Foto: Tama66 | Pixabay Commons

Los españoles también migran

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La espiral esférica, segunda novela de Pablo Medel (Madrid, 1978), cuenta la historia de García, un personaje que, en plena crisis de la mediana edad, regresa completamente transformado a la España del precariado después de una experiencia de tres años en tierras mexicanas. García es un ser que se siente incomprendido en un país desdibujado y desquiciado que tiende a ignorar la tragedia de la fuga de jóvenes, sobre todo preparados, al extranjero.

La novela de Medel puede incluirse en una corriente que, por razones en las que no cabe entrar aquí, tiende cada vez más en los últimos años a la autoficción (hasta Almodóvar se ha animado). No obstante, confluyen en ella dos aspectos que la hacen destacable, pertinente y, casi diría, necesaria: por un lado, el exquisito tratamiento formal y, por otro lado, la presentación del tema migratorio desde una perspectiva que hace falta manejar para combatir los discursos y las narrativas populistas de extrema derecha que amenazan con convertirse en dominantes. Dulce et utile, res et verba en la justa medida son los parámetros horacianos que parecen guiar la pluma de Medel, un maestro que deleita.

Empiezo con el fondo, que va mucho más allá de la presentación de un “caso” que ilustra el éxodo masivo de españoles desde la crisis económica de 2008. Efectivamente, desde ese año, cientos de miles de migrantes, la mayoría jóvenes y con alta formación, se aventuraron a conseguir en el extranjero lo que su propio país les negaba. En este sentido, la novela de Pablo Medel profundiza en el tema de una realidad casi siempre ignorada y constituye, en sí, una lección de humildad y de historia a los que aún siguen siendo víctimas en la península de la versión oficialista (la de esa España que usa la cabeza más para embestir, que diría Machado). El acierto de La espiral esférica es, precisamente, que, si bien es cierto que el éxodo tiene, en clave nacional, unas dimensiones históricas desastrosas, enfoca el tema desde una perspectiva global en la que “el mapa del mundo”, como propone el texto, “a pesar de los países y las fronteras, ya es totalmente distinto que hace una década” ya que, propone, “más que emigrantes o inmigrantes acabaremos, quizá, siendo todos otra vez nómadas”. Medel huye de cualquier identificación “nacional”, “porque los sitios no le pertenecen a nadie, a pesar de las fronteras y del baile de banderas y escudos y lenguas que se enredan solas para ver quién es la más fuerte mientras una fuerza oculta te empuja hacia a la cuneta”, porque, claro, “no todo el mundo ve las cosas como tú las estás viendo ahora”.

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Fondo y forma aparecen en La espiral esférica fundidos de manera magistral. El carácter fluido de la experiencia y de la memoria disuelve las líneas imaginarias de los mapas, como se ha visto, pero también las pautas de los tradicionales capítulos. Asimismo, a nivel pragmático, se confunde la distinción entre narrador, lector y personaje a través de un uso siempre arriesgado de la segunda persona. No soy amigo de este tipo de voz narrativa sobre todo por el tema de género: si el personaje es masculino, una lectora habrá de experimentar una barrera insalvable. Sin embargo, Medel salva esta dificultad borrando casi por completo cualquier marca que indique el sexo de García (de ahí el uso solo del apellido). La experiencia de lectura se convierte, así, en un ejercicio de empatía que quizá sea el objetivo principal del autor. Es un acierto indiscutible la decisión de forzar en una novela sobre la migración la identificación íntima con el “otro”, (o con la “otra”). Al mismo tiempo, la activación multisensorial, la extraordinaria riqueza del léxico y, en general, la atención al detalle, consiguen una verosimilitud encomiable cuando se trata de habitar la alteridad.

Después de la fantástica El principio de Pascal (Diente de perro, 2016), Medel se afianza como una figura destacada en el terreno siempre resbaladizo de la innovación en la novela. El desdoblamiento típico del emigrante retornado, el regreso imposible a la casilla de salida, el ser visto como el yo del pasado, dan a Medel las pautas de un juego oulipiano que ejecuta dando al texto (o mejor diría, artefacto) una perfección formal que es una de las marcas distintivas de este orfebre del lenguaje. Medel es muy dado al palíndromo, al recorte, y al texto de reminiscencias noístas a lo Fernando Millán que felizmente ha recuperado en su trabajo más lírico (véanse Paraíso en ruinas (2008), Tratado del aire (2019) y Recortes, aún sin fecha de publicación) pero al que no renuncia en La espiral esférica. No se trata ésta de una novela convencional y quien acepte el reto de embarcarse en la aventura debe hacerlo con una actitud más de lector de poesía que de novela.

