«Todos aquellos que leen están solos en el mundo con su único ejemplar. Forman la comunidad misteriosa de los lectores.»
Sobre la idea de una comunidad de solitarios (Sur l’idée d’una communauté de solitaires, 2015) es la transcripción de la conferencia Las ruinas de Port-Royal -en relación con el cual, una serie de personajes históricos vinculados al mundo del arte compartieron una insólita fascinación por la soledad-, dictada por Pascal Quignard en 2012 y 2014, y de unas Improvisaciones a la misma. La temática de la conferencia viene claramente explicitada por el tÃtulo; Quignard repasa algunas situaciones en las que la soledad toma el papel protagonista, aboga por la conveniencia del destierro, fÃsico o mental, y especula acerca de la posibilidad del oxÃmoron de crear una comunidad de solitarios, unidos por su rechazo a las comunidades.
«El solitario es una de las encarnaciones más bellas que haya revestido la humanidad, que no es nada en sà misma comparada con los paisajes de las cimas, los lagos, las nieves y las nubes que coronan las montañas.»
Todo parece indicar que, además de la llegada y de la partida de este mundo, en todo aquello que tiene relación con el deseo se experimenta la soledad: el anhelo y el rechazo, el júbilo y el dolor, el sueño y la vela, la enfermedad y el restablecimiento. Por supuesto que la soledad no se encuentra, hay que luchar por ella: el mundo retiene al individuo que quiere desmarcarse desplegando su arsenal de tentaciones para inmovilizar al divergente y pretende encerrarlo en su seno con el fin de asimilarlo e impedirle la huida.
«Poder cerrar la puerta de la galerÃa a aquellos a quienes no se desea ver, poder rechazar la cesión de derecho a la comunidad internacional que coloniza o aterroriza, poder rechazar la venta a los analfabetos, discriminar a los imbéciles, extraviar a los inoportunos, perder a los familiares.»
La soledad no es únicamente ausencia de semejantes; no es solamente un lugar donde no hay nadie ni tampoco nada, sino una localización donde ha habido algo que ha desaparecido: unas ruinas -en este caso, las que restan en la localización del foco jansenista del siglo XVII- son más solitarias que un desierto.
Quignard hace gala de su erudición, libresca y musical, manteniéndose en equilibrio entre la sabidurÃa y la pretenciosidad, como bien conocemos sus lectores, ayudándose de la música barroca francesa para recrear el clima adecuado en el que su discurso se pose y fructifique.