Graham Greene | Foto: Bassano | Dominio público

Apuntes sobre un estilo y una mirada al mundo

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Graham Greene | Foto: Bassano | Dominio público

“La desesperación es el precio que uno paga por imponerse una meta imposible. Es, nos han dicho, el pecado imperdonable, pero es un pecado que jamás comete el hombre corrompido o el malvado. Siempre conserva la esperanza. Nunca alcanza el momento helado de conocer el absoluto fracaso. Solo el hombre de buena voluntad lleva siempre consigo esta capacidad de condena”.

Graham Greene se formó como escritor en la década de 1930 en un mundo literario impregnado por las nuevas formas del modernismo literario, el cual conoció y admiró, pero del que se fue alejando de manera gradual hacia un realismo metafórico más emocional y existencial, menos manierista, para su gusto, que los modos modernistas de la época. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Greene ya perfila en sus novelas un mundo propio que anticipa, tanto en cuestiones de estilo como temáticas y genéricas, su producción literaria posterior a la guerra y, sobre todo, asientan una visión del mundo que a partir de mediados de los años cuarenta intensificará y perfeccionará. Ya de manera temprana, Greene diferencia su obra entre entretenimientos y novelas serias, adquiriendo más éxito siempre con las primeras y logrando, con el paso de los años, que esos entretenimientos adquirieran una seriedad perfectamente introducida en los parámetros de la novela popular en la que trabajaba. Entre los márgenes de la construcción de novelas de espionaje o thrillers, Greene comienza a desarrollar un mundo moral, político y metafísico que surge de tramas y de personajes que trascienden su aparente esquematismo o adecuación a un arquetipo para componer complejas miradas hacia la condición humana. Así, Greene, a través de un sistema dicotómico de temas que no abandonará nunca, enfrentará fidelidad e infidelidad, confianza y traición, pecado y redención, amor y odio, siempre desde una mirada de quien se percibe como apátrida, no solo por el sentido internacional de sus novelas: Greene siempre transmitió la sensación de estar buscando su lugar en el mundo; también desde su interior.

Los paisajes y escenarios de Greene son realistas, y sin embargo asumen una forma abstracta y metafórica que importa más que aquello que reproducen. Sus personajes se mueven por espacios que devienen lugares morales: un tablero en el que sus actos hablan de temas mucho más profundos que los acontecimientos, en ocasiones puramente banales, de su cotidianidad pueden dar a entender a primera vista. Desde Brighton Rock (1938), Greene introduce el tema de la fe de manera clara en su obra, y regresará con fuerza en El poder y la gloria (1940), en ambos casos, con dos de sus grandes influencias en mente, Evelyn Waugh y Joseph Conrad. Para entonces, la ficción de Greene ha experimentado un proceso hasta convertirse en un universo propio regido por una mirada personal que surge tanto de su experiencia literaria como personal.

Cuando el conflicto bélico ha terminado, Greene afronta la posguerra, y, poco después, la guerra fría, tras haber trabajado en diversos géneros de la novela: de espías, romántica, política, comedia social, romance religioso, noir, thriller… Algo que para muchos críticos impedía que Greene alcanzase una estética literaria reconocible, cuando, en verdad, era dicha variedad y su capacidad para moverse entre géneros lo que estaba confiriendo a su literatura de una gran solidez: aquella que permite al escritor indagar y experimentar sin necesidad de adecuarse a unos parámetros establecidos, ya sean propios o ajenos. Esto no evita que sus novelas posean un proceso interno de búsqueda, personal y literaria, que acaba conformando una voz propia reconocible. Greene, al hablar de sus novelas de después de la guerra, negaba que fuesen realistas en la línea de gran parte de la producción literaria británica de su época; a pesar de que en ellas aparecían descripciones de los modos sociales del momento o transmitían las tensiones y la ansiedad producto de los problemas posbélicos, en toda su amplitud, Greene no aspiraba a ser un retratista de esa realidad, aunque en sus obras aparezcan cuestiones como los traumas que ha dejado la guerra o la lucha de clases. Tampoco pretende hacer novelas religiosas, no al menos desde una visión simplista del término. Para Greene lo religioso, y todo lo que puede implicar, es una cuestión relevante en tanto a lo que atañe al acto humano y todas sus consecuencias.

