«Â¡Era capaz de absorber cualquier estoicismo brutal que me plantaran delante!»
Un somero repaso a algunos de los textos más conocidos y reconocidos de la literatura del último siglo evidencia varios intentos de la que podrÃa denominarse literatura de la totalidad, esas obras o fragmentos que pretenden abarcar diversos todos: todo lo que veo, en Tentativa de agotamiento de un lugar parisino de Georges Perec; todo lo que pienso, en el capÃtulo (XVIII) del Ulises de James Joyce; todo lo que recuerdo, en Me acuerdo de Joe Brainard; todo lo que hay que hacer, en Instrucciones para subir una escalera de Julio Cortázar. No es desacertado incluir en esa categorÃa, aunque con alguna prevención, la primera novela publicada del novelista y ensayista norteamericano Nicholson Baker, La entreplanta (The Mezzanine, 1998); posteriormente, el mismo autor ahondó en ese agotamiento, en esa obsesión por el detalle, en textos como Vox, en el que registra una conversación mantenida por dos solteros en una lÃnea de teléfono erótico.
El motivo, la excusa, el tema -me resisto a denominarlo trama- de la novela es tan sencillo que parece irrelevante: Howie, un oficinista, recuerda -y transcribe, años después; esa dilación es fundamental para entender tanto la forma como el contenido del texto- el dÃa que aprovechó su hora para el almuerzo para ir a comprar un par de cordones para sus zapatos ya que uno se le habÃa roto esa misma mañana -el otro, casualmente, se le rompió el dÃa anterior-; durante ese lapso de tiempo, le acompañamos en su recorrido fÃsico pero sobre todo mental a través de las calles de la ciudad y siguiendo el proceso de conciencia y recuerdos que tiene lugar en su mente.
«No fue sino entonces, cerca de la base de las escaleras, mientras me fijaba en cómo mi mano izquierda se hacÃa tanto con el libro de bolsillo como con la bolsa de CVS, cuando consolidé la minúscula comprensión que casi habÃa tenido quince minutos antes. Entonces no habÃa sido etiquetada como conocimiento a retener para una posterior recuperación, y me habrÃa olvidado completamente de ello de no haber sido por la visión de la bolsa de CVS, lo suficientemente similar a la bolsa del cartón de leche como para desencadenar leves vibraciones de comparación. Bajo el microscopio, incluso observaciones insignificantes como esta terminan casi siempre por revelarse como más incrementales de lo que más tarde uno se ve tentado a presentarlas. HabrÃa resultado menos aparatoso, para el relato que estoy haciendo aquà de una hora de almuerzo especÃfica de hace varios años, haber fingido que el pensamiento de la bolsa se me habÃa ocurrido por completo y «de un tirón» al pie de las escaleras mecánicas de subida, pero lo cierto era que no se trataba sino de la última de una secuencia muy larga de experiencias parcialmente olvidadas, inarticulables, que alcanzaba finalmente un punto al que por vez primera le prestaba atención.»
En ese doble escenario, Baker pone de manifiesto la descoordinación -inevitable, pero no siempre asumida; su misma naturaleza impide referirse a ella como disociación o disonancia- entre los pensamientos de Howie, que giran con un ritmo irregular, acelerados o ralentizados en función de los parámetros que marcan sus intereses o la casualidad, y los hechos que ocurren a su alrededor con la ilusoria independencia del azar y que se suceden en una ficción de movimiento cuyo punto de referencia, también aparentemente estático, es su mismo pensamiento. En este punto es donde toma importancia la demora entre los acontecimientos y su registro, y se manifiesta, entre otros recursos, mediante la inserción de hilarantes notas al pie -no es, pues, corriente de conciencia lo que registra Howie- que componen las digresiones de segundo nivel -si aceptamos que el texto principal es, todo él, una gran digresión encadenada- cuya función principal, en el texto, es remarcar el contenido extraconsciente del relato, o bien constituyen ampliaciones a posteriori, insertadas en su borrador de trabajo, es decir, en el recuerdo, la corriente principal.
