Volcán (Islandia) | Foto: Vikino | Pixabay Commons

De lo político y lo íntimo en un contexto de crisis

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Volcán (Islandia) | Foto: Vikino | Pixabay Commons

“Pero en una crisis como la que estamos viviendo, la búsqueda de una vivienda propia se solapa con la búsqueda de una nueva estructura social. En ambos casos, la pregunta es cómo vivir de forma autosuficiente manteniendo a la vez una relación nutritiva con los demás”.

La escritora islandesa Oddné Eir escribió Tierra de amor y ruinas (Sexto Pisto, 2019) tras la crisis bancaria de Islandia en 2008, primer indicio de la crisis económica a nivel internacional, aunque fue publicada tres años después. Un contexto muy preciso que sirve de telón de fondo, más anímico y especulativo que enunciativo y descriptivo, de una novela que maneja diferentes registros narrativos de una manera muy natural, tanto que la forma no ahoga el fondo, ni esta se impone a aquella, creando una perfecta conjunción entre la ficción y lo aparentemente autobiográfico -que no memorístico-, entre lo real y lo inventado, entre la reflexión y el movimiento, entra lo narrativo y lo filosófico/político.

“Contemplo el sol desde el escritorio. Ahora apenas hay horas de noche, así que no le tengo miedo a la oscuridad, aunque esté sola en un domicilio desconocido. Me han invitado a pasar aquí unos días, en un pequeño apartamento a orillas del mar que antes había sido el almacén de la biblioteca. Era como si se hubieran atendido mis plegarias: me moría de ganas de escapar de la ciudad”.

Eir estructura Tierra de amor y ruinas a través de breves capítulos a modo de diario personal. Cada entrada está marcada, en vez de por fechas, por festividades, fases lunares o santos. También por ubicaciones: Reikiavik, Skógar, Basilea, Cumbria, Hveragerði, Londres o Worsley, entre otras: estamos, también, ante un diario de viaje que marca el carácter itinerante de la narradora, cuyo nombre nunca conocemos, quien, acompañada por su hermano o por su nuevo amante, identificados por sus profesiones -arqueólogo y ornitólogo- o por sus apodos, recorre estas ciudades.

La novela comienza desde la intimidad, de manera, en ocasiones, algo críptica, situando al lector en el mundo personal de la narradora para, poco a poco, ir desplazándose de su lugar y emprender un recorrido tanto por el interior de Islandia como por diferentes ciudades europeas. Sus entradas en el diario dan cuenta de ese movimiento junto a reflexiones de todo tipo, moviéndose desde lo interior/personal hacia lo exterior/general. La narradora observa su entorno, se cuestiona, se pregunta sobre el pasado, el presente y el futuro de su país, ya sea desde sus visitas a localidades islandesas o desde la distancia que permite su paso por otros países europeos.

“El hogar no debe ser un lugar que haya que abandonar para poder vivir en armonía con tu yo interior. El hogar debería ser un lugar para la experimentación y el descubrimiento, un lugar de paz y tranquilidad donde cultivar lo más noble de cada ser humano, en sintonía con los deseos y las inquietudes de los demás. También un lugar para el descanso. Pero, sí, algo falla en el hogar familiar. Y mi idea de una forma alternativa de vida familiar todavía no ha cobrado forma”.

Sexto Piso

A lo largo de las páginas de Tierra de amor y ruinas, la narradora busca varios tipos de conexiones: con ella misma, con los demás -familiares, amigos, amantes, conocidos- y con la tierra, propia -Islandia- y ajena -las ciudades que visita-. Piensa en su momento, pero ahonda en aquello que persiste del pasado en las formas presentes. Sus entradas se presentan con un tono confesional, aunque tamizado con reflexiones y pensamientos, antes que en el mero recuento de unas actividades. Ahí Eir alza a su narradora como una suerte de flâneur cuyo procedimiento narrativo ha sido relacionado, quizá de manera un tanto forzada, aunque con exenta de sentido, con algunos personajes de W.G. Sebald o el Teju Cole de Ciudad abierta. Del mismo modo, su experimentación con la prosa remite, en ciertos términos, a escritoras como Jenny Offill, Eileen Myles, Maggie Nelson o Lynne Tillman, en cuanto a la eliminación de los contornos genéricos y la innovación en el interior de su prosa de registros literarios que buscan ahondar y ampliar los contornos de lo narrativo.

Así, Eir plantea una novela en la que entrelaza lo privado/íntimo con lo público, esto es, lo personal y lo político, mostrando que son esferas indisociables desde determinado punto de vista. El contexto de la crisis económica que comenzó golpeando a Islandia, se presenta, en este sentido, como esencial como atmósfera anímica de la narradora, quien empieza a mirar a su país, y a sus paisajes, de una manera muy determinada. Eir, quien además de narradora, ensayista y poeta, ha llevado a cabo un trabajo activo como defensora de la naturaleza, no esconde su posicionamiento a través de sus reflexiones sobre el devenir islandés. La narradora expone cómo el ecosistema de Islandia se encuentra en un precario equilibrio debido a diferentes factores, entre ellos, su carácter casi endogámico, de ahí las continuas referencias a parejas de hermanos -especialmente a William y Dorothy Wordsworth- como formas metafóricas de un país cerrado en sí mismo, pero que, a su vez, es incapaz de preservar lo suyo.

“La visión global de la tierra se ha perdido. Debemos renovar nuestra relación con la naturaleza, nuestra conexión con el futuro. En este prolongado limbo y en esta incertidumbre hace falta una visión de futuro. Estoy refiriéndome a Islandia como un todo. Y también a mí, como parte de ese todo…”.

De ahí que Tierra de amor y ruinas funcione mejor en los tramos en los que la narradora se marcha fuera, asumiendo una doble mirada desde la extrañeza: la que se enfrenta a paisajes foráneos y la que, desde su contemplación, piensa en aquellos familiares. Así, Eir traza un recorrido tanto mental como físico sobre la tierra, sobre el nacionalismo y sobre qué es realmente una tierra y qué significa sentirse parte de ella; sobre su privatización y la falta de políticas reales de sostenibilidad; sobre la relación que establecemos con nuestro entorno y el respeto hacia él; sobre la presencia de una herencia histórica en cada lugar y cómo enriquece el presente. Y, alrededor de estas reflexiones, la narradora cuestiona su papel a este respecto desde una perspectiva de creación. Un conjunto que convierte Tierra de amor y ruinas en una novela esencialmente política en su planteamiento y en su formulación narrativa, en tanto que con su conjunción de géneros y formas literarias anima al lector a plantearse su postura cotidiana, y lo hace mediante una construcción de su novela que, además, ayuda a plantearlo de una manera más directa y orgánica, enriquecida con esa intersección de elementos ficcionales y reales que Eir usa para mostrar que una crisis no nace de la nada. Se gesta con el tiempo y se encuentra en el día a día, en cada momento, en cada decisión.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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