“Es muy raro descubrir que le aman a uno, y más aún creer en ello, sobre todo cuando sabemos que los demás no pueden encontrar en nosotros nada comparable al amor que se siente por los padres o por un Dios”.

Libros del Asteroide

El revés de la trama (2020, Libros del Asteroide), fue su primera novela tras el fin de la guerra. Greene ubica la trama en una colonia de África Occidental, posiblemente Sierra Leona, donde el escritor estuvo durante la guerra como oficial de la inteligencia británica. Allí, el comandante de policía Henry Scobie lleva a cabo su trabajo en un ambiente asfixiante: es tiempo de lucha y lleva demasiado tiempo en un lugar que parece regirse por unos códigos que van más allá de lo legalmente establecido y operan en unas precarias redes de amistades y de confianzas. La esposa de Scobie, Louise, está deseando abandonar el lugar, pero no tienen el dinero suficiente como para poder marcharse. Entonces, Scobie debe tomar una decisión para conseguir ese dinero y que ella pueda marcharse, al menos, una temporada. Greene sitúa a su personaje en una encrucijada personal que es tan moral como espiritual en un escenario muy particular: el paisaje de un imperio grisáceo y moribundo tanto en lo político como en lo metafísico en el que las leyes morales y sociales se encuentran en total decadencia.

En ese contexto, Greene elabora una novela en la que las sombras y las luces del ser humano se ocupan de modular una narración en la que el espionaje -encarnado por Wilson, una figura desestabilizadora tanto del lugar como de la vida de Scobie y Louise- y lo policiaco, son trasfondo de una historia basada en el proceso de caída de Scobie en un infierno personal de dudas y de culpa. El recuerdo de una hija muerta y su no presencia en el momento sirve a Greene, puntualmente, para ahondar en la culpa y el remordimiento. El adulterio, el sentimiento de blasfemia continuado por sus actos y la complejidad de unas decisiones que atentan contra unas creencias, conducen a Scobie a una tesitura moral y metafísica que, finalmente, resuelve de una manera extrema y que atenta, aunque se ocupe de ocultarlo, contra su propia fe. A lo largo de las páginas, Greene compone con maestría una novela que se adecua a unas formas literarias, en apariencia, convencionales, con arquetipos y situaciones que, sin embargo, sirven para crear un escenario de traiciones y de lealtades, de amores y de odios, con la fe y el sacrificio como guía de los actos de un hombre que vive, en el fondo, en una anodina oscuridad.

Libros del Asteroide

El planteamiento de El revés de la trama adquiere en su siguiente novela, El final del affaire (2019, Libros del Asteroide), publicada en 1951, una mayor complejidad. El narrador es Maurice Bendrix, un escritor que mantuvo durante la guerra una relación con Sarah Miles, esposa de un funcionario del gobierno, Henry Miles, a quien reencuentra en 1946, dos años después de que su relación hubiese finalizado. Bendrix, desde el comienzo, expone al lector que se encuentra ante un relato basado en un odio profundo, el que presenta Bendrix; en un primer momento, se presiente que surge del resentimiento debido al abandono, pero, finalmente, se comprenderá que se trata de un odio mucho más profundo dirigido hacia Dios, a quien se reconoce como el amor. Green conforma su novela como una suerte de cruce entre la novela romántica y la investigación policiaca, en cuya confluencia surge un profundo melodrama que deviene en la novela más metaficcional que escribiese su autor. Bendrix, celoso de que Sarah pueda estar teniendo otra relación fuera del matrimonio con un hombre que no es él, contrata a un detective para averiguar de quién se trata. Una suerte de venganza contra Sarah y Henry. Pero descubrirá que, en verdad, su rival no es otro que Dios o, más particularmente, la fe católica que Sarah ha abrazado debido a la culpa sexual de su relación extramatrimonial, así como por una promesa que hizo a Dios para salvar la vida a Bendrix.

