/

Tierra fresca de su tumba

Con una prosa de aliento poético, la escritora boliviana Giovanna Rivero ahonda en el horror íntimo y la violencia que aqueja a los débiles en su último libro de relatos | Foto: Alexander Torres

A veces, los libros guardan dentro de sí mismos la clave de su propia lectura. En el caso de los sobrecogedores cuentos que componen Tierra fresca de su tumba de Giovanna Rivero, podemos acercarnos como la señora Keiko lo hacía con las lecturas de su infancia: «los leía para temblar», porque esos breves poemas “lo dejaban a uno sin respiración”. Como estos seis relatos. La señora Keiko −un personaje al que la memoria lectora guardará con cariño− comprende que solo “alguien que ha vivido en el fondo de los tiempos” permite al lector reflejarse en los charcos que salen de su pluma. A juzgar por estos relatos, la de Giovanna conserva un aliento antiguo cuyo vaho se fija en la actualidad intemporal de las pasiones y el desasosiego humanos.

La precisión y belleza de la poesía japonesa −la que leía, aguantando la respiración, la señora Keiko− están presentes en estas historias, así como el acierto de su pulso al captar el punto exacto donde palpitan las heridas, esas que nos llenan de dudas, de amor, de miedo. Los cuentos que componen este volumen escarban en el accidentado y árido páramo de los tabúes más fieramente asentados en la psique social; indagan en torno a la fractura de los afectos y de la familia y de la identidad. El horror íntimo que subyace bajo estas historias, no obstante, es tratado con una compasión tan poética como firme y generosa; concisa, a la vez que tierna y aguda, es la voz que recorre experiencias al borde de un abismo existencial, pequeñas tragedias inmensas que no detienen al mundo; pero saben dejar el alma en vilo.

Mientras se carga sobre el demonio la responsabilidad de sucesivas violaciones a jóvenes pertenecientes a una secta religiosa vemos, en Mansedumbre, cómo Elise desde la ensoñada ignorancia de sus quince años va adquiriendo una intuitiva compresión de lo que ocurre a su alrededor. Pero ningún dios la asiste, ni explica, ni salva. Es el padre quien acude a otras deidades para consumar la justicia que los regentes de su fe no otorgan a su hija. En Pez, tortuga, buitre también es una madre la que inquiere y, acaso condena, en un ímpetu por saber los pormenores de la muerte de su vástago.

Candaya

Los insondables pliegues del amor y el desamor materno se muestran, asimismo, en el maravilloso cuento Socorro, donde el infierno se levanta despacito cuando las cosas que no se dicen salen para inundarlo todo de su lava caliente; aunque sin hacer demasiado ruido. El dolor explota contenido y estridente en el llanto de la protagonista sobre los pechos enfermos de su tía loca. Llora mientras aprieta los dientes para no despertar a nadie más. Al contrario que Nadine, la locuaz narradora de Piel de asno, cuya voz ha sido tomada por una osa justiciera y redentora a quien solo la música ha podido dispensar del abandono, la soledad y los riesgos de una vida azarosa, de la orfandad, de la no pertenencia. Si es una osa quien redime a los hermanos de esta historia, hay otro animal que también cumple un papel emancipador. Ante el cadáver de un ciervo, conjura los sombríos augurios de un futuro incierto la protagonista de Hermano ciervo, un relato tan dulce como acre que quita cualquier pátina de idealismo a la migración académica, a la que muestra en su faceta más precaria, despojada de todo romanticismo bohemio o triunfalista.

El componente social y político es, de hecho, otro de los niveles de lectura que admiten estos relatos. Si bien no de forma subsidiaria ni condescendiente y bajo una alta exigencia literaria, los cuentos de Giovanna Rivero abordan temas como la violencia en todos sus niveles, la precariedad laboral y económica del migrante, el alcoholismo, la enfermedad, la soledad, la orfandad de padres y de hijos, la locura, la muerte. Estas son algunas de las líneas que cruzan estas historias, tratadas siempre con una mirada piadosa y lúcida, que sabe atender el desgarro individual sin escindirlo del contexto social que lo conjuga y, a veces, lo ahoga. En Tierra fresca de su tumba, vemos cómo opera la venganza de los débiles, las víctimas que se saben marginales e invisibles, personajes que no ignoran que la justicia no tendrá en cuenta sus historias, sus afrentas, las sucesivas pérdidas que han ido segando sus vidas. A pesar de ello, los protagonistas de estos relatos no han sido privados de misericordia ni de la valentía necesaria para actuar y reparar su daño.

Es lo que persiguen estos personajes, ya sea enseñando a las reclusas de una cárcel a hacer figuritas de origami o trasplantando la tierra del jardín para que respiren las semillas debajo de la tierra, como la señora Keiko; cantando góspel desde la garganta de una bestia, como Nadine; ofreciendo su cuerpo a la ciencia para salvar una tesis doctoral, como Joaquín; rallando las cartas de una baraja y luego lanzando una cuerda a la viga del techo, como el hijo de la tía Socorro; comiendo con avidez atrasada las empanadas de la madre de su compañero de naufragio, como Amador; o haciendo una ominosa ofrenda a tierra, como el padre de Elise.

“A flor de tierra, amante” pedía Juana de Ibarbourou que la enterrasen; así el tránsito sería más breve y más simple “la lucha de mi carne por volver hacia arriba” continuaba el poema. Ella sabía “que acaso nunca allá abajo mis manos/ podrán estarse quietas”, porque tierra y carne son cuerpo, abrigo, cobijo; pero también fosa, evasión, estorbo, impedimento, cierre. La tierra y la sangre son elementos que atraviesan toda la narrativa de Giovanna Rivero. Tierra y sangre hablan de raíces: identitarias, genéticas; son dos marcas que definen, dan nombre y asidero. Aquello que nos mueve y nos sujeta.

El fondo atávico de estos cuentos, a la vez que la compasiva y desafiante mirada desde la que son atendidos estos personajes, nos hace pensar en Antígona, ese personaje trágico que desafió la Ley solo para cubrir de tierra el cuerpo de su hermano insepulto. En un gesto equiparable, los personajes de Giovanna escarban la tierra fresca para ejercer sus propios ritos y salvar −o condenar− sus espíritus de los fangos existenciales que los aquejan.

Anabel Gutiérrez León

Anabel Gutiérrez León (Tarija, 1978), investigadora y profesora de Literatura. Ha publicado artículos en libros y revistas académicas, así como de difusión cultural. Trabaja sobre diarios íntimos y literatura hispanoamericana contemporánea.

1 Comentario

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

El arte de la fuga literaria

Next Story

Miradas en la distancia y literatura del desarraigo

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield