Ray Loriga | Foto: Jeosm

La culpa es la que mejor guarda el pasado

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Ray Loriga | Foto: Jeosm

Ray Loriga ha tenido la capacidad, a lo largo de casi tres décadas de carrera, de moverse en diferentes registros en cada novela sin abandonar su personal estilo y su particular mirada al mundo, articulándola a través de la literatura con variaciones que muestran una lógica evolución como escritor, sobreponiéndose, o simplemente lidiando con ello, a una temprana fama y a una posición privilegiada dentro de la literatura española contemporánea. Desde Lo peor de todo (1992) a Sábado, domingo, su última novela, Loriga ha conformado un corpus literario bajo el impulso de explorar en cada nueva obra diferentes caminos literarios. Tras la trilogía arrancada con Lo peor de todo y continuada con Héroes (1993) y Caídos del cielo (1995), sorprendió con la brillante Tokio ya no nos quiere (1999), obra imprescindible de la narrativa española de los últimos tiempos. Tras ella, Loriga varió con Trífero (2000/2014), con la que miraba hacia cierta literatura europea, algo que años más tarde volvió a hacer, pero en otros parámetros, con Ya sólo habla de amor (2008); aunque antes de ellas escribió un magnífico homenaje a Nueva York y a la literatura norteamericana en El hombre que inventó Manhattan (2004). Regresó años después, después de publicaciones de cuentos y ensayos, con la extraña, singular y muy divertida, Za Za, emperador de Ibiza 2014), para, tres años después, entregar Rendición (2017), obra portentosa que desde una fábula de raigambre distópica analizaba derivas actuales de lo individual y lo social.

Alfaguara Ediciones

Sábado, domingo es una obra que conecta en su primera parte –Sábado: Madrid, verano 1988– con la parte inicial de su carrera, al menos en contexto y en algunas relaciones entre los personajes y sus circunstancias. En la segunda parte –Domingo: Madrid, otoño de 2013– y en su epílogo –Hotel Tuxpan: México D. F., diciembre de 2014-, sin abandonar ciertas líneas estilísticas y tonales marcadas en la primera, se acerca en gran medida al Loriga más reciente. La novela se presenta como una confesión personal de Federico en tres tiempos. Uno, escrito en su juventud, recuerda algo que ha sucedió en su vida el año anterior, junto a su amigo Chino, después de asistir a la fiesta de su prima Gigi, cuando los dos amigos conocieron a una camarera llamada Fernanda. Años después, durante la segunda parte, Federico, padre de una hija y con un pasado marcado por el fracaso, la frustración y la deriva vital, experimenta durante un domingo unos hechos que retrotraen aquellos acontecimientos. Loriga consigue en ambas partes mostrar el momento preciso de escritura de Federico. Si la primera parte posee la digresión de una escritura y un pensamiento juvenil, con una narración caótica y algo desordenada; en la segunda, hay un mayor orden en cuanto a la linealidad de lo narrado. Del mismo modo, al ímpetu y el cuestionamiento de la juventud da paso a una reflexividad mayor en cuanto a lo vivido: tras quince años, hay un peaje vital que Federico debe (re)considerar. Porque, en el fondo, tiene mucho que ver con aquello que sucedió y cómo le afectó, no tanto porque le impidiese seguir una vida más o menos normalizada, sino por el acompañamiento constante de un sentimiento de culpa producto, en realidad, del desconocimiento sobre la verdad de lo sucedido.

“Ojalá pudiésemos empezar de cero a cada rato, enterrarlo todo en un agujero muy profundo, cubrirlo luego a golpe de pala y sentarnos encima de la tierra fresca y removida. También confieso que ayer bebí demasiado. Y no sólo ayer. En cualquier caso, ojalá pudiésemos ser otros, y corregir nuestras acciones, o aquellas otras de las que fuimos o creímos ser víctimas. Toda acción, por pequeña que sea, emprendida o sufrida, se ofrece ya (…) al territorio infinito del ridículo, al universo indomable de la eterna vergüenza. Lo más noble es, en consecuencia, caminar sobre el desastre como quien camina por la hierba húmeda, precisamente después de la lluvia”.

Mediante un estilo muy depurado, Loriga esconde bajo la sencillez un elaborado trabajo narrativo y de introspección alrededor de Federico, con un sutil retrato de la sociedad en la que crece y en la que se desarrolla la acción de la primera parte, porque Federico presenta en un primer momento unas ciertas aspiraciones que durante su edad adulta no solo no irán cumpliéndose, sino que irá acumulando fracaso tras fracaso, al menos atendiendo al ordenamiento social establecido. Loriga, sin embargo, no presenta a un personaje fracasado, sino más bien una suerte de cínico y misántropo algo patético en su enfrentamiento hacia una realidad en la que, resulta más o menos claro, no se siente parte. Loriga trata a su personaje con gran ternura, algo que, por otro lado, siempre ha acompañado a sus personajes a lo largo de su carrera. Da igual cómo sea, porque Loriga siempre resulta cercano a ellos en su gravedad; o precisamente por ella. Una mirada humana hacia una figura que arrastra una duda que, quizá, ha sido la causa de una plena inseguridad ante todo y ante todos. Y, a pesar de ello, ha salido hacia delante. Más mal que bien, o más bien que mal. Depende de cómo se mire.

Ese acercamiento a unos órdenes y valores sociales muy determinado surge más como contexto en una novela que Loriga compone a partir de una abstracción que persigue presentar a Federico y su problemática no resuelta como vehículo para retratar a un hombre bajo el constante remordimiento y culpa por algo que sucedió y quedó sin solucionar. El conocimiento de los hechos revelará una vida sumida en unos pensamientos y en unas emociones que han podido condicionar innecesariamente sus vivencias. El sábado de la adolescencia da paso al domingo de una madurez incompleta, pero que impone, finalmente, la obligatoriedad de enfrentarse al pasado para superarlo. Ante la evidencia de la absurdidad de una culpa asumida, Federico podrá, quizá, salir hacia delante. No es demasiado tarde para tomar las riendas de su vida. Loriga se lo permite mediante una fábula cuya metáfora establece en la Chrysaora achlyos, una extraña medusa negra que se alarga cubriéndolo todo, flotando a la deriva en el pasado amenazando el futuro.

En última instancia, una novela sobre la condición humana a través de su complejidad y, también, de su estupidez cuando cargamos con un pasado que no nos atrevemos, o no queremos, soltar. Porque nos permite jugar con él como justificación de todo aquello que nos sucede y que, al final, no tiene tanto que ver con esa culpa o remordimiento que arrastramos como por la incapacidad para afrontar la vida.

“Caminando sobre cadáver de plástico, sobre crímenes insignificantes que la mentira y el disimulo convertían en monstruos”.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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