafzaf le aconsejó que, si se daba la oportunidad, serÃa bueno que le conociera.
«Asà podrÃas escribir un libro sobre él, como hiciste con Jean Genet».
No tardarÃa en registrar sus impresiones sobre el estadounidense. El resultado fue un asombroso dietario metaliterario, plagado de lecturas, en varias lenguas; de citas; de personajes ficticios pareciéndose sospechosamente a personas reales y al revés. Un libro escrito a conciencia y con paso firme, y que tiene al alcohol de coartada:
«Ahora que viene Tennessee, seguro que Paul comprará una cuantas botellas».
No falta el olor a tabaco, que impregna sus páginas, como si fuera un péndulo de una supervivencia vital, «â€¦fumaba con verdadero frenesÃ. TenÃa un gusto a tierra en la boca». Y, la imagen de un vaso de leche frÃa bebido de un trago demuestra la necesidad que tenÃa el autor de no perder el contacto con la generación que estaba dejando atrás mientras embarcaba en otra.
«No necesito aclarar que cuando tomo leche, me siento como un bebé o un anciano enfermo».
Chukri, siempre con un libro en la mano, buscó durante la estancia de Williams en Tánger consejo, percepciones y cierta complicidad literaria que no siempre encontraba.
«Ã‰l es escritor. Yo también. Él es famoso. Yo no lo soy. Ésta es la diferencia. Normalmente, el ladrón aprendiz se ha de presentar al ladón experimentado. He practicado alguno de sus oficios. Él durante sus años de escasez y yo durante mis años de miseria», escribió justo antes de que se conocieran en persona.
Tennessee Williams, al final, pudo leer algunos capÃtulos de El pan a secas en la revista Antaeus, que el propio Chukri le habÃa prestado.
«Un testimonio conmovedor del desamparo humano», le escribió en una hoja mecanografiada. Al año siguiente la opinión de Williams pasarÃa a la eternidad, quedando reflejada en la portada del primer libro de Chukri, de su desafÃo bereber, que le publicó Peter Owen en Londres. «A true document of human desperation, shattering in its impacts«.
Ahora, 45 años después, la diferencia a la que aludÃa Chukri se ha disipado, solo queda practicar el oficio de los ladrones que pasaron por Tánger.