«Cuando regresó a la sala de espera, vio a ocho hombre de mediana edad con ropa de franela, formando un cÃrculo y con los ojos mirando al suelo. EmitÃan un murmullo como de viento que penetrara por las solitarias puertas de rela metálica de una granja. El sonido subÃa y bajaba en oleadas. Tardó un momento en comprender que se trataba de un cÃrculo de oración por otra vÃctima que habÃa ingresado poco después que Mark. Un servicio pentecostalista improvisado que abarcaba todo aquello que no alcanzaban los bisturÃes, los fármacos y los láser. El don de lenguas descendÃa sobre el cÃrculo de hombres, como una charla intrascendente en una reunión familiar. El hogar era el lugar del que jamás escapas, ni siquiera en las pesadillas.»
Las relaciones personales entre Mark, un individuo que se ve afectado, como resultado de un accidente automovilÃstico, por el SÃndrome de Capgras, una disfunción que afecta a la identificación de los seres queridos; su hermana Karin, a quien Mark ve como una impostora; y el profesor Weber, un neurocientÃfico mediático a quien recurre Karin en busca de ayuda, configuran la trama de El eco de la memoria, esta impresionante novela de Richard Powers que mereció el National Book Award en 2006. Unas relaciones que Powers explora detallando su complejidad laberÃntica, analizando los nexos causales, casuales y utilitarios, y evidenciando la imposibilidad de la comunicación primaria, ser a ser, enfrente de la facilidad de la mediatizada, rol a rol.
«Las cosas nunca fueron lo que fueron. Probablemente ni fueron lo que fueron ni siquiera cuando lo fueron.»
Sobrevuela, junto con las grullas en época migratoria, un personaje secundario de la trama pero no por eso menos importante, el fenómeno de la regresión -Mark ha despertado del coma en un sistema de coordenadas cambiado-, de puesta a cero del marcador, que significa volver a empezar pero que no inicia nada nuevo: de lo que se trata fundamentalmente es de volver a recorrer el mismo camino trazado en el pasado como si fuera nuevo. Este regreso es ilustrado, por ejemplo, en los álbumes infantiles que encuentra Karin en una librerÃa de segunda mano: en la re-educación de Mark van a intervenir los mismos libros, marcados todavÃa con sus iniciales, que le sirvieron en su infancia:
«Primero está en ninguna parte, luego no está. El cambio avanza a hurtadillas, una vida que pasa a través de otra. Cuando retrocede, ve la nada donde ha estado. Ni siquiera es un lugar hasta que los sentimientos fluyen en él. Y entonces pierde toda la nada que era.»
Cuando alguien grita al eco podemos percibir perfectamente el sentido de lo que repite, probablemente porque también hemos percibido el grito original; por contra, ¿podrÃamos comprenderlo igualmente si no oyéramos éste? ¿ComprenderÃamos nuestros recuerdos, en el sentido de percibirlos como propios, si nos faltara el referente a la situación original?
De lo que se trata, en definitiva, es de la configuración y de la búsqueda de la identidad, una huida del quiénes-somos hacia el improbable quiénes-deberÃamos-ser.
Una anotación: El eco de la memoria (The Echo Maker, 2006) se hizo merecedor del National Book Award, que junto con el Booker Price británico y el Prix Goncourt francés forman la trÃada de los premios literarios de gran prestigio, todos, por cierto, concedidos a obra publicada. Uno repasa el palmarés del premio norteamericano y descubre algunos nombres -Faulkner, Bellow, Cheever, Roth y, en los últimos años, Erdrich, Vollmann, Denis Johnson, Franzen, Gaddis- que despiertan mil reflexiones acerca de los premios literarios españoles.