Hay antologÃas poéticas de muchos tipos: generacionales, de grupos de amigos, nostálgicas, de residentes en una ciudad o un territorios, de una unidad lingüÃstica, comentadas, etc. Sin embargo, a pesar de su variedad, casi siempre suelen tener mala fama o suscitan pocos entusiasmos, tal vez porque, de entrada y más allá de la oportunidad y de las limitaciones que suponen, en nuestro subconsciente lector las asociamos con los libros que leÃamos en la enseñanza obligatoria (y nunca mejor dicho) que, en el caso de la poesÃa, se reducÃa casi siempre a alguna antologÃa que incluyera a varios autores (como las que se suelen usar para encasillar a los poetas de la llamada generación del 27).
Pero, no nos dejemos llevar por los lugares comunes, y tomemos, por ejemplo, una antologÃa personal, en este caso la recientemente publicada en Calambur, con el sugerente tÃtulo de Otrora, del poeta placentino Javier Pérez Walias, antologÃa poética (1988-2014). SÃ, hay antologÃas necesarias e interesantes, y la de un poeta vivo es una oportunidad también para el propio autor, pues toda labor poética es de largo recorrido y necesita de un punto y seguido, un detenerse y prestar atención no exactamente al instante en que se realiza la antologÃa, sino a la trayectoria realizada por una flecha que fue disparada hace ya tiempo y que sigue sin detenerse, pues inevitablemente necesita avanzar hacia adelante e imaginar también el futuro. Una antologÃa es, debe ser, una toma de conciencia y una forma de ver con perspectiva, pero especialmente una afirmación ante lo que va a venir. En este caso, Otrora llega como selección de la intensa trayectoria de Pérez Walias, y se presenta con sus mejores galas: acompañada de un prólogo de Eduardo Moga, quien también ha colaborado en la selección, con alguna de las ilustraciones (aguafuertes) que Juan Carlos Mestre realizó para el libro Cazador de lunas, asà como de un epÃlogo convertido en todo un canto a la amistad de Javier La Beira.
Una selección, por tanto, que es una oportunidad también para podar durante el otoño y el invierno y que el árbol, en la primavera, rebrote sin redundancias y siga dando buenos frutos. Con Otrora de Pérez Walias la antologÃa tiene, además del de la selección, un sentido muy concreto: el paso del tiempo retratado a través del espacio vivido; estoy pensando tanto en el paisaje interior del poeta como en el paisaje exterior, el extremeño que rodea al autor diariamente. Los cauces, las arterias, los bosques y la piel, todo es uno en la voz del poeta y forma ante el lector una pintura preñada de interpretaciones, de fragilidades y de realidad:
El lienzo estucado es la tarde
y se cubre lentamente de pigmentos.
Como, no podÃa ser de otra manera, la antologÃa forma un mapa de la propia personalidad del poeta y, especialmente, de su pensamiento dibujado en forma de palabras:
Mira,
mira callado el silencio frÃo
de esta sierra.
Asimismo, el conjunto, lo antologado, hace presente el motivo auténtico de la existencia, el despertar al conocimiento de uno mismo, en forma de paisaje de intramuros, como las metáforas que propicia el espacio urbano:
bajo la sombra inmensa del desconsuelo
por ti mismo
en la ciudad dormida.
Al fin, para llegar: siempre con la posibilidad de que el trayecto se produce porque existe la posibilidad de llegar a algún sitio sin tener que llegar nunca, que en este caso se transforma en un recorrer las páginas y presentarlas yo aquà con algunos ejemplos azarosos. Para llegar, como decÃa, hasta la fecha del último libro de Pérez Walias, ese Al Qarafa, hasta ese barrio de El Cairo en el que conviven los vivos y los muertos en perfecta y mÃsera armonÃa, pues tanto los muertos como los pobres viven en el olvido de la mayor parte de la sociedad. AsÃ, llegar, felizmente, es también confluir sin punto final, desde la natural convivencia con el paisaje, desde la continuidad, desde la franqueable frontera con la muerte:
Atravieso el umbral sellado por la muerte.
Salgo extramuros.
Porque la flecha poética debe seguir su trayectoria como lo hace Otrora, con esperanzadora nostalgia, y sin tedio; como el buen oficio de Pérez Walias.