Nefando trata sobre una de las infecciones del mundo, esa que transforma el esperma en pus, el flujo vaginal en ácido vitriólico. Es una apuesta sobre la ética de las hienas que hacen su agosto con lo más descarnado del sexo, una apuesta valiente, pues las vÃctimas pueden llegar a perder su condición humana para vivir con la moral del granito. Y Nefando es una especie de juego en la red, una trampa para las hienas que navegan a la búsqueda de las versiones más crueles e infames de la pornografÃa. Porque es un juego diseñado para no tener sentido. Como no lo tiene el trozo de mundo sobre el que elabora su proyecto Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) lleno a reventar de unos virus que hay que agarrarse los machos para leer alguno de los párrafos que los inundan. Porque existe una parte explÃcita, sÃ, pero también grandes elipsis que dejan al lector vacÃos sobre los que es casi mejor no imaginar. Pero nos obliga a imaginar. La lectura de Nefando no es gratuita, es de las que requieren atención. Porque Ojeda juega con todas las distancias posibles respecto a la relación con la enfermedad y el crimen. Y porque la estructura salta de un personaje a otro en una estructura tan bien elaborada, que da la sensación de no existir otra cosa que no sea el caos, el desorden de las voces, de los estratos de la ética y de las voces de distintas regiones del mundo hispano.
Lo que Mónica Ojeda busca es sacudirnos con el sexo de una forma tan violenta como hasta la fecha apenas se habÃa conseguido en alguna ocasión con la muerte. O con el cine Snuff. El amor que registra no es sino dolor y lo más semejante a la empatÃa es la relación con el otro a través de la pantalla del ordenador. Y ese otro carece de rostro. Si no hay un otro, solo cabe lo perverso en esta novela hecha de fragmentos de la distopÃa moral. Uno se pregunta a qué género pertenece, y siente el impulso de catalogarla como ciencia ficción, pero lo que ocurre en la novela es real. Y, sin embargo, no aparenta ser realismo social, cuando es una actualización postmoderna, y con mucha sangre de por medio, de ese género. Porque lo normal, aunque no en la medida que lo padecen los personajes, en esta realidad es ir desgarrándose, deformándose, escindiéndose, hasta perder la sintaxis. Y quien pierde la sintaxis está incapacitado para comunicarse y por tanto se quedará solo. Hay mucho de soledad en esta novela. Pero también de transición. Uno de los momentos más jodidos de la vida es aquel en que tienes que dejar atrás la adolescencia y eres una larva de un adulto. Esa larva, que muchos no consiguen superar, esos momentos en que somos larva, son los que centran la atención de Mónica Ojeda. Tal vez vaya siendo hora de ponerle un nombre a esa etapa, como disponemos del de púber para definir la transición de la infancia a la adolescencia.
Y por último, Nefando pretende denunciar, saldar cuentas con el cibersexo más inhumano, el de los abusos a bebés o la zoofilia, una denuncia innecesaria, es cierto, pero que requiere de un antibiótico, que podrÃa ser la literatura. Que es la literatura, porque este libro es una experiencia literaria. No faltan unos apuntes sobre el sentido del humor, que Ojeda sitúa como la vacuna para mantenernos humanos en este terreno sin escrúpulos. Ni siquiera las vÃctimas poseen escrúpulos. Lo cual es el primer paso para desconfiar. No parece existir sanación posible para ellos. Ni para esta infección social. Ningún psicofármaco, por muchas toneladas con que reguemos la infección nos va salvar. Se aproxima el fin de la humanidad y apenas podemos agarrarnos a las raÃces del árbol de la literatura, que asoman aquà y allá a lo largo del precipicio, para no caer en el desaliento. Esa es la enseñanza de esta novela.