Leviathan | Imagen: YouTube

Ballena

Con un aire de fábula clásica, la novela de Paul Gadenne condensa un recorrido por los puntales del pensamiento del siglo XX

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El elemento disruptivo que viene a quebrantar el estado acomodaticio de una comunidad siempre es recibido con el máximo recelo; cuando esa disrupción atañe al campo intelectual y afecta al status quo establecido por una elite que actúa siempre en defensa de sus privilegios, la recepción suele ser crítica, cuando no abiertamente refractaria, y los argumentos empleados para su cuestionamiento apelan a menudo a los instintos más bajos y a los elementos más fácilmente manipulables, todo con el fin de evitar una línea de razonamiento que debilitaría la posición conservadora. En todo caso, cualquier atentado que afecte a la zona de confort de la clase dominante, sea físico o mental, tiende a ser evitado o ninguneado.

«De repente, cuando nos hundíamos más y más entre aquellos cojines, alguien en quien apenas habíamos reparado hasta el momento se acercó a nuestro pequeño círculo de aletargados y, creyendo desconcertarnos, nos preguntó si habíamos oído hablar de la ballena».

Periférica

La interpretación de ese suceso disruptivo varía en función del exégeta, de su implicación en el hecho, del interés personal relativo a las consecuencias, de la posibilidad de protagonismo que pueda otorgarse o de la simple palabrería. De este modo, la información que llegue al sujeto imparcial y no implicado en el hecho ni, de momento, en sus consecuencias, no mostrará ni un atisbo de fidelidad y, por tanto, las decisiones que pueda tomar al respecto carecerán de cualquier base objetiva; aunque quedará la fe, el recurso a lo sobrenatural, ante cuya llamada el dispuesto a creer cancelará toda intención de verificación.

Pierre y Odile, los protagonistas de Ballena (Baleine, 1982) de Paul Gadenne, acometen la aventura de su vida cuando, informados por varios conciudadanos, emprenden el viaje hasta la playa en la que parece que ha embarrancado una gran ballena blanca.

El lugar no está lejos pero Pierre y Odile se demoran en un paisaje cuya cualidad parece haber cambiado desde que se extendió la noticia de la llegada de la ballena; un paisaje que parece que ven por primera vez porque ya no es un lugar en sí mismo sino solamente el paisaje necesario para acceder a la revelación.

«El pueblo se mostraba a su pesar en lo alto de un acantilado bastante lúgubre, con reflejos de pizarra, apenas animado por algunos retazos de verde. Sobre un saliente del farallón, un faro deslumbraba con una blancura recientemente reconquistada, bajo la cual aún podían adivinarse las marcas de su uniforme de guerra. La playa se curvaba en aquel paréntesis de esquisto, y nada parecía mancillar la desnudez de la superficie expuesta a nuestras miradas, parecida a la palma de una mano vacía».

Cuando finalmente acceden al animal varado se dan cuenta de que la realidad nunca alcanza la grandeza de la imaginación: la ballena es desmesuradamente grande, casi inabarcable, informe, apagada, y huele fatal. Las expectativas se ven frustradas y la responsabilidad de que el animal no cumpla la perspectiva planeada no descansa en lo irrazonable de estas sino en el propio animal.

«Rodeamos lentamente aquel prodigio. Yacía sobre la arena con todo su peso muerto, como si se esforzara en desaparecer, como si a partir de aquel momento hubiese decidido formar parte de la tierra, como aquellos peñascos bajos y angulosos, como aquellas plantas enjutas y rígidas que había a nuestra espalda, incrustadas en el esquisto, y a las que la brisa ni siquiera conseguía hacer temblar».

Es entonces, en contacto con la realidad, el momento en el que el prodigio se convierte en horror; cuando se ha despojado de cualquier propiedad mágica y fantástica, la armonía ha devenido en caos, la forma en imprecisión, la imagen en apariencia, el boceto en tachadura, la consistencia en fragilidad, el esperanzador futuro en fatídico presente, el misterio en evidencia, el ingente tesoro en onerosos despojos, la grandeza en devastación, lo imaginario en real.

«Permanecimos allí, los dos, testigos impotentes y precarios, agobiados, no obstante, por lo elevado de nuestra estatura. Resultaba vano esperar descubrir aún, bajo aquellas mantas sospechosas, bajo aquellos delicados matices, el despojo de una idea. Aquí coincidían la empresa más vil y la más noble. El espíritu se derretía. Se hacía agua. Se preparaba un inmenso y solitario destello, un silencio único: el silencio de los polos».

Aquello que deseamos realmente nunca está a nuestro alcance.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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