Repasaré algunos gestos formales. El más obvio es una estructura externa bimembre que responde al desdoblamiento típico del migrante. Un desdoblamiento que se complica aún más por la experiencia de un retorno que tiene poco de definitivo y que nos conduce a “esta línea que uno no sabe dónde termina, ni crees ya que sea un círculo”, es decir, a la espiral esférica que le sirve de título.

El compromiso de Medel con la poesía y con la música deja su huella en La espiral esférica, y no solo por su tono intimista. No sorprende que la estructura misma de la novela esté concebida en torno a un concepto amplio de ritmo y, por lo tanto, como un poema en el que cada fragmento constituye la glosa de un verso. La primera frase (marcada en cursiva) de cada uno de los treintaitrés fragmentos en que se divide el texto es un verso de una silva que, de algún modo, es una lectura semilla de concentración espacio-temporal en la que se encapsula la motivación lírica e intimista del autor. Asimismo, cada uno de esos fragmentos tiene una extensión de mil palabras, dando al ritmo una periodicidad reforzada por rimas ocultas, y por la repetición de palabras y motivos.

Encontramos juegos oulipianos más complejos, como el de las páginas veintidós-veintitrés, en las que leemos, en la primera, sobre un recuerdo de la experiencia mexicana y en la página-espejo, sobre un García que reflexiona sobre cómo “a veces sientes que te observas a ti mismo, más allá de la cinta que criba y acribilla a lo lejos los montones de algas y sargazo de la playa y, aunque desde aquí no veas la roca, eres capaz de verte sentado frente a ti mismo y recuerdas la búsqueda discontinua del año previo a la salida y la obsesión templada de presenciar el desdoblamiento de todo, de ti, de vosotros, del mundo y jugar a encontrar posibles explicaciones y simetrías.” Además de este juego especular en la línea de clásicos como El Sur, de Jorge Luis Borges o de los muy aztecas Axolotl y La noche bocarriba, de Julio Cortázar, merece la pena mencionar otra pincelada precisa que llama la atención por aquello de los intertextos: se trata de la irrupción del apellido García justo en la página veintisiete (homenaje a la generación de Lorca), cuyo número impreso, como el cuerpo del poeta granadino, ha desaparecido del papel.

Medel huye de las fronteras como de toda línea divisoria y aboga por un concepto líquido de realidad que afecta también a la idea del autor que Roland Barthes sugirió liquidar hace ya mucho tiempo. Por ello, quizá, continúa el juego del desdoblamiento con la aparición, encabezando las dos partes, de dos epígrafes con sendas citas de los dos Garcías esenciales a un lado cada uno del Atlántico: primero, Lorca; después, Márquez. García es un apellido tan común (es el más repetido en castellano) como ilustre (otra dualidad). La importancia de estos dos autores es, precisamente, que sus obras trancendieron sus vidas anecdóticas engranando sus versos y narraciones en la raíz de nuestras culturas, haciéndolas universales. Quizá por eso se funde en ellos el personaje central de la historia, del que tan solo conocemos el apellido que comparte con ellos.

Como Lorca, Pablo Medel es capaz de realizar con éxito el delicado maridaje del rigor técnico con el compromiso, de lo personal con lo social, de lo rural con lo urbano, del autor con el lector, del espacio con el tiempo. Así como en Poeta en Nueva York el de Fuentevaqueros fue capaz de denunciar de forma pionera la situación de un planeta ya entonces en serio desequilibrio ecológico y espiritual creando al mismo tiempo la poesía más intrépida, innovadora y potente del siglo XX, Pablo Medel, quizá inspirado por él, crea un artefacto de un rigor técnico maravilloso al tiempo que elabora un discurso necesario en el tiempo que vivimos y aplicable más allá de cualquier frontera.

Daniel Herrera Cepero

Daniel Herrera Cepero es escritor y profesor de literatura española en la Universidad Estatal de California en Long Beach. Sus trabajos académicos sobre autores como Federico García Lorca y Julio Cortázar han aparecido en diversos medios especializados, entre los que se incluye Poéticas, Cincinnati Romance Review, Transmodernity, Gramma, Revista Eñe y el volumen Espectros del poder (Pliegos, 2020), entre otros. Es autor de 'Lorca en Nueva York y Nueva York en Lorca: diversificación e hibridez expresiva' (FUE, 2015) y coautor de la plaquette poética 'Tratado del aire' (viveLibro, 2019). Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas revistas y antologías, así como en el diario 'El País'. Actualmente prepara su primer libro de cuentos y su primera novela.

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