El final del affaire funciona en diferentes capas interconectadas a la perfección. Por un lado, y aunque sea la menos relevante, para crear un espacio metafórico de posguerra en el que los traumas de lo vivido han dejado un mundo desolado, sin creencias ni fe. Si la literatura de Greene siempre basculó alrededor de la idea de un mundo moderno en el que Dios no existe, o apenas tiene relevancia creer en él, y su propia condición de escritor católico, con dudas o sin ellas, buscando su lugar en ese contexto, El final del affaire absorbe a la perfección esa disyuntiva ya presente en El revés de la trama, donde el imperio decadente durante la guerra es representación de una sociedad que, descreída, ha perdido toda guía, no solo espiritual, sino también, y sobre todo, humana. En este sentido, Greene se adscribe, aunque también aleja considerablemente, de diversas tendencias existencialistas que surge a final del conflicto y que, desde diferentes perspectivas, en su caso muy cercana a Georges Bernanos, observaron y comentaron un mundo en el que cierto humanismo parecía haber llegado a su final.

Por otro lado, la novela funciona como la narración del abrazo de unas creencias por parte de Sarah que conduce al personaje a un abandono de su condición terrenal hasta alcanzar una suerte de forma trascendental y eterna que se manifiesta al final, de diferentes modos, en quienes la conocieron. Incluida en forma de posible milagro. Greene concede a su personaje casi una condición santoral. Bendrix ve algunos acontecimientos desde el prisma del agnóstico, considerando que todos ellos suceden por mera casualidad. Pero su odio extremo hacia Dios implica, en realidad, su aceptación. Y ahí reside su gran tragedia. El amor de Sarah acaba venciendo a su cinismo, casi ridiculizándolo.

El final del affaire se mueve entre un realismo extremo, asentado en la narración en primera persona de Bendrix, como en una búsqueda de trascender lo material. Si en El revés de la trama ya se percibe un deseo de crear unas formas reconocibles para, después, elaborar en su interior unas historias con las que ahondar, o buscar, más allá de lo perceptible, en su siguiente novela Greene logró perfeccionar su estilo de tal manera que el lector puede tener la sensación, gracias a lo límpido, claro y directo de su construcción, que apenas existe un trabajo literario detrás. Y, sin embargo, la complejidad de El final del affaire reside en que Greene logra crear una capa mucho más global donde todo lo anterior confluye en una novela que, al final, gira sobre la naturaleza de la ficción y de la creación. Bendrix, como narrador de la historia, cree tener el poder a la hora de dar forma al relato, ordenar los hechos y transmitir a los personajes desde su visión. Sin embargo, las páginas del diario de Sarah contravienen el modo en el que estaba concibiendo a quien fuese su amante, así como sus actos y sus sentimientos. La verdad surge a través de un recuento de los mismos hechos, de forma más sucinta, que dan cuenta de otra realidad, la de Sarah. Otros testimonios, después, harán más o menos lo mismo: mostrar a Bendrix que su odio ha sido derrotado por el amor. Y que su narrativa, su creación, es inferior a otro tipo de creación. Un trabajo metaficcional de gran profundidad por parte de Greene que va más allá de lo simplemente literario, dado que (re)plantea la condición de escritor. Aquel que puede crear sus propias leyes sobre el papel, pero siempre será inferior a unas leyes mucho más poderosas. Y en la intersección de esos dos asuntos gravita una estética de la novela que Greene trabajó durante su carrera de distintas maneras, con El revés de la trama y El final del affaire como obras bisagras entre dos épocas y como muestras de una enorme madurez en su literatura. En un mundo abocado al vacío espiritual, el escritor puede suplantar esa carencia. Pero nunca podrá, como sucede con Sarah, eliminar la necesidad de muchas personas de buscar algo más. Una suerte de literatura en lo que lo secular y lo religioso convergen con la ambición de trascender sus límites y mostrar la complejidad de la condición humana.

“El sentimiento del amor se avivó en él, el amor que siempre se siente por lo que uno ha perdido, sea un hijo, una mujer o incluso el dolor”.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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