Presencia de la estética postista en los minirrelatos de 1974 de Antonio Beneyto

Ha sido un sorprendente descubrimiento reencontrarme con el libro de Antonio Beneyto, Algunos niños empleos y desempleos de Alcebate (Palabra menor, editorial Lumen, 1974), un libro compuesto por 44 relatos cortos, lo que actualmente se denominan “microrrelatos”. Un pionero, como así lo fue también Ana Mª Matute con Los niños tontos, ambos libros de la década de los 70, escasamente valorados y olvidados en los estantes de las bibliotecas privadas. Ambos, además, con títulos que confunden porque hacen referencia a los niños, aunque en absoluto sean libros para niños sino sobre niños. Ya desde el propio título se aprecia el carácter lúdico que el escritor aplica con esa ruptura de la puntuación y  la propia fragmentación y distorsión del sentido.

Son catorce microrrelatos cuyos protagonistas son extraños niños, diez en los que se desarrollan otros tantos curiosos empleos, y diecinueve relativos a desempleos. Todos ellos con un extraordinario dominio de la imaginación, que desplaza todo aquello que tenga una ligera semejanza con la realidad cotidiana. La realidad queda distorsionada, en un magnífico ejercicio de subjetividad que planea sobre el desarrollo de estos relatos cortos, cuya brevedad es un acierto constructivo que acelera el desenlace y multiplica la sorpresa.

«Algunos niños» es la primera parte del título que encabeza el libro y que reúne los primeros catorce textos. Todas las historias son de niños desgraciados, vidas tristes sin esperanza, ni futuro. Tal vez por ello, sus descripciones adoptan un tono lírico: el niño que “en vez de uñas tenía flores”, la niña triste que “se pinchaba con un alfiler el ombligo” y por él brotaban las lágrimas, la hija del hojalatero de quien se burlaban las compañeras porque “había nacido por la voluntad de una perra que los oriundos del lugar llamaban puta”, el niño que se saca los ojos para jugar a la gallinita ciega, los niños que sobreviven al olvido de su padre vendiendo ingenuos dibujos a quienes pasean bajo su balcón, el hijo de los pasteleros que había nacido sin brazos ni piernas y desarrolla afilados cuchillos en sus muñones con los que tortura animales, el niño “imbécil” a quien su madre prostituye, el niño testigo de cómo a su madre, “la puta más hermosa de la ciudad” la marcan en el muslo con un hierro caliente, el niño que “mordía amorosamente los pezones” de su novia, el estudiante que pasea con sus amigas forasteras por un barrio de su ciudad en el que no podían entrar las niñas vírgenes, etc.

En la presentación de los personajes de este primer bloque de minirrelatos, se trascienden los elementos reales cotidianos, los elementos insignificantes de la vida diaria que aparecen con cierto aire nebuloso y un punto de misterio, mediante una imaginativa y grotesca distorsión. Son vidas dominadas por la crueldad del entorno y del propio protagonista. Beneyto descubre un universo propio de carácter transgresivo destructivo, que lo sitúa en la estética postista. En ese mundo degradado, se desgranan las vidas crueles y desesperanzadas de estos niños, que nunca llegan a adultos, bien por la muerte, bien por el olvido, niños en cuyas vidas no hay salida, vidas abocadas sin remedio hacia la nada. Son personajes tristes sometidos a un tratamiento grotesco.

Y en este universo está presente la imaginería postista, cercana a la naturaleza, en la que se repiten obsesivamente las referencias a la flora y la fauna. Así nos encontramos, por ejemplo, con el niño que tenía flores en vez de uñas. Las referencias a  la fauna son mucho más insistentes. Vemos a través de las palabras del escritor, la imagen de la cabeza “de ratón de campo de pata blanca” del chico del farmaceútico, con el humor que le caracteriza (ni siquiera es de la convencional “pata negra”), el hojalatero que cura a la “rana selvática”, el poeta que vive en un mundo de ranas (“rana Goliat, rana ardilla arborícola, rana de san Antonio…”) y de plantas, y apenas recuerda que tiene dos hijos, las víctimas de los afilados cuchillos de los muñones del niño inválido que corta las alas a las mariposas, saca los ojos y los testículos a los gatos y fractura las patas a los ratones, el camaleón con el que dormía el director del Banco, o su amante cucaracha, el hijo de la “puta más hermosa” que duerme abrazado a un canguro, las ratas que entran y salen de las alcantarillas del barrio donde no entran las niñas vírgenes, etc. Es obvio que la presencia de estas imágenes, obsesivas, forman parte de ese mundo propio organizado mediante imágenes y símbolos degradados. Los niños, los animales, la flora, e incluso los objetos cotidianos sencillos (botijos, barreños de plástico, etc.) son las claves del universo postista.

“Algunos niños. X

Aquel otro niño era imbécil y sus padres eran también unos de los tantos imbéciles de la ciudad. Su madre lo había prostituido. Aquel otro niño, como era imbécil, no sabía de pros, ni de ti, ni de tuido. Pintaba con las pestañas unos hermosos ojos y luego se entretenía en mirar a través de ellos a todos los tíos suyos que cada tarde llegaban a su casa a tomar café. Era, sin duda, el niño que más tíos tenía por aquellos parajes y es que su madre sabía sonreír muy bien.

Y aquel otro niño como era imbécil aún siguió así por algún tiempo; hasta que la primera bofetada del sargento lo convirtió en cuerdo”.

Una segunda parte, a mi juicio la más ingeniosa e incluso divertida, es la que hace referencia a la segunda parte del título, «Empleos», que incluye once minirrelatos, con originales protagonistas que tienen curiosos empleos ciudadanos. La imaginación de Beneyto se entrega plenamente a la distorsión surrealista y postista. Se describe, en estos relatos, una realidad coherente con la lógica de la lengua y el tradicional mecanismo de composición para formación de nuevas palabras, neologismos, pero absolutamente incoherente respecto al conocimiento que el ser humano tiene del mundo. Así nos encontramos con el “recibellamadas” que responde mecánicamente al teléfono, absorto en sus críticos y grotescos pensamientos, o el “subetopes” que siempre viaja en los topes del tranvía y sueña con cosas extrañas durante el trayecto, o el “rompecristales” con su agotadora contabilidad del efecto de sus actividades, el “coleccionasenos” que los exhibe en un museo para que sean vistos y sobados, o el “ponemultas” que persigue a los conductores, el “muevecafé” y las variadas aplicaciones de esta actividad, el “mirarrodillas” que nunca goza de vacaciones, etc. Son originales neologismos, que nos sugiere el carácter lúdico de la estética postista y su búsqueda de innovación en el lenguaje. Común a todos es el reconocimiento, al que el lector asiste, de una insignificante actividad que el escritor asciende a la categoría de empleo. Lo humorístico de esta creación descubre cierta relación con los relatos de Cortázar. Se rompe la coherencia respecto al mundo que conocemos, para reconstruir otro mundo con relaciones y asociaciones propias y coherentes consigo mismas, que bien pueden tener anclaje en la tradición quevedesca y de pintores como El Bosco y Brueghel, además de que los postistas nunca negaron ser continuadores del surrealismo.

“Empleos. XXV (Fragmento)

El mirarrodillas lo que debía hacer cotidianamente, él no disfrutaba ni de fiestas ni de vacaciones, era visitar los parques de las afueras de Alcebate y a todas las mujeres que encontrara paseando por sus veredas, o descansando en algún banco, rasgarles la falda de arriba abajo con una navaja y después tomarles la medida exacta de sus rodillas. Algunas de estas mujeres consentían al momento, sonriendo; sin embargo, otras eran auténticas fieras y entonces se podían admirar verdaderas peleas entre la mujer que se resistía y el mirarrodillas”. (Ilustración, pág. 49).

