A orillas del Duero de Antonio Machado, Orillas del Sar de RosalÃa Castro o La orilla del Mar de José Gorostiza nada tienen que ver con este otro, La orilla de los nadie (Promarex Ediciones), ópera prima de Montse Ordóñez, escritora conocida como colaboradora habitual en distintos medios literarios.
Se trata de un particular canto que rinde homenaje a los olvidados, los arrojados, aquellos que no importaron y cuya ausencia duele, hiere. AsÃ, mediante el uso de la memoria la autora barcelonesa se sitúa, retrospectivamente, en el territorio de los recuerdos, contra la pasividad del olvido, empleando un tono introspectivo, rasgo propio de la poesÃa de la conciencia, a la hora de tomar responsabilidad sobre el ser y la existencia desde el trazo de la propia identidad.
Este libro está constituido por ochenta y un poemas repartidos en cinco apartados equilibrados, unitarios en el fondo. El poema que da tÃtulo al libro se encuentra en las primeras páginas, que sirve de antesala para que el lector no se despiste en su programa: frente a la pasividad y sinrazón de la actualidad, se sitúan “los que quedan / y lloran / sin consuelo / temblando de frÃo y miedoâ€. El presente en este primer apartado desgarra cada vez que revisita nostálgicamente tiempos pasados y encuentra tantos abandonos:
“Mi padre no me recuerda / Mi madre me grita / La vida implora / que cruce la orilla†(Desorientada).
Todo lo que suponga apartarse del medio natural y, en consecuencia de la libertad y de lo auténtico, se convierte en pérdida de identidad y mascarada, como se demuestra en el poema Desespero:
“Los árboles mueren al paso del desastre / y las hojas / dejaron de caer†o en Bosque: “Siempre imagino / la frondosidad de los bosques / la vehemencia de los márgenesâ€.
Los apartados segundo y cuarto contienen poemas en prosa breves donde la concentración expresiva marca los lÃmites de la fragilidad del ser en un tono elegÃaco y desesperanzador (“asumimos que el mejor lugar para nosotros es el vaivén o la derivaâ€, en Inhóspita clemencia). Lo que vemos y oÃmos rara vez se corresponde con “el reverso de las cosasâ€, asà se lee en Donde mueren las flores:
“La verdad no existe, es como una orilla donde las mareas acaban por desdibujar todo el rastro de arenaâ€.
Por ello, el sujeto propone contemplar el detalle, vivir sin prisa. Ese lento pacto natural es identificado con el optimismo (“Celebro la quietud de las cosas que nos son ajenasâ€, en Lo ajeno).
El tercero y el quinto contienen poemas en verso libre con contenida tensión emocional, los poemas del yo se entrelazan con los del nosotros. La angustiosa fragilidad del ser y las muestras de asombro están tejidas como un manto del desengaño o desolación en cada uno de los lados (“En los lugares comunes / es siempre de noche / solo se encuentra refugio en los acantiladosâ€, en Memoria). Aunque a veces, la evocación tiemble. Se asume el componente moral de la conciencia colectiva, porque la sensación de extrañeza refleja tanto los naufragios personales como las desilusiones colectivas, pero sin caer en lo intrÃnseco o en la redención, por lo que la anécdota trasciende a lo universal.
“Mi casa se cayó a pedazos / un dos de abrilâ€, puede leerse en Derrumbe.
La realidad es un espacio amenazador, colmado de ausencias que zozobran el espÃritu. Se muestra terrible en Plegaria:
“No le digas a mi padre / que vivo refugiada / en la biografÃa del silencioâ€.
Como ópera prima cabrÃa achacar algunos males, tales como el hecho de evitar cualquier signo de puntuación al finalizar el verso, y el empleo de alguna asonancia involuntaria. Sin embargo, el acertado uso de metáforas e imágenes empleadas por Montse Ordóñez suscitan en este poemario un discurso conmovedor y sosegado, al que cualquier lector podrá acercarse para percibir su fragilidad retratada.
En definitiva, Montse Ordóñez repasa las grietas del ser con palabras serenas y una mirada examinadora, hallando en el humilde pan o en la solidaridad, lejos de la ira, ya en la lÃnea ya en el verso adquiere signos de encuentro en la memoria, en La orilla de los nadie.