Pierre Michon | Foto: WunderKammer

La carne presa de la lengua

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Pierre Michon | Foto: WunderKammer

La escritura creativa suele adaptar prejuicios genéricos a sus propios e interesados fines. Fieles a la tradición, a base de sistemáticas traiciones, algunos libros postulan un rechazo que se convierte, casi a pesar de sí mismo, en una forma elegante de censura. La ironía de la colección de conversaciones Llega el rey cuando quiere (2016; WunderKammer, 2018) se cumple en sus alegatos contra los agotados tropos:

“Nosotros nos confundimos de interlocutor. Aquellos a quienes entrevistamos no van a decirnos nada que no sepamos”.

Se atiene el francés Pierre Michon (Cards, Creuse, 1945) a una superioridad de índole mundana: sus éxtasis dizque transitorios carecen de efectos intoxicantes: “La literatura es una forma venida a menos de la oración, la oración de un mundo sin Dios” (Una forma…). Las victorias del autor de Vidas minúsculas (1984) se cumplen en apartes que desafían la tiranía de la corrección:

“Nos creemos muy diestros por saber que la literatura miente, pero somos aún más diestros cuando caemos en la debilidad de creer en ella. Quien sabe gozar de esa hermosa falsificación a veces se topa con un poco de verdad”.

La visión cósmica torna lo banal en moral artefacto. Torna el prosista de Rimbaud el hijo (1991) en agónico sociólogo, no reconciliado, entre gruñidos y epifanías lúdicamente sensoriales, de lleno en la confusión (“Cuando no estoy escribiendo (que es lo que sucede la mayor parte del tiempo) dudo de cualquier literatura, y de la mía en particular” (Rimbaud…). Se eluden el error y la repetición. Se trazan universos reconocibles, no perturbados por las vertiginosas abstracciones de la erudición. No ha lugar para el melancólico arrepentimiento; en la entrevista No soy lo que escribo, sostiene:

“Reconozco que no puedo concebir el escribir ni un solo texto sin concederme la posibilidad de colocar en él a Dios, la palabra-abismo”.

Reina la anomia. Los argumentos no concluyen, se agotan en ejercicios satíricos, donde no escasea la chanza: “La lengua es una coerción. Encorseta la carne. La carne es la presa de la lengua”, se afirma en La carne…. Dispéptica y desilusionada, la risa de Michon parasita cuanto ataca. Fiel al dictado del romántico inglés Percy B. Shelley (“Los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo”), su ironía anula toda inclinación al optimismo:

“Tienen que atraparlo a uno las encrucijadas propias; por casualidad, de elección en elección tienes que verte conducido hacia una dirección imprevisible, que es la de la verdad narrativa».

“Eso es la resurrección, algo así como un postulado: que no hay nada más allá del hecho de vivir, ni escapatoria, y que, por lo tanto, somos inmortales” (La Biblia…). Un aliento prolongado aventa estas charlas, que combinan la bibulosidad y el fatalismo. Se ajusta la obra del autor de Mitologías de invierno (1997) a nuestro maniqueo periodo de entreguerras, de ideologías falsamente antagónicas, de fundamentalismos pseudoreligiosos y distopías levemente sexuales. Bajo la temática que aborda Llega el rey, como un ostinato, el deceso del liberalismo occidental, reflejado en el declive de la ideología liberal. Nihilistas, confrontativas, víctimas de su propia irracionalidad, caústicas, irreverentes y secas, Michon y sus digresiones se atienen puntualmente a la actualidad. Incompletas, ofrecen incentivos para la deserción.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

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