Por fin, la tercera parte del título, «Desempleos», reúne diecinueve microrrelatos. «Empleos» y «Desempleos» se ubican, ya desde el título, en una localización espacial concreta, “Alcebate”, referencia que no es difícil de reconocer cuando recordamos su ciudad natal, Albacete. Es un mundo personal y cerrado, un universo anclado en el disparate jocoso, con una lógica coherente dentro de su propio disparate. Y esta no es la única referencia a su ciudad, referencia explícita e intencionada en esta elección del nombre de su universo narrativo, sino que se encuentran espontáneos rastros de esta localización geográfica en algunos de los relatos. Así leemos, la presencia del rompecristales en la “carretera de circunvalación” («Empleos«, XX), que va acompañado de su “hermanico” (con sufijo afectivo tan manchego) que le busca piedrecitas para que las arroje a los vehículos que por allí transitan, o la sesión de audición de “seguidillas manchegas”  mientras traduce a MichauxDesempleos«, IX, p. 61), asociación que por su disparidad resulta grotesca. Describe un barrio de Alcebate («Empleos«, XIV) que no podían frecuentar las niñas vírgenes (referencia directa al barrio “El Alto de la Villa”) porque era el barrio de las prostitutas, por el que el protagonista deambula, exactamente por el “cintillo” de la baldosa (referencia a la acera). El léxico local está presente. Los alfareros, artesanos que trabajan en sus talleres de Chinchilla, son los “hombres-barro” («Empleos«, XVII) que trabajan con botijos y “cuerveras”.

Destaca igualmente la originalidad de las situaciones descritas en los “Desempleos”, en  la que los protagonistas  no saben bien para qué están donde están. Son aquellos que sienten que sus palabras se deshacen cuando el otro no muestra sentir nada al oírlas, o el que huye de las hormigas porque una vez pisó una y no murió, o el que se alegra al escuchar el nombre dado a las cosas y se enfada cuando le hablan por señas, o el que pierde los días ante un televisor, o el que chillaba porque no quería nacer y le cortaron el cordón umbilical obligándole a caminar, o el que nada puede hacer para evitar que sus vecinos expolien poco a poco su biblioteca, o el que aburrido de oír sonar el teléfono deambula por la calle, o el que se dedica al desempleo de recoger porquería de los animalitos sin ninguna finalidad, etc.

“Desempleos. XV

Según me dé realizaré el viaje. Luego quizá resulta que voy y les hablo de Cómo acostarse con una hormiga y creen que les tomo el pelo y empiezan a arrojarme granos de trigo y cebada al escenario.

Por fin me decidí y realicé el viaje. Les hablé de mi célebre tratado y al final de la conferencia, los hombres que me escucharon se acercaron a pedirme que al menos durmiera una noche con cada una de sus mujeres. Yo, como es natural en mi desempleo, no acepté”.

Ausencia de prejuicios y  libertad creativa son los pilares del postismo (movimiento estético que apenas duró cinco años), ambos presentes en este libro de Antonio Beneyto, en el que realidad y lenguaje adquieren una nueva dimensión.

Encarnación García de León
http://garcileon-sinirmaslejos.blogspot.com

(foto de portada: antonio-beneyto.com)

Encarnación García de León

Encarnación García de León es doctora en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolla su labor docente como Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de Albacete e imparte clases de Literatura actual en la Universidad de Mayores “José Saramago” de la UCLM. Tiene publicados libros como Un espacio propio para la descripción literaria (Octaedro, 2003), La Mancha, un tópico literario (Brosquil ediciones, 2007), Antología de Poemas y Relatos Manchegos (Fundación Asla, 2009). Ha colaborado en obras monográficas colectivas como Los presentes pasados de Antonio Muñoz Molina (Vervuert-Iberoamericana, 2000), Ensayos sobre Rafael Chirbes (Vervuert-Iberoamericana, 2006) y La memoria que no cesa. Perspectivas sobre la Literatura de la Memoria. (Ed. Académica Española, 2013). Tiene además numerosos artículos publicados en Actas de Congresos de la AIH y en revistas como Barcarola, Graó, Revista de Letras, y otras.

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