Paco Inclán | Foto: Jekyll and Jill

Irlanda reparada

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Paco Inclán | Foto: Jekyll and Jill

En El hombre en busca de sentido, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl quiso dotar de un profundo sentido su paso obligado por el horror del mundo. Hallaba Frankl en la expresión más grave del espanto y de la sinrazón, (los campos de concentración y de exterminio) no sólo la posibilidad de redactar sobre el terreno un trabajo científico acerca de la psicología al borde del abismo (un trabajo de campo si se admite la frivolidad de la redundancia), sino el mismo significado de la vida.

La verdad es que yo nunca tuve simpatías por ese libro duro y hermoso porque de forma intuitiva, pero también empírica, descubrí pronto que es precisamente la falta de sentido y no la existencia de significados trascendentes lo que define históricamente el terrible paso del ser humano por la Tierra. Creo que hay vicio y aire pesado en la habitación donde redacta el hombre que busca esencias y sentidos, y que, por el contrario, casi siempre sopla viento fresco en el paseo del escritor que ríe ante la falta de sentido de las cosas. Es por ello que tengo a Incertidumbre (Jekyll & Jill, 2016) por un libro desvergonzado (en un sentido agudo del término) lleno de sensibilidad y empatía, pero también de sagacidad y fina inteligencia.

Paco Inclán (Godella, Valencia, 1975) es, de hecho y según lo veo, un escritor ligero pero sin ligerezas, brillante pero contenido, reglado pero no canónico, un cronista de naturaleza afín a la categoría literaria de los «torcidos» (condición literaria de la que hemos hablado en esta revista alguna vez: narradores que estudiaron derecho –u otra enseñanza de lo correcto, como las curiosamente llamadas ciencias de la información– y se torcieron): periodista y editor de la Revista de Arte y Pensamiento Bostezo, Inclán se presenta a sí mismo como “psicogeógrafo rururbano” y… zurdo. Es posible que sea todo eso, aunque los que hemos tenido la ocasión de leerle sabemos que Paco Inclán es, sobre todo, un escritor original con voz propia, o como se dice, un narrador de voz muy personal.

Incertidumbre es, además de un acertado título, un volumen de relatos que da perfecta cuenta del estilo y las inclinaciones temáticas del tipo de escritor que es Paco Inclán: sociología del postconflicto irlandés, cruising en Formentera, aproximación a las oscuras cuevas submarinas que penetró el submarino de Verne, reflexión (muy atinada) sobre la agresividad que esconden los excesos de hospitalidad, confusión, sentimientos, retratos de perdedores vitalistas, derivas y melancolía. Efectivamente, tanto el tono como el contenido de este libro encuadernado por los sofisticados Jekyll & Jill con humor endemoniado, sirven para introducirse en el universo de un autor del que algunos apenas estamos comenzando a valorar, perplejos, sus riquísimas contradicciones artísticas, literarias y culturales.

Aparentemente, Paco Inclán (en adelante, a veces, PI) es un autor más fácil de comprender a través de enunciados formulados en modo negativo (“PI no es tal o cual cosa”) y es así que resulta posible predicar de él que es un escritor sin pompa, ni alharacas, ni jactancia, ni postín; un narrador, pero también un escritor, sin afectación. Lo mismo puede decirse de su obra.

Aparentemente (de nuevo) PI, por su inclinación a la ironía, por su facilidad con la puya y el sarcasmo, sería un escritor fácil de catalogar por sus dudas y por sus afinidades. Por ejemplo, yo mismo que como decembrista no escapo del error epimeteíco irreparable (el error que solo se repara demasiado tarde) reconozco perfectamente en PI a un tipo de esos de los que les dan mil vueltas a las cosas hasta reparar (en su caso a tiempo) en el formato que mejor recoge la forma rara del mundo, más allá de la estilizada imagen en que éste se presenta. Es una tradición literaria inmensa, irónica, digresiva, isleña y probablemente irlandesa (Incertidumbre comienza dando la cara por Irlanda), que tuvo a Jonathan Swift y a Laurence Sterne entre sus más altas cumbres. Tradición particular de la risa y del absurdo de la que también participó Max Aub, autor que PI conoce perfectamente por su trabajo periodístico en México.

Inclán es, además, una suerte de Nani Moretti en Vespino por Godella, un ciudadano mediterráneo. Un fabulador de textos sin moraleja. Así, al igual que las historias del director y guionista de Io sono un autarchico y Caro Diario (Querido Diario, 1993), los relatos de PI se caracterizan por enunciar preguntas sin respuestas y, también, por la mordacidad melancólica con los que el narrador enfrenta los lugares comunes. Aunque, es cierto que en Moretti hay una explícita crítica social mientras que a Inclán (esa primera impresión da) le interesa más, en ese punto, señalar las contradicciones de la madurez y los problemas sentimentales, extraer, por decirlo en la expresión que el mismo autor utiliza en El otro brazo de San Vicente, los sinsentidos que descansan, desapercibidos, en el subsuelo de la cotidianidad.

Jekyll and Jill

Hay pasajes salpicados de elegantes observaciones sociales: el decorado de la crisis económica, la inmigración forzada, los huevos contra el Banco de Portugal en la católica ciudad de Braga, el fanatismo bien educado propio de los medios de comunicación, apuntes sobre la contradictoria condición humana y su conocida sinrazón, registro de sinsentidos… aunque pronto queda claro al lector que PI no necesita decorarse con temas abiertamente trascendentes y uno casi está tentado a pensar, al concluir la lectura de Incertidumbre, que al igual que en el chiste final de Annie Hall, PI se niega a llevar a su hermano que se cree gallina al manicomio porque necesita… los huevos.

Trasfondo desencantado, gris y al mismo tiempo vital, el de los relatos de Incertidumbre: esbozos de una teoría del hombre y de la vida, curiosidad, reportajes, decepción, ilusiones y alguna risa. A quienes tenemos a la decepción como el principal motor del conocimiento, nos interesará, la evolución de las pesquisas metafísicas de Inclán, para averiguar si incorpora en el futuro, por ejemplo, en la forma maestra del paseante W. G. Sebald, alguna pincelada aún más oscura en sus cuadros de muchos motivos.

¿Qué motivos?

Dar la cara por Irlanda, el relato en Armargh que da comienzo a Incertidumbre anuncia ya muchas de las claves temáticas de este libro encuadernado (en una broma brutal) al modo áureo y sagrado en que resplandece el tomo de cabecera de los súbditos del dictador norcoreano Kim Jong-un: huidas pasadas por crónicas de viajes, apuntes, mirada sagaz, desparpajos, sabiduría antropológica, historias muy pensadas, o mejor, muy cuidadas, de muchos planos (también en lo que toca a la realidad y a la verosimilitud, cuestión ésta, según lo veo, más del lector que del escritor). Dar la cara por Irlanda, al igual que la mayoría de los relatos de Inclán, es en realidad una odisea (de nuevo en la acepción irlandesa del término), una crónica de meta-barra, una barra donde se acodan otras barras. Y ahí, (en esa barra infinita) se desatan franquezas y complicidades, sutiles reflexiones sobre el sentido de la narratividad, situacionistas, antihéroes anónimos, un perro, un desamor, el portero de Heisenberg, flâneur (s) de vainilla, la señora de la limpieza de Bohr.

Y PI, convertido ya en un storyteller muy leído y muy viajado se muestra de la forma imprecisa en que no es descartable que se sienta: como un intruso social. El intrusismo, coincidirá en ello el lector, admite muchos formatos (también hay intrusismo social) por ello no creo que sean gratuitas (aunque tampoco necesariamente conscientes) las referencias a la parte oculta de las cosas (pongamos, ese brazo del que nadie habla), las sombras, el espectáculo, los dobles sentidos, los grupos secretos, el crepúsculo, la veracidad y la representación.

Relecturas de Julio Verne es una lección sobre las juguetonas posibilidades narrativas de la franqueza; El hombre que pudo ser Paulino Cubero permite mirar las cosas con los ojos perplejos de PI. Y pronto se suceden muchos momentos destinados a ser retenidos en la parte lúdica de nuestra memoria: erupciones contra lugares comunes o gases que disipan nubes del entendimiento (Cosmovisiones), desmitificaciones al hilo de confusiones aparentemente sin importancia (Un tal Snorri), líos que se montan en los viajes, crónicas que no serán. La mirada de PI es, ante todo, indagadora y comprensiva, así se suceden análisis distantes de la naturaleza humana, ese tema invariable de la literatura universal, miradas cansadas al Sáhara, “trabajos de campo” con ecos de Durrell y de Nigel Barley (El blanco de Rebola), ridículos íntimos, actividades improductivas en tierras extrañas.

