Lawrence Durrell, Hassan Fathy y Dimitri Papadimos en El Cairo | Foto: WikiMedia Commons

Proteico Lawrence Durrell

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Lawrence Durrell, Hassan Fathy y Dimitri Papadimos en El Cairo | Foto: WikiMedia Commons

Avanza la narración mediante la exploración de los sentimientos. Establece el autor un coloquio con las fuerzas más oscuras de la naturaleza. Íntimamente en contacto con la realidad, su visión es fresca, dinámica, como si estuviera presente para galvanizar el alma, no para decorar su entorno. De vez en cuando, el escritor británico Lawrence Durrell (Jalandhar, India, 1912-Sommières, Francia, 1990) encuentra su camino de regreso a la gran cantidad de lectores que una vez tuvo, al menos en parte, porque el tiempo ha redefinido la singularidad de su prosa. Apreciado por ser una voz única, cuando no una mera curiosidad, la rehabilitación de su prosa parece ser el propósito del periodista Michael Barber al escribir un artículo sobre la obra del creador del Cuarteto de Alejandría (Faber and Faber, 2012) en la sección de libros de la revista londinense The Oldie (octubre, 2018).

Recuerdo haber consumido las novelas de Durrell como un adicto, cuando era adolescente. Al fin, un escritor que hablaba inequívocamente de nosotros, explorando cada matiz de las relaciones sentimentales. La oleada eléctrica de su prosa se canalizaba en oraciones prolongadas que establecían un tipo completamente nuevo de voz en la prosodia inglesa. De hacer caso al colaborador de The Oldie, es verdad que su crudeza a veces puede ser demasiado sangrienta; “tendente a la verborrea”, su libertad formal se diluye “en palabras vertidas como una corriente incesante”; su atención a las cosas en sí mismas puede obstaculizar el impulso filosófico, pero “si lo dosificas, es un placer: ingenioso, exuberante, poético, evocador y absorbente”.

Una de las muchas alegrías del Cuarteto (Justine (1957), Balthazar y Mountolive (1958), Clea, (1960), vertidas al castellano y reeditadas por Edhasa) es su homenaje al mundo natural, físico, intemporal y simbólico, el torrente de palabras prohibidas, las descripciones ectácticas, la fascinación por el sexo, que contrasta con la torpeza gris del mundo adolescente. Se afirma en Justine:

“Una ciudad se convierte en un mundo cuando uno ama a uno de sus habitantes”

Pocos han escrito mejor sobre la complejidad del deseo, sobre la búsqueda de satisfacción en una sociedad despiadada y represiva. Durrell parece ofrecernos la liberación más estimulante. A cambio, nos permite sentir el fluir de la sangre en las venas, nos vuelve espontáneos, vitales e instintivos. Explora el reseñista británico ciertos temas comunes a todas las novelas de la serie: una red de simpatías, unidas en un extraordinario foco de concentración.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

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