«Asà que ahora deseo hacer dos cosas: colocar las escaleras mecánicas hacia la entreplanta sobre un fondo claro mental en tanto algo hermoso y digno de mi tiempo adulto en lo que pensar, y declarar que si bien extraÃa un alto porcentaje de júbilo en las continuidades que el trayecto de adultez en escaleras mecánicas establecÃa con las escaleras mecánicas de mi niñez, procuraré no volar al ras sobre el tono de reminiscencia, como si únicamente los niños tuviesen la capacidad de maravillarse ante ese gran artilugio.»
En efecto, la relación ininterrumpida del proceso mental de Howie, el propósito principal del relato, se ve suspendido, de forma impremeditada, por las sucesivas invasiones del recuerdo, que algunas veces cumple la función de ampliar o complementar el relato -un efecto deseado-, pero que a menudo interrumpe, mediante cortes asépticos, con el propósito de que la objetividad de la narración se imponga a la subjetividad del contenido -un efecto perverso-, ya que el recuerdo lleva con frecuencia asociado un componente sentimental. Y es que se trata de evitar al gran enemigo del relato fundado en recuerdos: la nostalgia, al remitir a hechos acaecidos en la niñez, refiriendo la memoria a un recuerdo de recuerdos, posiblemente adulterados por circunstancias que tienen que ver con el transcurso del tiempo y con el desgaste inevitable, en lugar de un recuerdo nuevo, sin contaminar, suscitado por primera vez ya en la edad del discernimiento adulto.
«Â¿Será alguna vez el universo de todas las cosas posibles de las cuales pudiera acordarme un universo en su mayorÃa adulto?»
¿Y la fidelidad? Ah, bueno, eso no es relevante, ni siquiera sabemos para quién o para qué escribe Howie esas memorias de una hora; pero como lectores, inmiscuidos o no en un texto cuyo destino y objeto ignoramos, podemos encontrarnos con el desafÃo de pensar en sus pensamientos, una extraña redundancia autoreferencial que duplica los pasos intermedios y que abre la posibilidad de contaminación en los espacios vacÃos, de inclusión de hechos sobre cuya autorÃa no existe plena seguridad y cuyo encadenamiento acaba resultando ficticio. Ese es el reto y la razón por la cual algunos libros no se agotan en el ejercicio de su lectura.
«Gastaba un montón de tapones para los oÃdos, no solo para poder conciliar el sueño, sino también en el trabajo, porque habÃa descubierto que los sonidos amplificados Sensurround de mi propia mandÃbula y de mis dientes, y la sensación de plenitud subacuática en los oÃdos, y la amortiguación de todo ruido externo, incluida la impresión de mi propia calculadora o cuando un papel se deslizaba encima de otro, me ayudaba a concentrarme. Algunos dÃas, escribiendo apasionados memorandos para altos cargos, me pasaba toda la mañana y toda la tarde con los tapones puestos -los llevaba puestos hasta para ir al aseo de caballeros, y solo me quitaba uno para hablar por teléfono-. A la hora del almuerzo nunca los llevaba; y posiblemente aquello explicara por qué mis pensamientos poseÃan un tipo diferente de armonÃa superior durante el almuerzo; no era solo por la luz del sol y las gafas limpias, sino también porque por primera vez oÃa el mundo con claridad desde que me dirigiera al metro por la mañana. (También los llevaba en el metro).»
Y más cuando La entreplanta es la entronización literaria de la anti-trama, el principio del fin de la sucesión de hechos y de la causalidad que los enlaza, el aviso de muerte del «Â¿y qué sucedió después?», la cuestión sobre la que se edifica la novela tradicional; es la apoteosis de la sucesión inconexa, acientÃfica, de no-hechos que se suceden en la conciencia del protagonista, Howie, en la pausa para el almuerzo, un tiempo y una situación irrelevantes desde el punto de vista literario.