Inclán aprovecha su condición periférica de escritor de provincias para resituar en perspectiva el centro de las cosas. Sabedor de que le ha sido dado, por esos accidentes (que no sentidos) que definen la vida, un punto de vista externo, Inclán sabe que lo que cuenta interesa: sabe Inclán que ha entrado en el núcleo dorado y rúbeo de los sinsentidos y ha salido para contarlo. Es por ello, que leemos sentencias que rezuman un vitalismo, simuladamente, contradictorio:

“Cada uno escoge sus propias formas de perder el tiempo, con la inevitable muerte acechando siempre al fondo”.

Flaneando por ciudades y paisajes del mundo, Inclán va dando una lección de personalidad literaria, y el lector ya no espera en Incertidumbre (como tampoco la esperaba en Tantas mentiras), exhibición cultiherida, pedantería, afectación, ni moralina. El autor se pierde en las antípodas del terreno sobre el que escribe el paseante “alemán” (ese vicioso del vicio… edificante) y el libro acaba: Munificencia es, además de una reflexión semántica (la vida imita a la lengua tanto como la lengua a la vida), una lúcida mirada a un formato poco estudiado del abuso (el abuso, como el poder –Foucault dixit– está en todas partes): el poder-abuso de la hospitalidad.  Hacia una psicogeografía de lo rural, el cuaderno de campo en Valladares (Vigo), supone un salto cualitativo en la estupenda prosa de Paco Inclán de frases largas y ritmo muy logrado.

Sí, en lo que toca a la forma, los textos se notan trabajados, regresados. PI no es un escritor a vuela pluma. Hay en esa parte final de Incertidumbre, párrafos francamente memorables, cadencia muy acertada, estética relacional, análisis del territorio, cuidada puesta en escena, sociedad del espectáculo, cartografía imposible, pero también fraseos delicados y talento de narrador. La dispersión temática se descubre, al final, tan aparente como deliberada. Paco Inclán ha descubierto un raro equilibrio entra la risa y la melancolía, entre el carácter aparentemente anecdótico del objeto de sus escrituro y la más cuidada de las formas, porque, en realidad, PI es a la vez que un generoso storyteller, un escritor de estilo, de frases subordinadas, de oraciones como meandros en las que el narrador no pierde jamás el control. PI es, por último, un autor de varios registros pues como hemos comprobado en algunas de sus charlas de la Revista Bostezo, es distinta la solvencia que tiene en el terreno oral (arranque lento y reflexivo y, de pronto, chispazos y fogonazos de altura) y en el terreno escrito (donde sucede exactamente al revés).

Termina el libro (para seguir la vida) y termina la reseña. Se han citado en la hospitalaria barra del local sin after de Incertidumbre, compositores de himnos sin recompensa, artistas sin obra, abuelas paternas de Paterna y otras aliteraciones no buscadas, gente que no escucha (¡tanta hay!), lumpen y balas perdidas, almas vulnerables, incomprensión, soledad, excesos de altruismo, antropología, potlach y estética relacional, sinceridad, hipocondría, crisis sentimentales, tiempo, Rototón, desfallecimiento y el tipo de risa que despierta justo en el sueño del abatimiento. Entre los mejores momentos, su digresión sobre la deriva.

Recuerdos embellecidos, práctica sin teoría, franquezas, psicogeografía, parodias situacionistas, amor, derrumbamientos de madrugada, imprecisiones, deseos, líos, y tardes desangeladas, registro de gente e incluso de personas, auscultación del corazón, evasivas, aislamiento del tipo del que requiere la escritura, loosers, islas, luz del abatimiento, cobardes, errores, confusiones, desahogos literarios de un storyteller, historias sin pose, ni exhibición, ni moralina (historias blindadas, por otra parte) que Paco Inclán adornará en la barra del bar donde los parroquianos sueñan sueños que todo y nada significan.

Es posible que PI les recuerde que a veces no hay que cumplir los sueños, sino saber sacudírselos, oportunamente, de encima.

Bienaventurados los hombres que como Paco Inclán van en busca del sinsentido, porque lo encontrarán… everywhere.

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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